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miércoles, 29 de mayo de 2019

El poder del erotismo de algunos partidos


Artículo de Luis Escribano


No escarmientan. A pesar de tropezar en la misma piedra una y otra vez, los pocos bienintencionados que decidieron aventurarse en algún partido político y que, en su caso, ejecutaron buenas medidas cuando gobernaron, no logran entender los motivos por los que los ciudadanos no reconocen en las urnas el trabajo realizado.

Las personas tendemos a agrandar lo malo y empequeñecer lo bueno, hasta el punto de que un árbol podrido puede impedir la visión de cualquier bosque frondoso. Las malas acciones o la inacción ante situaciones vergonzantes acaban ensombreciendo cualquier atisbo de luz que puedan reflejar las buenas acciones. Y la política no es ajena a este proceder de la sociedad.

Si un partido político que forma parte de un gobierno se dedica a difundir las buenas medidas que está adoptando, pero simultáneamente sigue dejando impunes los saqueos y demás aberraciones cometidas por otros, o peor aún, colabora para taparlo todo o participa en ellos, los ciudadanos acabarán reprochándole estas actitudes incomprensibles en un ejercicio de sana crítica.

¿De qué sirve que un partido venda que con tal medida cada ciudadano ahorra 100 euros anuales, si por otro lado sigue permitiendo agujeros por los que se escapan más de 500 euros por año y persona? Una cosa es que muchos ciudadanos no conozcan el Derecho y no tengan la formación suficiente para ver con meridiana claridad como este sistema partidocrático facilita la impunidad de determinados grupos fácticos (políticos, banqueros, empresarios, jueces, fiscales, etc.), y otra muy diferente que los ciudadanos no sepan distinguir la frontera entre el bien y el mal.

Es cierto que algunos ciudadanos no saben razonar y que otros se aprovechan de lo maléfico para su interés particular, pero idiotas y oportunistas siempre han existido y existirán. Sin embargo, la mayoría no está ciega: ven espléndidamente, aunque luego suspendan el razonamiento de lo observado por sus prejuicios, miedos, odios o bajas pasiones. Precisamente por esto último es por lo que los partidos tienden a apelar a los sentimientos y pasiones de los votantes: “Haz que pase, la España que quieres”; “Valor seguro”; “¡Vamos! Ciudadanos”; “La historia la escribes tú”; “Por España.”, etcétera.

En resumen, algo tan simple como no asumir que los ciudadanos no somos tontos se convierte en el principal motivo por el que los aventurados en la política acaban siendo considerados ineptos, acomplejados, sinvergüenzas o desalmados, y finalmente desalojados de sus sillones, a pesar de las buenas acciones que hayan ejecutado o pretendan ejecutar.

No obstante todo lo anterior, los bienintencionados de los partidos políticos son una especie en peligro de extinción desde hace años. Los partidos se han nutrido principalmente de buhoneros y mercachifles, y atrapan en sus redes a supuestos “independientes” que acaban convirtiéndose al dogma del profeta o clan de turno, o huyendo con la consabida “dimisión por motivos personales” ante el entramado de la secta que no supo ver cuando lo invitaron a entrar, quizá seducido por la erótica del poder, quizá fascinado por el poder del erotismo que se destila en algunos partidos.




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