Artículo de Luis Escribano
No escarmientan. A pesar de tropezar en la misma
piedra una y otra vez, los pocos bienintencionados que decidieron aventurarse
en algún partido político y que, en su caso, ejecutaron buenas medidas cuando
gobernaron, no logran entender los motivos por los que los ciudadanos no
reconocen en las urnas el trabajo realizado.
Las personas tendemos a agrandar lo malo y
empequeñecer lo bueno, hasta el punto de que un árbol podrido puede impedir la
visión de cualquier bosque frondoso. Las malas acciones o la inacción ante
situaciones vergonzantes acaban ensombreciendo cualquier atisbo de luz que
puedan reflejar las buenas acciones. Y la política no es ajena a este proceder
de la sociedad.
Si un partido político que forma parte de un
gobierno se dedica a difundir las buenas medidas que está adoptando, pero
simultáneamente sigue dejando impunes los saqueos y demás aberraciones
cometidas por otros, o peor aún, colabora para taparlo todo o participa en ellos,
los ciudadanos acabarán reprochándole estas actitudes incomprensibles en un
ejercicio de sana crítica.
¿De qué sirve que un partido venda que con tal
medida cada ciudadano ahorra 100 euros anuales, si por otro lado sigue
permitiendo agujeros por los que se escapan más de 500 euros por año y persona?
Una cosa es que muchos ciudadanos no conozcan el Derecho y no tengan la
formación suficiente para ver con meridiana claridad como este sistema
partidocrático facilita la impunidad de determinados grupos fácticos
(políticos, banqueros, empresarios, jueces, fiscales, etc.), y otra muy
diferente que los ciudadanos no sepan distinguir la frontera entre el bien y el
mal.
Es cierto que algunos ciudadanos no saben razonar
y que otros se aprovechan de lo maléfico para su interés particular, pero idiotas
y oportunistas siempre han existido y existirán. Sin embargo, la mayoría no
está ciega: ven espléndidamente, aunque luego suspendan el razonamiento de lo
observado por sus prejuicios, miedos, odios o bajas pasiones. Precisamente por
esto último es por lo que los partidos tienden a apelar a los sentimientos y
pasiones de los votantes: “Haz que pase,
la España que quieres”; “Valor
seguro”; “¡Vamos! Ciudadanos”; “La historia la escribes tú”; “Por España.”, etcétera.
En resumen, algo tan simple como no asumir que los
ciudadanos no somos tontos se convierte en el principal motivo por el que los
aventurados en la política acaban siendo considerados ineptos, acomplejados,
sinvergüenzas o desalmados, y finalmente desalojados de sus sillones, a pesar
de las buenas acciones que hayan ejecutado o pretendan ejecutar.
Buen artículo.
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