Artículo de Rafa G. García de Cosío
Dentro de
poco se cumplirá un año de la detención en Alemania del expresidente fugado de
la Generalitat, Carles Puigdemont. En mi caso fue un día de júbilo, no era para
menos: un país miembro de la UE detenía a un fugado de la justicia de otro país
miembro. Para un europeo convencido -entonces, solo entonces- aquella noticia
supuso para mí nada menos que el fin del procés, comparable al final de una
película, cuando acaban con el malo y, tras final feliz, uno vuelve a los
problemas de la vida real. No es broma: el día que detuvieron a Puigdemont
España pasaría a ser un país normal, en el que se hablara de educación, de
pensiones, de política energética, de la creación de nuevas y el estado de las
existentes guarderías.
Pero semanas
después, un juez de provincias alemán desestimó el delito de rebelión de
Puigdemont por no ver violencia en los actos anteriores al 1 de octubre. Este
no fue ni mucho menos el día más triste de mi vida, pero sí el día que dejé de
ser el convencido europeo que había sido hasta entonces. Por supuesto, fue
también el día en que empecé a ver Alemania, país en el que resido, con ojos
bien diferentes. No ayudó nada que los periódicos nacionales alemanes contaran
en esos días con corresponsales proseparatistas como Thomas Urban, del Süddeutsche
Zeitung, y Hans-Christian Rößler, que en 2017 había tomado el relevo del
gran amante de España (y casado con una jiennense) Leo Wieland en el Frankfurter
Allgemeine Zeitung.
Ahora que se
acerca el aniversario del culebrón alemán de Carles Puigdemont, me he acordado
de una experiencia vivida en mi viaje por Japón en mayo de 2013. En un parque
del barrio de Akasaka, junto al templo de Sensoji, había encendidas unas
barritas de incienso muy particulares, que los viandantes cogían a su paso y
sostenían en sus manos para rezar. Desconozco si eran oraciones de verdad, y si
había algo de Budismo acaso en tal ceremonia, pero lo que tengo claro es que el
símbolo que hacía de estas barritas objeto tan particular no era otra cosa que
la esvástica que en Europa solemos asociar al nazismo. ¿Estaba siendo yo
testigo de homenajes al nazismo, en un país que además había sido el gran
aliado de la Alemania de Hitler entre las potencias del Eje? Quizá un juez
ignorante alemán de provincias lo habría interpretado así, pero lo cierto es
que la esvástica, o cruz gamada, es en muchas culturas de Asia un símbolo de
felicidad y éxito. De hecho, si el régimen nazi la adoptó como bandera oficial
en 1933 no era para anunciar a la gente que iba a ser un gobierno exterminador,
sino precisamente para trasladar a la sociedad la sensación de tener un
gobierno que buscaba -finalmente y tras décadas de humillación- felicidad y
éxito para su pueblo. Esto muchos y muchas comentaristas de la SER puede que lo
vean hoy como algo muy fuerte y atrevido, pero es que tales comentaristas
suelen verse a sí mismos como testigos de la Historia listísimos desde antes de
que naciera Jesús.
Por raro que
nos parezca y por mucho que nos cueste interpretarlo así, existe en un país
lejano una cultura de admiración a la cruz gamada. Y si Puigdemont hubiese sido
detenido en territorio alemán con una cruz gamada en vez de lacito amarillo
(hay que ponerle imaginación al asunto), arguyendo que él solo busca esparcir
la felicidad del pueblo catalán por Europa, es muy probable que hubiese sido
detenido inmediatamente, pero sin seguir siquiera una orden de arresto
internacional. La esvástica es un signo en Alemania que no da oportunidad a
ninguna interpretación, por mucho que haya culturas por el mundo que lo vean de
manera diferente. Pero no es una interpretación exclusivamente de Alemania,
sino hoy en día de todo Occidente.
Lo grave de
la negativa del juez de Alemania a extraditar a Puigdemont es que no fue debido
a un símbolo, sino a la negación de la existencia de violencia en España. Si en
vez de violar la Constitución hubiera violado a una mujer, ¿habría podido
negarse el juez a extraditar al acusado sin oír siquiera la declaración de la
violada? Porque eso es lo que estamos viviendo ahora mismo durante el juicio a
los golpistas separatistas presidido por el juez Marchena: declaraciones de
testigos públicos para dilucidar si hubo aspectos como violencia.
Independientemente del resultado de las elecciones del 28 de abril, la entrada triunfal de Vox en el Parlamento está asegurada. Y entonces abrirán las portadas del SZ y el FAZ con la noticia del triunfo de los ''rechtspopulisten'' (populistas de derechas) en Spanien. Muchos lo celebraremos no con la cruz gamada, como los japoneses, pero sí con un Prosecco, mientras se pueda.
Hola: solo comentar que Hitler efectivamente eligió el símbolo de la Cruz gamada que, efectivamente, en muchas culturas de Asia, significa éxito y felicidad. Pero lo asumió como representativo, dándole un giro a dicha cruz y cambiando su orientación, como podría comprobarse de la comparativa de la foro del texto con una imagen de la bandera nazi. Saludos
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