Artículo de Antonio Barreda
La reina de las
columnas de Triana ha consultado los viejos augures y ha visto que la larga
marcha que emprendió hacia Madrid ha terminado en Despeñaperros. El camino que
parte de la tierra de los dos ríos acababa en la Medina Azahara que hoy es San
Telmo, en el palacio donde se urden las conspiraciones de la que salen heridos todos
los andaluces. Ella es la heredera de un trono aciago que fue abandonado por
los príncipes que hoy están siendo juzgados, y que fue ungida con el óleo de un
partido donde se eligen a los sucesores como los visigodos elegían a sus reyes.
Los contadores
de historia llevan ya escritas toneladas de páginas de loas y de alabanzas allí
donde la publicidad institucional lo inunda todo, donde los hechos son narrados
y contados como si de héroes legendarios se tratara. Como si la gloria de
Hércules gobernara en las columnas del Sur de Europa. Todo gira en el honor de
la Dama del Sur. Todos caminan detrás como súbditos de una reina que los
alimenta con el soma de la omertá.
Dice que ya no
hay hambre en las calles del Sur, ni que los niños corren descalzos por los
montes. La señora blanca ha traído el maná público y lo riega con el sudor de
las familias que quedaron abandonadas a su suerte tras el 2008, anegadas en una
orilla donde el barro se tragaba el deseo y la necesidad, en un río de vidas
que corrían hacia el mar de la tranquilidad, allí donde las madres acunan a sus
hijos y los acuestan con vasos de leche mezclados con mucha agua. El hambre
ahora baja al río.
Es allí donde se
anega el afán de salir de cientos de años de ser un ilota entre los campos
labrados y de vivir en las gañanías que nos construyeron durante la dictadura
en los barrios. Allí donde se señala el nombre del amo que vino tras la edad
oscura de la guerra y cuyo nombre hoy está prohibido mientras arrancan sus títulos
y sus falsos ídolos de la piedra donde reposaban como figuras etéreas. La
herida permanente en la memoria es regada hoy con los recuerdos de los que ya
no están para reclamar su herencia, para reclamar las profundas noches de la
clandestinidad.
En su nombre
robaron toda su memoria, robaron la historia de la sangre derramada y de las
viejas víctimas que se perdieron en la larga oscuridad del antiguo régimen para
justificar su reinado, y para señalar a los que no siguen sus profecías
recitadas en un larga letanía, allí donde aquellos que no siguen a sus profetas
son acusados de blasfemia. La Santa Inquisición ha vuelto para juzgarnos a todos con las togas oxidadas
de los falsos sacerdotes que corrían detrás del nuevo Lutero.
Se ha perdido la
ilusión del 28 del mes de febrero. Un espíritu que ha sido enterrado tras los
muros del parlamento. Sacado su cadáver y paseado por las calles de Andalucía
en su nombre, en nuestro nombre. En un sínodo donde se pervierte todo lo que
representaba la ilusión milenaria de todo un pueblo. En las plazas enseñan el
nuevo testamento que hay que seguir con fe ciega o el inquisidor general del
reino te señalará con su largo dedo para indicar a la turba donde hay un falso
converso.
La reina del Sur
está meditando cuándo llamará para que filas interminables de andaluces voten
de nuevo. Sus voceros lo anuncian por las calles y llaman a una oración en la
que la señora del Sur obra el milagro de los panes y los peces. La felicidad
eterna llega de su mano como hija de un Gerión que vuelve tras siglos de guerra.
La lucha de clases está anestesiada en los cortijos mediante el pago de un
tributo por días trabajados y la reforma agraria fue la mentira con la que
adormecieron a los pueblos.
Ahora mira por
los angostos valles de secano y sabe que gana. Sabe que 47 de sus nobles la
acompañarán en una procesión por la bancada de los que gobiernan en nombre del
pueblo. Su principal oposición tiene a un rey pasmado mirando por una ventana
ciega. Son los mismos que se llevan arrancándose los ojos desde la huida del
valido Arenas. Ahora tienen un líder que no es más que un príncipe nini, un eco
de un dios menor sordo a todas las plegarias. Son los mismos que llevan
cuarenta largos años huyendo de su propia historia, renegando de los recuerdos
en blanco y negro que los amenazan.
El nodo del rey
pasmado no ofrece sino derrota y huidas sin sentido, guerra civil y escuchar a
una minoría que no gobierna desde la revolución francesa. La noche más oscura
se ciñe sobre el nini que nunca aspiró a conquistar San Telmo, a gobernar en el
nombre de los que le abandonaron cuando llegó a su sede regional. Pero el
pueblo ni olvida ni perdona que nunca se acordara de ellos. De un pueblo que
fue perdiendo derechos a base de decretos y de reformas que terminaron por
llenar de pobres las calles, que aunque hoy trabajen siguen encadenados a la
pobreza.
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