Artículo de José Luis Roldán (Max Estrella)
I. El charlatán
irresponsable.
¿Por qué Lázaro?
¿Por qué Estornudo?, se preguntará el lector distraído; de manera que, para que
no se desoriente respecto a los sujetos –y sujetas- de esta pieza, hago
recordatorio. El lector sabe de sobra que Pedro Sánchez es más vanidoso que
capaz, afirmación que sostengo en las evidencias: en su currículo no hay prueba
alguna de sus méritos, sí de sus enchufes, debidos a las eficaces influencias de sus padres entre sus contactos y amistades
(fuente: Wikipedia); de su vanidad, por el contrario, no deja de dar muestras.
De modo que, emulando a personajes famosos –¿Por qué yo voy a ser menos que ZP, RbCb, FG o el mismísimo JFK?, se dijo-, no dudó en recurrir a la acronimia para dejar también su huella en la Historia.
Así, tuvo la
ocurrencia de referirse a sí mismo en la web oficial del Psoe como Pdro
Snchz. No observó que la cosa no daba para un acrónimo y que,
fonéticamente, más se parecía a un estornudo. Curiosamente, un escribano
cervantino, personaje del entremés La
elección de los alcaldes de Daganzo, era del mismo nombre: Pedro Estornudo.
Quedaba, pues, bautizado. Pero sucedió, como todo el mundo sabe, que los
dirigentes de su propio partido, hartos de ver como Pdro Estornudo, lentamente
pero sin desfallecimiento y con ahínco, los llevaba al desastre se rebelaron y
lo destituyeron de la Secretaría General. Volvió hace ahora un año, el 39
Congreso del partido lo resucitó cuando ya todos lo daban por muerto. O sea,
como Lázaro, salió de la tumba donde había sido sepultado, mal sepultado. Así
pues, Lázaro Estornudo.
Salió del
sepulcro como Lázaro y, como Lázaro, apestando el aire. Pues sus primeras
palabras fueron -¡cómo no!- para agraviar a la Nación (consulte el lector, si
lo desea, lo que escribí al respecto).
Ahora –conforme
a la inexorable ley de Murphy que determina que “Si algo malo puede pasar, pasará”- lo tenemos de presidente del
Gobierno. No puede ser peor. Dicen sus acólitos y los plumillas lamebraguetas
que esto es el premio a su audacia. La
Fortuna ayuda a los audaces, como afirma el adagio romano, dicen.
Pero si nos
paramos a analizar las cosas, la sentencia romana no es aplicable al caso. ¿De
qué audacia hablamos? ¿Qué arriesgó Estornudo? ¿Qué ardid fue el suyo, digno de
memoria?
Aquí lo que
sucede, más bien, es lo que dijo Camilo José Cela en su discurso de recepción
del premio Príncipe de Asturias: “el que
resiste, gana”. Ese ha sido el único mérito de este nuestro Lázaro:
resistir. No por nada, sólo por ambición personal y por despecho.
Su única virtud
ha sido su ambición desmedida. Decía CJC en ese discurso: “El que espera tiene a su lado un buen compañero en el tiempo, nos dejó
dicho Saavedra Fajardo en sus Empresas políticas (…) Se dará tiempo al tiempo
—pensaba y escribía Cervantes en La gitanilla—, que suele ser dulce salida a
muchas amargas dificultades. Y en Las dos doncellas: Dejad el cuidado al
tiempo, que es gran maestro en dar y hallar remedio. Y en el Quijote: Dejando
al tiempo que haga de las suyas, que es el mejor médico de estas y de otras
mayores dificultades”.
Y yo (discúlpeme
el lector este feo vicio) también advertí hace dos años sobre ello: “El tiempo goza de una extraña cualidad
reparadora, revitalizante y redentora. El tiempo que todo lo destruye y corroe
es, paradójicamente, paladín de pusilánimes, sostenedor de inicuos y redentor
de réprobos. Y es que la paradoja es la sustancia del tiempo; que lo diga, si
no, la ciencia moderna desde Einstein. El tiempo que se alimenta de desdichas,
defeca paradojas.
Aquí, por desgracia, no han faltado los
que han sabido aprovecharse de ello. Digo entre los políticos; tan espabilados
cuando se trata de lo suyo. Es de dominio público que entre las armas secretas
de Franco (el brazo incorrupto de santa Teresa y la bruja Mersida) ocupaba
lugar preeminente el cajón de los asuntos entregados al cuidado reparador del
tiempo. Rajoy, como es registrador, lo supo y, como alumno aplicado, lo
practica. También nuestra esperanza de Triana, aunque menos ilustrada más
lista. Pero sobre todos ellos, el que más provecho está sacando de esta
paradoja es, sin duda, Pedro Estornudo (no confundir con el escribano
cervantino de Daganzo), me refiero a Pedro Snchz, líder del PSOE. Como Franco,
ha confiado al tiempo la solución de sus problemas. De su principal problema:
su supervivencia. Sabe que mientras no se oficie el funeral y se celebre el
sepelio el cadáver estará de cuerpo presente. Esa es su salvación. Pedro
Estornudo es un cadáver insepulto. Un difunto muy vivo, sin embargo. Aunque, como
tal, apesta. Por eso no hará nada y todo su afán consistirá en que nada se
lleve a cabo.”
Como podrá
constatar el lector a la vista de los hechos, no me equivoqué, por desgracia.
El tiempo, pues.
El tiempo y la ambición son las fuerzas generatrices de este Gobierno. Sin
embargo, concurre ahora un matiz relevante que antes por la propia naturaleza
de las cosas no estaba presente. Quiero decir que la disposición del presidente
Estornudo ante el tiempo era, antes de su asalto a la Presidencia del Gobierno,
puramente pasiva. Se limitaba a confiar en el poder redentor del tiempo.
Ahora, sin
embargo, su actitud es bien distinta: se sirve del tiempo para eludir su
responsabilidad ante hipotecas imposibles; ante promesas o compromisos
–explícitos o implícitos, ya lo sabremos- realizados a tirios y troyanos, de
naturaleza, por tanto, antagónica y, consecuentemente, de imposible
satisfacción.
Su talante,
lejos de las enseñanzas cervantinas y de la praxis política de Felipe II, Franco, Rajoy y tantos otros gobernantes,
es más bien el del charlatán irresponsable de la fábula de Samaniego: Un
charlatán presumía de que podía enseñar a hablar elocuentemente a un borrico.
Súpolo el rey y lo llamó a su presencia. Como el charlatán se reafirmaba en sus
pretensiones, el rey le ordenó que enseñara a hablar a un burro, para lo cual
le concedía un plazo de 10 años, bien entendido que si al término del plazo el
burro no hablaba el maestro asnal sería ahorcado. El charlatán aceptó el trato.
Continúa Samaniego su fábula:
El doctor asegura nuevamente
sacar un orador asno elocuente.
Dícele callandito un cortesano:
“Escuche, buen hermano:
Su frescura me espanta.
¡A cáñamo me huele su garganta!”
“No temáis, señor mío,
respondió el charlatán, pues yo me río;
en diez años de plazo que tenemos,
¿el rey, el asno o yo no moriremos?”
(Publicado en el blog Ídolos y Llantos, 11 de junio de 2018)
Completamente de acuerdo. A mí me dejó ojiplático el articulillo de Pedro J. , en el que alababa la audacia del sujeto al presentar la moción de censura. La audacia esta hecha de otra materia.
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