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martes, 24 de abril de 2018

¿Cantarle las cuarenta a TV3 o rendir homenaje a su hegemonía política?


Artículo de Antonio Robles


Ver la mirada de impacto que la presentadora de TV3, Laura Rosel sostiene mientras el escritor y periodista Víctor Amela despotrica contra la parcialidad de la televisión pública de Cataluña, es un poema… y una descripción del mal que nos asola.

No se lo puede creer, es una mirada inaudita, como si lo que pasaba ante su presencia no fuera real. Era esa expresión de estupor ante algo que produce repelús, asquito, como cuando tenemos que recoger una diarrea del perro y no sabemos cómo, ni con qué.

Un extracto de ese momento mágico corre las RRSS haciendo estragos. El entrevistado, Víctor Amela le ha cantado las cuarenta a TV3 entre la conmoción de Laura Rosel y la incredulidad de Toni Soler. Están tan acostumbrados a vivir en Matrix… que un leve roce con la realidad les desorienta.

Hace ya tiempo que los audiovisuales han ganado la partida a la reflexión escrita. Dos modos diferentes de acercarnos a la realidad igualmente válidos. Así que, ¿por qué no fundirlos? No sigan leyendo, escuchen, vean, y prosigan después. La nueva manera de describir la realidad.



Yo no vi el programa, me resumo al extracto de Yu Tube que eleva a Víctor Amela a los altares por su atrevimiento. Pero… ¿Le cantó Víctor Amela las cuarenta a TV3, o por el contrario le rindió homenaje a su hegemonía moral? Veamos.

Con exquisitas maneras y mejor dicción, el escritor y periodista entrevistado, centra el problema en el monopolio del relato secesionista de TV3:

 “Encuentro (en TV3) un discurso hegemónico, que es el del soberanismo, que ha de existir, porque aquí hay dos millones de convecinos que están necesitando este calor, este confort, este espacio de refugio, donde encontrar una voz que no encontrarán en ningún otro lugar, y entiendo que esta función que yo casi diría de terapia social, la ha de hacer esta cadena (TV3), pero, nunca olvidando, ni jamás dejando huérfanos a otros catalanes que no tenemos esta pasión independentista (…)

No es lo que dice, es cómo lo dice. Pide permiso, casi disculpas, avanza por la sintaxis agarrado a la fonética como pidiendo perdón. Es la precaución de quien se adentra en un campo de minas y mide sus pasos, uno a uno, antes de decidirse a dar el siguiente. Teme ofender. Como si tuviera miedo a saltar por los aires en cualquier momento. Es fantástico que se atreva a decirlo, es lamentable que lo haga desde la asunción de una hegemonía moral que no está en él, ni sobre todo en lo que dice, sino en los que le escuchan, o sea, en los que le vigilan, en los dueños del discurso (M. Foucault), en los dueños de la masía.

De momento da por bueno lo que es intrínsecamente malo, un lugar para la agitación golpista, una excepcionalidad al periodismo prostituido por el mero hecho de abalarlo muchos, incluso un espacio para la “terapia social”. Acto fallido que desenmascara lo que realmente piensa. Nadie se da por aludido.

Atrás me he dejado la excepción al programa “Polonia”, de Toni Soler, ese fascistilla sin correajes, que mira por encima del hombro a todo aborigen de Cornellá llegado a Cataluña desde más allá del Ebro. Era el momento en que Víctor Amela señala y acusa de parcialidad a varios programas políticos de debate. Mientras los nombra se encuentra con la mirada de Toni Soler, y quiebra: “Dejo de lado el tuyo, es de humor, y ha de existir”. Balbucea, no se atreve con la presencia de Toni Soler. Lo demuestra nuevamente en la fonética, en la gestualidad. Nombra, pero no a todos, acusa, pero no del todo. ¿Dónde está la diferencia? ¿En el humor? ¿El humor no puede ser parcial? Pues sí, y mucho, querido Víctor. El programa Polonia, dirigido por Toni Soler, es uno de los espacios más descaradamente parciales de TV3. Hasta el humor puede servir para excluir. La crítica es una cosa, y la satanización, otra. El corte que hicieron hace unos días donde una reunión “clandestina” de los CDR cambian la escenografía de la sala donde “conspiran”, por otra plagada de símbolos nazis mezclados con banderas españolas constitucionales, mientras los activistas se transforman en ultraderechistas con el brazo en saludo fascista para confundir a la Policía Nacional en cuanto entren, son una muestra de esa pedagogía del odio que durante años han sembrado en los corazones de miles de catalanes para lograr el desprecio a España y a cuanto representa. Ha sido una lluvia fina, constante, oficiada por el nacionalismo en el poder. Son esos clichés, medio en broma, medio en serio, desde la escuela a los medios de comunicación, gestionados por asociaciones culturales de normalización del catalán, de recuperación de la cultura catalana y puestos en escena en manifestaciones, sentimientos deportivos, religiosos… los que conforman la argamasa que ha envenenado y deformado a buena parte de la sociedad catalana.




Ese teatrillo de Polonia, como cualquier chiste, sería inocuo sin el contexto propicio de odio que vivimos hoy en Cataluña, porque se traduciría por absurdo, algo que es espacio común de la broma. Pero en la atmósfera conspirativa, de víctimas y verdugos, de expolio fiscal y saqueados, de demócratas y franquistas, ese chiste xenófobo, no tiene ni puta gracia. Simplemente es pedagogía del odio de la peor calaña. Y su director un supremacista, un racista cultural, un impresentable, cuya chulería no envidia la de cualquier falangista de otra época. Que escoja la descalificación ad hominem que más le guste, pero deje en paz a la democracia, y no trate de confundirse con Mandela. Un respeto a la inteligencia. Y al personaje.

Y llega la debilidad del clochard. El invitado les ruega que los catalanes no nacionalistas tengan un acomodo en la programación de todos: Y hostias, ¿y yo qué? ¿y yo qué...?” Gimotea lastimero, preocupado por no parecer ofensivo. Repito, la fonética esclavista, patética. Lo puedo entender, los que no pertenecemos a la casta hemos perdido tanto la posición, que, si no queremos ser rechazados de antemano, nos tenemos que amoldar. Eso dice el marketing. Entra despacio, no seas ofensivo, de lo contrario no pasas el corte. En palabras de Alfonso Guerra: “El que se mueva, no sale en la foto”. Es la chulería del poder omnímodo. Efectivamente, eso dice el marketing, pero la dignidad lo aborrece.

Abandono el hostigamiento, reconozco a la persona honesta que quiere aportar algo al debate. Dejemos coger aire al periodista, al escritor, sobre todo al pensador, Víctor Amela. Quiere aportar racionalidad, ilustración al debate. Su discurso es fresco, necesario. Y nombra a los catalanes ausentes que no tienen presencia en TV3 y deberían tenerla: “No quiero hablar de políticos –asegura- Yo lo que necesito (son) periodistas, escritores, cineastas, filósofos, cantantes, poetas, historiadores no independentistas, y catalanes –subraya catalans- ¿qué no tenemos aquí, en Cataluña? (…)

Señala la llaga, esa herida provocada por la exclusión nacionalista de todo discurso empírico, ilustrado, científico, histórico en la televisión de todos. Esa llaga que nos impide conectarnos con lo mejor del siglo de las luces para comprender, sopesar, desbrozar la cizaña del trigo, la mentira de la verdad, la manipulación de la honestidad, la emoción de la razón. Pero ni caso, el discurso sigue por derroteros insustanciales, como si fueran incapaces de salir del ¡y tú más! de los políticos.

Le faltó añadir, albañiles, sindicalistas de base, de esos que no están liberados; taxistas, parados, trabajadores con sueldos de miseria, enfermeras y médicos públicos, maestros y profesores no nacionalistas, padres que piden y no les dan clases en castellano a sus hijos, inmigrantes, policías nacionales y guardias civiles, mozos de escuadra díscolos con la obediencia ciega al procés, pequeños empresarios, grandes directivos, dueños de empresas multinacionales, andaluces, extremeños, sastres de sevillanas, personas con dificultades para encontrar trabajo por no hablar catalán, seguidores de la selección española… ¡Le faltó nombrar a tanta gente excluida de su oasis…!

En el colmo del cinismo, la presentadora le reprochó la negativa de algunos políticos no nacionalistas a asistir a los debates de TV3. Y es verdad, últimamente, varios tertulianos y políticos prefieren no cooperar con su presencia a la falsa pluralidad de TV3 asistiendo en condiciones de inferioridad manifiesta. En la mayoría de los casos, una jauría separatista, más la presentadora de turno contra el saco de boxeo de turno. Es normal que se cansen de hacer de tontos útiles, y aguantar el acoso y el desprecio.

Yo estoy en contra. Aún en las peores condiciones, se debe asistir. Es libertad de cada cual calibrar la resistencia de su alma, pero soy un romántico convencido de que allí dónde hay un discurso racional y honesto, la verdad tiene una oportunidad aún en las peores circunstancias. Yo lo intenté en 2014. El programa 23/24 me fichó para asistir una vez por semana. Se sorprendieron cuando les dije sin resistencia alguna que sí. No me preguntaron en qué idioma hablaría. Me recordó el detalle una periodista conocida asidua del programa cuando nos cruzamos en uno de ellos. “¿Te dejan hablar en castellano? No me han dicho nada ni yo les he preguntado. “Poco durarás” me insinuó con complicidad. No me molesté en decirle que me importaba un pimiento.

No me preguntaron por el idioma, pero sí por el IVA del emolumento. ¿Los 125 € los quiere con IVA o sin IVA? “Con IVA, por supuesto”, les contesté contrariado. La pregunta me pareció tan insólita, que me indigné nada más colgar por no haber estado más diligente preguntándoles a su vez yo si pagaban a alguien en negro.

La segunda vez que me llamaron no fue a la semana siguiente, sino tres semanas después si mal no recuerdo. Y la tercera un mes después. Era evidente que la asistencia cada semana se espació sospechosamente. Y ahí se quedó la cosa. Solo sé que hablé en español, que no me callé ni una, y que aún espero cobrar los tres programas a los que asistí. Nunca nadie me dijo nada de rescindir el pacto. Reclamé cuatro o cinco veces el dinero prometido. Nunca llegó. Hasta hoy. He de decir en honor del director del programa, como de la persona que gestionó mi contratación, que me trataron de forma exquisita en todo momento. Ni siquiera cuestioné entonces ni cuestiono ahora la corrección con la que me trataron a pesar de los intentos vanos que algún amigo sin respeto alguno por los hechos y en nombre de las filias, me susurrara insistentemente entonces de tales catalibanes: “ni una mala palabra, ni una acción buena”. Simplemente relato lo que viví, independiente de quienes fueran los protagonistas y el ecosistema nacionalista en que vivían.

La entrevista da para mucho más, pero la herejía de la extensión empieza a sobrepasar los límites. Sorry.

P.D. A pesar de la aspereza expuesta, Víctor Amela dejó dicho lo que muchos piensan en silencio y callan. Ni un reproche a la persona y a su esfuerzo por decir lo evidente. Mi respeto. En realidad, los reproches son a un tiempo histórico donde la alienación se ha convertido en sumisión generalizada. Vivimos en una Cataluña tan siniestra, que hasta los que nunca se dejarán saquear la mente, jamás podrán estar seguros si sus hijos sí.




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