Artículo de Antonio Robles
Ver la mirada de impacto que la
presentadora de TV3, Laura Rosel sostiene mientras el escritor y periodista
Víctor Amela despotrica contra la parcialidad de la televisión pública de
Cataluña, es un poema… y
una descripción del mal que nos asola.
No se lo puede
creer, es una mirada inaudita, como si lo que pasaba ante su presencia no fuera
real. Era esa expresión de estupor ante algo que produce repelús, asquito, como
cuando tenemos que recoger una diarrea del perro y no sabemos cómo, ni con qué.
Un extracto de ese momento mágico corre las RRSS haciendo estragos. El entrevistado, Víctor Amela le ha cantado las cuarenta a TV3 entre la conmoción de Laura Rosel y la incredulidad de Toni Soler. Están tan acostumbrados a vivir en Matrix… que un leve roce con la realidad les desorienta.
Hace ya tiempo que
los audiovisuales han ganado la partida a la reflexión escrita. Dos modos
diferentes de acercarnos a la realidad igualmente válidos. Así que, ¿por qué no
fundirlos? No sigan leyendo, escuchen, vean, y prosigan después. La nueva
manera de describir la realidad.
Yo no vi el programa, me resumo al extracto de Yu Tube que eleva a Víctor Amela a los altares por su atrevimiento. Pero… ¿Le cantó Víctor Amela las cuarenta a TV3, o por el contrario le rindió homenaje a su hegemonía moral? Veamos.
Con exquisitas
maneras y mejor dicción, el escritor y periodista entrevistado, centra el
problema en el monopolio del relato secesionista de TV3:
“Encuentro
(en TV3) un discurso hegemónico, que es el del soberanismo, que ha de existir,
porque aquí hay dos millones de convecinos que están necesitando este calor,
este confort, este espacio de refugio, donde encontrar una voz que no
encontrarán en ningún otro lugar, y entiendo que esta función que yo casi diría
de terapia social, la ha de hacer esta cadena (TV3), pero, nunca olvidando, ni
jamás dejando huérfanos a otros catalanes que no tenemos esta pasión
independentista (…)”
No es lo que dice, es cómo lo dice. Pide
permiso, casi disculpas, avanza por la sintaxis agarrado a la fonética como
pidiendo perdón. Es la precaución de quien se adentra en un campo de minas y
mide sus pasos, uno a uno, antes de decidirse a dar el siguiente. Teme ofender.
Como si tuviera miedo a saltar por los aires en cualquier momento. Es fantástico que se atreva a decirlo,
es lamentable que lo haga desde la asunción de una hegemonía moral que no está
en él, ni sobre todo en lo que dice, sino en los que le escuchan, o sea, en los
que le vigilan, en los dueños del discurso (M. Foucault), en los dueños de la masía.
De momento da por bueno lo que es
intrínsecamente malo, un lugar para la agitación golpista, una excepcionalidad
al periodismo prostituido por el mero hecho de abalarlo muchos, incluso un
espacio para la “terapia social”.
Acto fallido que desenmascara lo que realmente piensa. Nadie se da por aludido.
Atrás me he
dejado la excepción al programa “Polonia”, de Toni Soler, ese fascistilla sin correajes, que mira por encima del
hombro a todo aborigen de Cornellá llegado a Cataluña desde más allá del Ebro.
Era el momento en que Víctor Amela señala y acusa de parcialidad a varios
programas políticos de debate. Mientras los nombra se encuentra con la mirada
de Toni Soler, y quiebra: “Dejo de lado
el tuyo, es de humor, y ha de existir”. Balbucea, no se atreve con la
presencia de Toni Soler. Lo demuestra nuevamente en la fonética, en la
gestualidad. Nombra, pero no a todos,
acusa, pero no del todo. ¿Dónde está la diferencia? ¿En el humor? ¿El humor no puede ser parcial? Pues
sí, y mucho, querido Víctor. El programa Polonia, dirigido por Toni Soler, es
uno de los espacios más descaradamente parciales de TV3. Hasta el humor puede servir para excluir. La crítica es una cosa, y la
satanización, otra. El corte que hicieron hace unos días donde una reunión
“clandestina” de los CDR cambian la escenografía de la sala donde “conspiran”,
por otra plagada de símbolos nazis mezclados con banderas españolas
constitucionales, mientras los activistas se transforman en ultraderechistas
con el brazo en saludo fascista para confundir a la Policía Nacional en cuanto
entren, son una muestra de esa pedagogía del odio que
durante años han sembrado en los corazones de miles de catalanes para lograr el
desprecio a España y a cuanto representa. Ha sido una lluvia fina,
constante, oficiada por el nacionalismo en el poder. Son esos clichés, medio en
broma, medio en serio, desde la escuela a los medios de comunicación,
gestionados por asociaciones culturales de normalización del catalán, de
recuperación de la cultura catalana y puestos en escena en manifestaciones,
sentimientos deportivos, religiosos… los que conforman la argamasa que ha
envenenado y deformado a buena parte de la sociedad catalana.
Ese teatrillo de Polonia, como cualquier chiste, sería inocuo sin el contexto propicio de odio que vivimos hoy en Cataluña, porque se traduciría por absurdo, algo que es espacio común de la broma. Pero en la atmósfera conspirativa, de víctimas y verdugos, de expolio fiscal y saqueados, de demócratas y franquistas, ese chiste xenófobo, no tiene ni puta gracia. Simplemente es pedagogía del odio de la peor calaña. Y su director un supremacista, un racista cultural, un impresentable, cuya chulería no envidia la de cualquier falangista de otra época. Que escoja la descalificación ad hominem que más le guste, pero deje en paz a la democracia, y no trate de confundirse con Mandela. Un respeto a la inteligencia. Y al personaje.
Y llega la
debilidad del clochard. El invitado
les ruega que los catalanes no nacionalistas tengan un acomodo en la
programación de todos: “Y hostias, ¿y yo qué? ¿y yo qué...?”
Gimotea lastimero, preocupado por no parecer ofensivo. Repito, la fonética
esclavista, patética. Lo puedo entender, los que no pertenecemos a la casta
hemos perdido tanto la posición, que, si no queremos ser rechazados de
antemano, nos tenemos que amoldar. Eso dice el marketing. Entra despacio, no
seas ofensivo, de lo contrario no pasas el corte. En palabras de Alfonso
Guerra: “El que se mueva, no sale en la foto”. Es la chulería del poder
omnímodo. Efectivamente, eso dice el marketing, pero la dignidad lo aborrece.
Abandono el
hostigamiento, reconozco a la persona honesta que quiere aportar algo al
debate. Dejemos coger aire al periodista, al escritor, sobre todo al pensador,
Víctor Amela. Quiere aportar
racionalidad, ilustración al debate. Su discurso es fresco, necesario. Y
nombra a los catalanes ausentes que no tienen presencia en TV3 y deberían
tenerla: “No quiero hablar de políticos –asegura- Yo lo que necesito (son)
periodistas, escritores, cineastas, filósofos, cantantes, poetas, historiadores
no independentistas, y catalanes –subraya catalans- ¿qué no tenemos aquí, en
Cataluña? (…)
Señala la llaga, esa herida provocada por
la exclusión nacionalista de todo discurso empírico, ilustrado, científico,
histórico en la televisión de todos. Esa llaga que nos impide conectarnos con
lo mejor del siglo de las luces para comprender, sopesar, desbrozar la cizaña
del trigo, la mentira de la verdad, la manipulación de la honestidad, la
emoción de la razón.
Pero ni caso, el discurso sigue por derroteros insustanciales, como si fueran
incapaces de salir del ¡y tú más! de los políticos.
Le faltó añadir,
albañiles, sindicalistas de base, de esos que no están liberados; taxistas,
parados, trabajadores con sueldos de miseria, enfermeras y médicos públicos,
maestros y profesores no nacionalistas, padres que piden y no les dan clases en
castellano a sus hijos, inmigrantes, policías nacionales y guardias civiles,
mozos de escuadra díscolos con la obediencia ciega al procés, pequeños empresarios,
grandes directivos, dueños de empresas multinacionales, andaluces, extremeños,
sastres de sevillanas, personas con dificultades para encontrar trabajo por no
hablar catalán, seguidores de la selección española… ¡Le faltó nombrar a tanta gente excluida de su oasis…!
En el colmo del
cinismo, la presentadora le reprochó la negativa de algunos políticos no
nacionalistas a asistir a los debates de TV3. Y es verdad, últimamente, varios tertulianos y políticos prefieren no
cooperar con su presencia a la falsa pluralidad de TV3 asistiendo en
condiciones de inferioridad manifiesta. En la mayoría de los casos, una
jauría separatista, más la presentadora de turno contra el saco de boxeo de
turno. Es normal que se cansen de hacer
de tontos útiles, y aguantar el acoso y el desprecio.
Yo estoy en
contra. Aún en las peores condiciones,
se debe asistir. Es libertad de cada cual calibrar la resistencia de su
alma, pero soy un romántico convencido
de que allí dónde hay un discurso
racional y honesto, la verdad tiene una oportunidad aún en las peores
circunstancias. Yo lo intenté en 2014. El programa 23/24 me fichó para
asistir una vez por semana. Se sorprendieron cuando les dije sin resistencia
alguna que sí. No me preguntaron en qué idioma hablaría. Me recordó el detalle
una periodista conocida asidua del programa cuando nos cruzamos en uno de
ellos. “¿Te dejan hablar en castellano? No me han dicho nada ni yo les he
preguntado. “Poco durarás” me insinuó con complicidad. No me molesté en decirle
que me importaba un pimiento.
No me
preguntaron por el idioma, pero sí por el IVA del emolumento. ¿Los 125 € los quiere con IVA o sin IVA? “Con
IVA, por supuesto”, les contesté contrariado. La pregunta me pareció tan
insólita, que me indigné nada más colgar por no haber estado más diligente
preguntándoles a su vez yo si pagaban a alguien en negro.
La segunda vez
que me llamaron no fue a la semana siguiente, sino tres semanas después si mal
no recuerdo. Y la tercera un mes después. Era evidente que la asistencia cada
semana se espació sospechosamente. Y ahí se quedó la cosa. Solo sé que hablé en español, que no me callé ni una, y que aún espero
cobrar los tres programas a los que asistí. Nunca nadie me dijo nada de
rescindir el pacto. Reclamé cuatro o cinco veces el dinero prometido. Nunca
llegó. Hasta hoy. He de decir en honor del director del programa, como de la
persona que gestionó mi contratación, que me
trataron de forma exquisita en todo momento. Ni siquiera cuestioné entonces
ni cuestiono ahora la corrección con la que me trataron a pesar de los intentos
vanos que algún amigo sin respeto alguno por los hechos y en nombre de las
filias, me susurrara insistentemente entonces de tales catalibanes: “ni una mala palabra, ni una acción buena”.
Simplemente relato lo que viví, independiente de quienes fueran los
protagonistas y el ecosistema nacionalista en que vivían.
La entrevista da
para mucho más, pero la herejía de la extensión empieza a sobrepasar los
límites. Sorry.
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