“Hay algo lamentable en las conclusiones
episcopales: poner en tela de juicio un concepto como la Justicia, que es
básico para la convivencia y la paz social”
“¿Por qué aluden al Papa y obvian que el
Vaticano ha condenado, sin ambages, el proceso independentista catalán?”
Los obispos catalanes se han descolgado con un comunicado de
su Conferencia que, sin duda, lejos de serenar el espíritu de los creyentes con
el tema del separatismo catalán, soliviantará muchas conciencias cristianas que
se han sentido en la más absoluta orfandad de aquel clero mientras se sembraba
la insolidaridad y el egoísmo por parte de un sector, privilegiado y
prepotente, de la sociedad catalana.
Hay algo lamentable en las conclusiones episcopales: poner en tela de juicio un concepto como la Justicia, que es básico para la convivencia y la paz social. Así se infiere de esa frase, “sin entrar en debates jurídicos”, contenida en el comunicado. ¿Cómo que sin entrar en debates jurídicos? Si nos olvidamos de ellos todo lo demás sobra; cada cual puede hacer de su capa un sayo y la sociedad se va por el sumidero del abuso de poder, la venganza y la desvergüenza. Es cierto que la moral y los principios éticos nos deben llevar a condenar el delito y a compadecer al delincuente, pero la sociedad debe recuperar el equilibrio roto por quienes han delinquido.
Conviene recordar que los presos por el proceso independentista están imputados por delitos de especial gravedad que han soliviantado a la sociedad, la han dividido y podían haberla fracturado gravemente de no haberse puesto en marcha la función reintegradora del orden legal que corresponde a la Justicia. Ésta tiene un valor ineludible para el mantenimiento de la armonía entre los miembros de una sociedad, ya que establece el marco adecuado para las relaciones entre las personas y las instituciones.
Al margen de ese lamentable olvido de la función reparadora
del orden social que se consigue desde planteamientos jurídicos, muchas mentes
dolidas por cuanto ha sucedido en aquella parte de España se hacen preguntas
sobre la actitud de la Iglesia catalana a lo largo de ese dilatado desafío al
orden jurídico establecido democráticamente. Entre otras, las siguientes:
¿Por qué aluden al Papa y obvian que el Vaticano ha
condenado, sin ambages, el proceso independentista catalán?
¿Por qué no hablaron del abuso de utilizar las iglesias y
los púlpitos para dar cobijo a un acto ilegal como el “seudo referéndum”?
¿Por qué se refieren a un “problema político de primer
orden” mientras han silenciado, año tras año, la actitud de una serie de
personas y grupos, muchos alentados desde sectores eclesiásticos, empeñados en
dividir a la sociedad con una actitud supremacista ajena a los principios y la
doctrina solidaria de la fe cristiana?
¿Por qué no han denunciado las miserias ocasionadas con los
despilfarros y saqueos de unos separatistas que abandonaron las políticas
sociales para desviar fondos que sirvieran para construir su mesiánica e ilegal
“república”?
¿Por qué no expresan otra preocupación similar a tantos y
tantos presos que también pedirían “una reflexión serena” sobre su
encarcelamiento y las circunstancias personales de los afectados por el mismo?
Una vez más los pastores eclesiásticos olvidan el mensaje
evangélico, confundiendo religión y política y alejándose del consejo cristiano
de dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. Y parece cada
vez menos extraño que no sea casualidad que Cataluña sea ahora mismo una región
que arroja los más bajos índices de catolicismo entre su población. Quizá
debieran preguntarse los obispos catalanes sobre las razones de su escaso eco
pastoral.
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