Artículo de Miguel Ángel García
Hablamos en tertulias de bar; en corrillos vecinales. Los más atrevidos y ya puestos en esto de la informática e Internet, hasta participan en las redes sociales dando su opinión en foros especializados o no. Otros escriben o escribimos en los periódicos –digitales o de papel–, sobre lo que “la calle” se hace eco o, incluso, sobre lo que vivimos en primera persona como es mi caso. Buscamos soluciones y respuestas a nuestras preguntas. Pero nunca pasa nada que consiga contentarnos como debería ser.
No sé si será coincidencia, que lo es, pero desde el pasado día nueve que ingresé en el Hospital Universitario Virgen Macarena de Sevilla, las noticias que han transcendido a la opinión pública por los medios de comunicación respecto a esta institución sanitaria, han ido desde “morir en urgencias”, hasta una violación en el mismo servicio. Eso, pasando por mi vía crucis particular que aún padezco, aunque no sea público o tan público como los otros.
De todos los comentarios, artículos, o testimonios personales a los que tengo acceso con mi entorno, en ningún caso oigo ni leo, lo que para mí es fundamental y sobre lo que no se incide ni de manera directa, ni siquiera de soslayo. Se buscan culpables, se expresa la rabia, la ira del momento en caliente, o la impotencia de los indolentes, sale a flote en un “tuit” lastimero. De todo se oye y se lee, sin dar, en mi opinión, con el quid de la cuestión, que, desde mi punto de vista, está más soterrado, más escondido, mucho más oculto a la percepción general de la ciudadanía, y no sé si será por acción directa o por omisión consentida tanto de unos como de otros. La cuestión es que no lo oigo.
En un artículo muy esclarecedor de Federico Relimpio, al respecto de las muertes en urgencias y todo lo que supone y ha supuesto sobre la sociedad española en general y la andaluza en particular, el sistema sanitario, desde que asumieron las competencias las CCAA, deja clara la primera y última responsabilidad de su funcionamiento: las políticas que marcan los responsables políticos en esta materia en particular, si bien, en realidad, es en todas y cada una de las manifestaciones de nuestra cotidianidad donde ejercen de manera directa sus potencialidades estos politicastros que nos desgobiernan: desde la sanidad a la educación, la economía, la justicia o las políticas sociales. Todo es de su incumbencia, y de todo son responsables, para bien o para mal, como es el caso.
Para no desviarnos del tema que nos ocupa, seguiré con la sanidad, porque hace más de veinte años, es decir, al poco (como cuatro o cinco años) de haber sido impuesto el nuevo sistema que denominaron de Atención Primaria, que terminaba con el médico rural, el de cabecera y los “consultorios” y demás, hubo un médico, director del centro y del área sanitaria, que me comentó en su día, que “aquello, y, en tan poco tiempo, se veía claramente cómo había fracasado”. Nada se ha hecho por enmendar eso desde entonces y siguen erre que erre con el mismo plan de entonces.
Al margen de esto que comento como anécdota, inferir en lo mollar del asunto: el caos en la sanidad, en lo que en primera persona he vivido, y no como comentarios sobre hechos aislados, y, que en efecto, se pueden dar y se dan en cualquier parte. Pero muy diferente es el matiz, de comentar un hecho como el de morir en urgencias o denunciar una violación en urgencias del Virgen Macarena, a tener que plantearse uno mismo, que su malestar depende directamente de la atención recibida.
Como hice en otro artículo, exonero de manera particular a una serie de personas que desde mi punto de vista cumplieron y cumplen con su trabajo. Se les veía. Se nota en sus maneras de tratar al enfermo, y dejan claras la asunción de responsabilidades que su trabajo conlleva: demuestran su profesionalidad, y hacen ver a los demás, lo vocacional que es su profesión por encima del propio caos en el que les imbuye el sistema. No así, de los que ni cumplen con sus obligaciones, ni tienen hacia el paciente el trato que todo paciente se merece, tanto por su calidad de enfermo, como por la de contribuyente que les paga el sueldo; así como ni demuestran esa vocación necesaria para trabajar en un sitio como este. Esos, son los que sí le echan la culpa de sus comportamientos al sistema que les “obliga” a actuar de esa, en ocasiones, ruin manera.
Pero este tampoco es el busilis de la cuestión. Esto que acabo de decir, es la constatación de un hecho y una opinión, pero de donde deviene todo este maremágnum, es del abuso que se ha hecho norma. Proviene, pues, de normalizar una moralidad abyecta que se ha ido inoculando poco a poco. Nada tiene que ver el corporativismo que existía antes –y aún existe, pero de diferente manera, antes eran poderosos y ahora son lameculos– entre las más altas instancias de la sanidad en los hospitales.
Hoy día, se ha impuesto, de vil manera, lo protocolario por encima de las consideraciones profesionales, la burocracia a la deontología y el criterio médico, y la necedad de los ignorantes a la salvaguarda de una profesión que se debe, por encima de todas, a lo más preciado por cualquiera: la salud del individuo.
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