Nadie en su sano juicio podría pensar que en un mes y medio los
independentistas iban a cambiar de opinión, los bálsamos mágicos no existen en
política y menos los experimentos, que ya sabemos que se hacen con gaseosa y no
con las urnas.
Es de ingenuos creer que unas emociones adquiridas por un
adoctrinamiento sistemático durante años, puedan desaparecer en un mes y medio,
la conveniencia electoral solo se ha traducido en un intercambio de votos entre
los mal llamados partidos constitucionalistas, porque me temo que entre ellos
hay algunos que no lo son tanto.
Las emociones nublan la razón, a los independentistas, se les
escurren los argumentos entre las manos; la xenofobia, la supremacía, el
rechazo, etc. Son más fuertes que la razón, la ley, y el amor.
El planteamiento ha sido erróneo, dudamos de la fuerza de un
Estado de Derecho constituido legal y formalmente, y a estas alturas no hemos
considerado la resistencia de un gobierno autonómico consolidado por una
ingeniería social, planificada e implantada, desde la Transición; cuanto miedo
a aplicar la ley de verdad y dejarnos de juegos tibios y de paños calientes,
que nos está haciendo aparecer sobre el resto de paises y en este aspecto, como
un país débil en la aplicación de unas leyes consensuadas por la mayoría del
pueblo español ¿en qué podemos confiar entonces? Si nos falla el soporte
básico de una Nación.
El decir las cosas claras
tiene sus compensaciones, como ha ocurrido en el caso de Ciudadanos y de su
excelente candidata, pero esto que está muy bien, no va a revertir una
situación que está muy arraigada en parte de la sociedad catalana, como
consecuencia de mirar para otro lado durante tantos años, y estableciendo una
conmutación y compensaciones de intereses electorales.
El caos y la confusión están presente, las repercusiones están
siendo considerables, fuga de empresas, reducción del PIB, bajada del turismo,
malas relaciones entre familiares y amigos y una inestabilidad social del
carajo. Hacer cosas que no sirvan para nada, es perder tiempo y dinero, dos
cosas muy necesarias para continuar viviendo y que nadie debería malgastar, y
menos hacérnoslo malgastar.
Eso ha sido lo único para lo que han servido las elecciones
catalanas, para que todo siga igual, los políticos han soltado sus discursos,
eso sí, bailando, haciéndose fotos y reportajes por doquier, prometiéndonos un
futuro mejor en caso de que el poder cayera en sus manos. En fin, lo de siempre.
Y encima, hay huidos de la ley, cuyo máximo representante se pone
en plan chulo y le demanda al presidente de la Nación que se pase por Bruselas
para establecer negociaciones ¿hasta dónde hemos llegado en este país? El
teatro de lo absurdo se queda en calzoncillos, ante tantos delirios.
Y los españoles a la expectativa, como mera audiencia en un teatro
montado por comediantes, viendo además cómo la reforma de una ley electoral que
fomenta y propicia todas estas situaciones, ni siquiera se menciona, no vaya a
ser que haya que modificarla. Lagarto, lagarto.
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