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miércoles, 6 de diciembre de 2017

Sara Baras


Artículo de Antonio Montero



Comienza el espectáculo. Se levanta el telón para las Sombras. Los querubines anuncian al arcángel por venir; cogidas de la mano, del talle, quizá envueltas en las gasas de su vestido Sara y la Farruca ocupan el escenario y yo me rindo a sus pies y deseo que estas capitulaciones sean un modo de existencia. Y el romance, la serrana, el martinete arremolinan recuerdos con sus lances, sus desplantes, sus llamadas, y entreveo a Joselito, Belmonte y Chicuelo citar de lejos y templar la faena y sí, los bastones del cuerpo de baile, su elegancia, su gallardía en el porte evocaban ya no sé si a piqueros o picadores y en deleitante quimera recordé, para justificar mi delirio, a don Alonso, sí don Quijote, pero es que hablaba a su escudero: “en la mitad de una gran plaza dar una lanzada con felice suceso a un bravo toro: bien parece un caballero armado de resplandecientes armas pasar la tela en alegres justas delante de las damas; y bien parecen todos aquellos caballeros que en ejercicios militares, ó que lo parezcan, entretienen y alegran, y, si se puede decir, honran las cortes de sus Príncipes.”

Y al bajar el telón, sustentado, vigilado, seducido, despierto y acunado en el sueño de las Sombras, como señala el programa de mano, imaginé un futuro en el que rendirse ante Goya y la Tauromaquia, Picasso y Belmonte, Hemingway y el Niño de la Palma, Sánchez Megías y Lorca, Bizet y Carmen, Barbieri y Pan y toros o Mariano Benlliure y su variada obra escultórica sobre el toreo, era como el deambular de los voluntarios de Fahrenheit, con la única ocupación de pasear rememorando una y otra vez aquellos libros que los policías de Bradbury enviaban a la hoguera.

Porque, y una sacudida me arrancó del sueño, experimenté miedo al recordar la lectura del tweet: “Pequeño homenaje al toro Avispado 25 años después de que matase al torturador Francisco Rivera, alias "Paquirri", en la plaza de tortura de Pozoblanco...”. Me preguntaba si sería imposible la llegada al poder de estas gentes, me inquietaba concebirles instalados en la potestad a estos incultos agresivos, chorreantes de odio a su incultura, sabedores, en esa parte de nosotros que no se comparte ni en la intimidad, de su responsabilidad al dilapidar el elenco de posibilidades que esta sociedad opulenta puso en sus manos y ellos han desperdiciado para consagrarse a su vida de chupadores okupas (eufemismo de las izquierdas para nombrar el robo y usufructo, siquiera temporalmente, de lo ajeno) y desde aquí predicarnos las bondades de su filosofía depredadora y lunes al sol, perseguir una revolución en la que trabajo, eficiencia y buen hacer sean gemidos burgueses esgrimidos por los que no desean su «empoderamiento».

Me resistía a imaginar su mundo de odios, de envidias en el que la ignorancia, investida con manto del poder, dictaminara, como pretenden en Madrid, Cádiz, Marinaleda…, sobre lo que conviene o no a los ciudadanos. Y recordaba el páramo cultural en la Rusia y China de los Lenin, Stalin, Maos en nombre del pueblo y para el pueblo. Recordé sus proclamas en las que la música de Vivaldi, Mozart, Beethoven…era declarada burguesa y, por tanto, proscrita. Y el torbellino trajo a mi memoria a las Annas Gabriel pregonando la superioridad de las parejas de homosexuales sobre las formadas por hombre y mujer y a continuación a los homosexuales mandados a ejecutar en la Cuba de los sesenta por el Che en nombre del puritanismo cristianoide que envuelve las acciones de los populistas de siempre.

¿Qué sería del Guernica? ¿Qué de la elegía de Ignacio Sánchez? En la zozobra podía contemplar a los censores actuando, con afiladas guillotinas al efecto, sobre los textos de Lorca para extirpar de ellos aquellas páginas malditas que lloran la ausencia del maestro. Imaginaba a los sumos sacerdotes del poder cultural invirtiendo los términos, reescribiendo la historia para presentar al poeta como el primer viril guerrillero que denunció en su Llanto una barbarie en la que, el torero muerto, era el justo resultado de la lucha revolucionaria del toro.

Imaginaba teatros sin Sara Baras, sin bulerías, ni tientos, ni farrucas,… sin alegrías. Los vi recogiendo sus guitarras, sus escasas pertenencias y subiendo cabizbajos los escalones del tren en el que junto a los viejos, por sus edades o ideas, se atrevían a desafiar las verdades de «su gente» y seguir creyendo que los toros es el único concepto sociológico que nos une mayoritariamente a los españoles, venezolanos, mejicanos, colombianos, peruanos, ecuatorianos, portugueses y franceses. Y esto, es mucho unir.




2 comentarios:

  1. Bueno, Montero, por lo visto no te gustan los municipios del cambio...Y no te acuerdas en qué trinchera estaban el de Granada ni el del Guernica.... ¿Porqué Guernica pintada de esa forma tan dolorosa...? ¿Olvidado?. Aludes, por otra parte al buén hacer,con toda la razón del mundo...y claro, no se la atribuyes, en este escrito, a los artesanos que toda la vida de Dios nos han arreglado o hecho algún mueble, alguna carpintería, algún artilugio de labranza...con paciencia, dedicación,habilidad, y satisfecho te lo antregaba como el que entraga un presente...y de la misma manera, el sujeto que lo gozaba se acordará toda su vida....y a veces sus hijos y nietos también. Te concedo que hay algo de verdad en el toreo. Poniendo las cosas muy bién, no han "trabajado" al toro, y la lid tiene aspectos de creación,de obra de arte. Pero ¿y el toro?...Claro, difícil deponerse en su lugar. No dices nada de el. Las referencias que das no son suficientes, ni por asomo, para justificar la suerte del toro ¿Que tenemos de más, los seres humanos, para no ser tratados por lor toros, en una plaza, como nosotros los tratamos a ellos? Me lo debes, Montero, porque he creido en tus artículos y he compartido alguno. Espero que sigamos la conversación.

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