Artículo de Luis Marín Sicilia
“¿Respiran cólera, irritabilidad o antipatía los del lacito, bufandas y
pañuelos amarillos?”
“Si Puigdemont y su gente se hubieran vacunado de la fiebre amarilla se
darían cuenta de lo ridículo de su conducta”
Provocada por un insecto díptero, la fiebre amarilla provoca
fiebres, cefaleas, ictericia, dolores musculares, náuseas, vómitos y cansancio.
Una pequeña proporción de quienes padecen el mal presenta síntomas alarmantes
de tal gravedad que, en breve plazo, acaban con su vida.
Las grandes epidemias de fiebre amarilla se producen cuando
el virus es introducido por personas infectadas en zonas muy pobladas y donde
la gran mayoría de los habitantes tiene escasa o nula inmunidad por falta de
vacunación. Y es que la fiebre amarilla puede prevenirse con una vacuna muy
eficaz, segura y asequible, siendo suficiente una sola dosis para conferir
inmunidad y protección de por vida, sin necesidad de dosis de recuerdo.
Todo lo anterior explica que ese movimiento sedicioso
surgido en Cataluña haya optado por el color amarillo como símbolo más reciente
de una de sus reivindicaciones. Dicho color lo provoca la ictericia, uno de los
síntomas de la fiebre amarilla, y se debe a trastornos del hígado, órgano que,
entre otras funciones, segrega bilis. La bilis, en la segunda acepción del
diccionario, consiste en un sentimiento de cólera, irritabilidad o antipatía.
¿Respiran cólera, irritabilidad o antipatía los del lacito,
bufandas y pañuelos amarillos? Basta con oír los mensajes y proclamas
victimistas para percatarse que son, básicamente, esos sentimientos los que
amalgaman sus conductas. Pocas veces, si es que alguna ha habido, una minoría,
por muy numerosa que se crea ser, ha provocado tal grado de frustración e
irritabilidad como la que han protagonizado quienes pretenden que los presuntos
hechos delictivos, de enorme gravedad, que han perpetrado los que han
introducido el virus de la discordia en gran parte de la población catalana,
queden exonerados de sus responsabilidades, mientras se jactan, en paraísos
flamencos, de su “hombría” y “mesianismo”.
Los viejos demonios del odio, la exclusión y la
intransigencia resucitan en algunas partes de Europa, mientras entre nosotros
unos oportunistas y mentirosos infractores coadyuvan a la desestabilización del
continente, agitando ridículas proclamas que, por mucho a coro que las repitan
rodeados de estómagos agradecidos, están condenadas a ser recordadas como un
numerito más de un pelmazo prófugo e irredento. No es de extrañar que la
“multitud” segregacionista, liderada por rebeldes prevaricadores, haya buscado
acomodo en tierras de Flandes, como hacían los etarras, donde todavía, pese a
los cuatro siglos y medio transcurridos, parece que escuecen los Tercios y el
Duque de Alba.
Si Puigdemont y su gente se hubieran vacunado de la fiebre
amarilla se darían cuenta de lo ridículo de su conducta. Al no haberlo hecho
han provocado una epidemia que está provocando dolores, nauseas, vómitos,
cefaleas, cansancio y esa ictericia cuyo amarillento color han adoptado como
símbolo. La bilis que produce solo reporta irritabilidad, ataques de cólera,
episodios de ruptura social y un creciente grado de antipatía que los que no
estamos afectados por el virus tenemos el firme propósito de que sea suturado.
Los protagonistas del “fake new” catalán, la
mentira más tumultuaria y manipulada jamás conocida, podrán seguir jugando al
escondite y a la falsedad, inoculando el virus amarillento a los afectados por
su epidemia, pero quienes velan por la salud de toda la ciudadanía terminarán
vacunando contra el díptero insecto perturbador de la convivencia a todos
cuantos atentan contra la misma. Y si alguno no quiere vacunarse, quedando
fuera de su jurisdicción, es porque forman parte de esa minoría gravemente
afectada por el virus, cuyo futuro será muy corto, si bien conseguirán su
objetivo de no vivir entre los españoles. Y así, al fin y al cabo, todos contentos.
Pues yo veo los lacitos color mierda de niño chico.
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