Artículo de Lpunto Garcés
En las Navidades de 2017 Papá Noel ha cambiado su festivo traje rojo por el uniforme de cartero, con las sacas tan llenas de expedientes administrativos que apenas si cabían por las chimeneas de algunas casas, especialmente las de los sanitarios de Granada. Más específicamente aún, la de Jesús Candel, de quien la señora Presidenta de la Junta, según declaraciones propias, “no tiene ninguna información”, aunque sus esbirros han decidido empapelarle las paredes a base de expedientes.
Además, como en la lotería, la pedrea ha ido a darle en toda la frente a Enrique Marín, Juan Carlos Herrera Viedma y a un colega de Málaga, Carlos Bautista Ojeda. Y puesto que el balance del año sigue abierto, veremos si los Reyes Magos no reparten todavía más certificados por esos campos de mi Andalucía por los que ya no andan los campanilleros en la madrugá; sino los gestores rascando agravios de aquí y de allá, intentando salvar lo que queda de la reputación que ellos mismos destruyen con sus propias decisiones.
En apenas un mes hemos vivido todo un festival de expedientes, una auténtica verbena punitiva, aunque mal organizada, como siempre, y algo desangelada: parece ser que se han entregado ahora documentos que, contraviniendo normas básicas del deber de notificación, llevan fechas antiguas; que otros ni siquiera especifican la causa por la que se incoan, o no adjuntan la resolución a la que se refieren, y que todos apuntan a lo mismo: en resumidas cuentas, a las quejas de los empleados.
Tanto si la protesta ha sido en clave de sátira, como si se ha expresado con perfecta corrección y una sonrisa en los labios; o con el peculiar estilo de un pseudohéroe del cómic; todos los que han abierto la boca contra la política “fusionista” de la Junta se han llevado un buen expedientazo. Que no se diga que aquí no hay democracia.
En apenas un mes hemos vivido todo un festival de expedientes, una auténtica verbena punitiva, aunque mal organizada, como siempre, y algo desangelada: parece ser que se han entregado ahora documentos que, contraviniendo normas básicas del deber de notificación, llevan fechas antiguas; que otros ni siquiera especifican la causa por la que se incoan, o no adjuntan la resolución a la que se refieren, y que todos apuntan a lo mismo: en resumidas cuentas, a las quejas de los empleados.
Tanto si la protesta ha sido en clave de sátira, como si se ha expresado con perfecta corrección y una sonrisa en los labios; o con el peculiar estilo de un pseudohéroe del cómic; todos los que han abierto la boca contra la política “fusionista” de la Junta se han llevado un buen expedientazo. Que no se diga que aquí no hay democracia.
No cabe mayor ejercicio de desprecio a lo que los gestores denominan en sus cursos de autoayuda para jefes, jefazos y jefecillos “escucha activa”, ni más intolerancia frente a la desesperación de una ciudadanía que vive en sus carnes los abusos de la pésima gestión sanitaria sin que sus reclamaciones sean atendidas, y sin tener siquiera la posibilidad de abrirle un buen expediente a los responsables del desaguisado.
Como muestra de lo anterior, hemos llegado a leer, atónitos y consternados, que una paciente murió en Úbeda el 21 de diciembre después de llevar más de diez horas esperando ser atendida en Urgencias. Sin embargo, lo intolerable para “ellos” es que un médico, enfermero o trabajador de algún hospital los deje en evidencia.
Como muestra de lo anterior, hemos llegado a leer, atónitos y consternados, que una paciente murió en Úbeda el 21 de diciembre después de llevar más de diez horas esperando ser atendida en Urgencias. Sin embargo, lo intolerable para “ellos” es que un médico, enfermero o trabajador de algún hospital los deje en evidencia.
Los enredos que vivimos en Andalucía desde que ciertas lumbreras, con más codicia y ambición que sentido común, decidieran arbitrariamente meter la tijera en Sanidad, han convertido el ambiente de la atención sanitaria en una extraña zarzuela trágica. Nuestras vicisitudes diarias como usuarios de los servicios de salud cada vez guardan más relación con los laberintos burocráticos que inmortalizó Kafka, y que parecen inspirar el modelo administrativo del Régimen andaluz.
Llenos de trampas tan absurdas como peligrosas, los ciudadanos caen en sus rompecabezas sin llegar a creerse del todo que esto les está pasando a ellos. Los ejemplos son variados, y algunos tan estrambóticos que trascienden con mucho la imaginación del extraordinario novelista checo.
Con los ojos como platos nos dejó la insinuación, formulada con absoluta seriedad en un periódico de los de “cabecera” del Régimen, de que existen fantasmas en los ascensores de un hospital, lo que exculparía a la Junta de su responsabilidad en el mal funcionamiento de los mismos, con sus devastadoras consecuencias. No falta el caso de esa persona con diagnóstico de gran dependencia a la que le retiraron la paga que percibía como único sustento (lamentablemente fallecida hace unos días), mientras que la Junta corre con los gastos de alquiler de las viviendas de altos cargos que ya tienen vivienda propia.
Los ejemplos proliferan a diario, generosamente, en esta tierra que empieza a convertirse en una especie de Macondo del realismo mágico, pero en siniestro: con gran aparato de prensa y fotógrafos se inauguran hospitales donde no caben las camillas en los elevadores. Las máquinas donadas por un benefactor para dar radioterapia a los enfermos de cáncer se guardan embaladas durante meses, mientras las listas de espera para recibir radioterapia se multiplican y el cáncer seguramente también.
Todo esto, y mucho más, provoca una reacción ciudadana que a los muy consentidos próceres del Régimen parece sorprenderles e irritarles sobremanera, como si no se lo merecieran con creces: rabia e indignación.
El mismo ambiente surrealista que sobrecoge al protagonista aterrado de “El Castillo” en el famoso relato de Kafka impregna las decisiones de “El Cortijo” en este incoherente sainete andaluz. Los que no vivimos del partido no entendemos nada, no terminamos de asimilar que ante el escenario de nuestras preocupaciones no haya otra respuesta que una realidad insoslayable como un muro, cuajada de normas y decisiones del todo incomprensibles, dictadas por personas en su mayoría bastas y poco formadas que al parecer están exentas de cumplir los reglamentos cuando les toca a ellas, pero que tienen el poder de exigir su cumplimiento y una servidumbre absoluta a los demás.
En vez de explicaciones, en vez de asumir sus responsabilidades, en vez de procurar el bien común, la única respuesta visible que se recibe desde arriba a nuestras quejas, a la lúgubre manera de Kafka, es esta: contra quien denuncie la situación, un aluvión de expedientes.
Llenos de trampas tan absurdas como peligrosas, los ciudadanos caen en sus rompecabezas sin llegar a creerse del todo que esto les está pasando a ellos. Los ejemplos son variados, y algunos tan estrambóticos que trascienden con mucho la imaginación del extraordinario novelista checo.
Con los ojos como platos nos dejó la insinuación, formulada con absoluta seriedad en un periódico de los de “cabecera” del Régimen, de que existen fantasmas en los ascensores de un hospital, lo que exculparía a la Junta de su responsabilidad en el mal funcionamiento de los mismos, con sus devastadoras consecuencias. No falta el caso de esa persona con diagnóstico de gran dependencia a la que le retiraron la paga que percibía como único sustento (lamentablemente fallecida hace unos días), mientras que la Junta corre con los gastos de alquiler de las viviendas de altos cargos que ya tienen vivienda propia.
Los ejemplos proliferan a diario, generosamente, en esta tierra que empieza a convertirse en una especie de Macondo del realismo mágico, pero en siniestro: con gran aparato de prensa y fotógrafos se inauguran hospitales donde no caben las camillas en los elevadores. Las máquinas donadas por un benefactor para dar radioterapia a los enfermos de cáncer se guardan embaladas durante meses, mientras las listas de espera para recibir radioterapia se multiplican y el cáncer seguramente también.
Todo esto, y mucho más, provoca una reacción ciudadana que a los muy consentidos próceres del Régimen parece sorprenderles e irritarles sobremanera, como si no se lo merecieran con creces: rabia e indignación.
El mismo ambiente surrealista que sobrecoge al protagonista aterrado de “El Castillo” en el famoso relato de Kafka impregna las decisiones de “El Cortijo” en este incoherente sainete andaluz. Los que no vivimos del partido no entendemos nada, no terminamos de asimilar que ante el escenario de nuestras preocupaciones no haya otra respuesta que una realidad insoslayable como un muro, cuajada de normas y decisiones del todo incomprensibles, dictadas por personas en su mayoría bastas y poco formadas que al parecer están exentas de cumplir los reglamentos cuando les toca a ellas, pero que tienen el poder de exigir su cumplimiento y una servidumbre absoluta a los demás.
En vez de explicaciones, en vez de asumir sus responsabilidades, en vez de procurar el bien común, la única respuesta visible que se recibe desde arriba a nuestras quejas, a la lúgubre manera de Kafka, es esta: contra quien denuncie la situación, un aluvión de expedientes.
* Lpunto Garcés es miembro de la Asociación Justicia por la Sanidad.
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