La actual crisis territorial de España,
en la que los nacionalistas de Cataluña han enfrentado a los propios catalanes
entre sí y a una parte de éstos con el resto de españoles, ha contribuido a
cuestionar el actual sistema político de nuestro país, abriendo la posibilidad
de una reforma constitucional. Sin embargo, tras el órdago soberanista no
parecería razonable premiar las aspiraciones de éstos con reformas que
faciliten el encaje de Cataluña en España. En realidad, esto del encaje
no es más que otra trampa semántica, como el derecho a decidir, para que
algunos consigan determinados privilegios en detrimento de los demás españoles.
De todos es conocida la situación en
Cataluña, en el País Vasco y Navarra, sus reivindicaciones y sus
peculiaridades, pero ¿qué ocurre en las demás comunidades? Y en particular,
¿Cómo ha evolucionado Andalucía en estos años de autonomía?
La autonomía andaluza
Las primeras elecciones al Parlamento de
Andalucía tuvieron lugar el 23 de mayo de 1982, que ganó el PSOE-A, partido que
se ha mantenido al frente de la Junta de Andalucía, desde entonces. La evolución de los
principales indicadores socioeconómicos, desde los años 80 a la actualidad,
demuestran que se han mejorado determinados aspectos, como la incorporación de
la mujer al mercado de trabajo, que ha pasado de una tasa de actividad del
20,2% al 51,5%. Asimismo, los servicios sanitarios y la educación muestran
mayores tasas de progreso. El analfabetismo ha disminuido a un 3,1% y el
porcentaje de personas con estudios secundarios o superiores no ha parado de
aumentar. En sanidad, se han visto incrementados los centros de atención
primaria y los hospitales públicos. Sin embargo, estas mejoras no han
sido exclusivas de la comunidad andaluza, en realidad forman parte del
desarrollo de todo el país y de la consolidación del Estado del Bienestar.
Si atendemos a las estadísticas del
mercado de trabajo, los datos no se muestran nada favorables: el paro, en 1980,
era del 17,4% y los últimos datos de 2017, lo sitúan en el 25,4%. El sur de
España siempre ha sufrido altas tasas de desempleo, por encima de la media
nacional. Incluso con las transferencias de las políticas activas de empleo en
2003, el Gobierno de la Junta no ha sido capaz de generar ocupación estable. De
hecho, Andalucía está a la cola, después de la ciudad autónoma de Melilla.
Tabla 1: Evolución del paro 2007-2017
2007
|
2008
|
2009
|
2010
|
2011
|
2012
|
2013
|
2014
|
2015
|
2016
|
2017
|
|
ESPAÑA
|
8,01
|
11,23
|
17,75
|
19,59
|
21,28
|
24,79
|
25,65
|
23,67
|
21,18
|
18,91
|
16,38
|
ANDALUCÍA
|
12,5
|
18,21
|
25,51
|
28,38
|
30,69
|
35,21
|
36,19
|
35,21
|
31,73
|
28,52
|
25,41
|
Datos: INE
Tabla 2: Población ocupada por sectores
AGRICULTURA
|
INDUSTRIA
|
CONSTRUCCION
|
SERVICIOS
|
|
ANDALUCIA
|
7,20%
|
9%
|
5,7%
|
78%
|
Datos:INE
En aspectos puramente económicos, podemos
decir que el peso relativo de Andalucía en el PIB nacional apenas ha variado a
lo largo de estos años: del 12,8% en 1980 al 13,3% en 2016. La aportación del
sector primario al valor añadido bruto ha caído, mientras el sector servicios
se ha incrementado espectacularmente, 7,2% y 78%, respectivamente, en 2017. En
pocas palabras, el PSOE-A no ha traído a Andalucía grandes mejoras. En
realidad, casi tres millones y medio de andaluces, el 41,7%, viven en situación
de riesgo de pobreza, y el 9,9% de las personas, sufren pobreza severa. ¿En qué
piensan nuestros gobernantes?
En 2012, el economista, Cesar Molinas
escribía un acertado artículo en El País titulado “Una teoría de la clase política” en la que argumentaba
que: “la clase política española ha desarrollado un interés particular,
sostenido por un sistema de captura de rentas, que se sitúa por encima del
interés general de la nación”. Sin duda, Andalucía es un claro ejemplo de
ello. El PSOE-A se ha mantenido en el poder desde el principio de los tiempos
y, seguramente, no es casual que la Administración de la Junta de Andalucía sea
el primer empleador de la región. Otra de las consecuencias del sistema
autonómico es que el poder dentro de los partidos políticos también se ha
descentralizado, hasta el punto en que cada líder regional ha adquirido, en la
práctica, el rango de barón en su zona de influencia.
España necesita una serie de reformas
estructurales para volver a la senda del crecimiento y la prosperidad. Entre
ellas, yo defiendo un modelo centralista, similar al francés, donde el
poder político solo se sustente en el Parlamento español, y el control de
la legalidad sea ejercido, de un modo eficaz, a través de un poder judicial
independiente (también económicamente). Un sistema en el que los ciudadanos
puedan elegir directamente al Presidente del Gobierno y en el que los
representantes públicos no puedan alargar su mandato más allá de 8 años.
Defiendo una ley electoral de distrito único en el que el voto de todos los
españoles valga lo mismo y unos medios de comunicación públicos
neutrales, que faciliten información veraz y que den publicidad a las
propuestas de los distintos grupos políticos, en igualdad de condiciones. Estas
propuestas aspiran a conseguir una democracia más efectiva, en la que los
poderes del Estado estén separados desde su origen. Un sistema capaz de
corregir las diferencias que se han acentuado durante estos años para
garantizar la igualdad y la libertad de los ciudadanos en todo el país.
La política autonómica ha dado lugar, en
muchas ocasiones, a ciudadanos de primera y de segunda categoría, en función
del territorio donde viven. Por ello, abogo por huir de la disgregación del
poder político que promueve una clara dispersión en las decisiones que afectan
a la ciudadanía, provocando legalidades paralelas o enfrentadas que, a menudo,
acaban en los Tribunales.
Ahondar en la separación de poderes permite
mejorar las garantías en la gestión de las competencias de cada uno de estos,
así como evitar injerencias y presiones. El hecho de limitar en el tiempo
la representación de los cargos públicos pretende, en gran medida, impedir la
construcción de las redes clientelares que sostienen las élites de cada
partido. Unos medios de comunicación públicos neutrales, que no estén dirigidos
por el partido político de turno debe mejorar, indudablemente, la calidad de la
información y facilitar la pluralidad y la difusión de los distintas formas de
pensamiento.
A menudo, las soluciones a los problemas
no necesitan grandes dosis de ingenio, solo aplicar un poco de sensatez para
avanzar hacia una sociedad más cohesionada y más justa, que promueva un nivel
óptimo de bienestar y respete la singularidad de los individuos.
Enric Cabecerans, miembro del Consejo
Nacional de dCIDE
Totalmente de acuerdo con usted, señor Cabecerans, eso sería lo sensato, pero... ¿Y quién le pone el cascabel al gato? Porque los que tienen que ponérselo, o sobre quienes recae la responsabilidad de hacerlo, desde luego que no están por la labor ¡ni de mirar si existe el gato!
ResponderEliminarPaciencia...
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