Artículo de Federico Relimpio
Hace días, se reunía nuestra ínclita Presidenta de la Junta de Andalucía con la
guardia de corps que gestiona la tercera parte del presupuesto autonómico: los gerentes del Servicio Andaluz de Salud (en
adelante, SAS).
Muchos, los problemas ahí tratados, a puerta cerrada, según informa
la prensa. De ellos, uno se va revelando acuciante: nuestros galenos se nos jubilan a paso
tambor, especialmente en Atención Primaria.
¿La solución? Los gerentes la tienen clara: abrir el grifo de la máquina formativa, que para nada cambie el panorama
laboral de las décadas pasadas: “esto es lo que hay, niño;
y si no quieres, hay seis ahí en la puerta, esperando”.
Supongo que no les sorprende este post; llevo escribiendo de esto
varios años. La circuitería interna del directivo del SAS no da para más, y a
peor que va, en los últimos años. Si algún barniz les dio la Escuela Andaluza
de Salud Pública, acerca de motivación y RRHH, debió perderse hace mucho. Vemos
lo de siempre, en general: de puertas adentro, brutalidad, gesto adusto y grito -más callado o explícito-. De puertas afuera, sonrisa beatífica y arpa
angelical.
Hace años, escribí que solo una crisis demográfica, en forma de ola
de jubilaciones, podría jubilar -y valga la reiteración- este modo de pensar
y actuar tan sólidamente instalado en la Sanidad Pública andaluza.
El SAS se creó en un momento en que disponía de una sólida bolsa de varios miles de licenciados en Medicina y
Cirugía en el paro. Sus directivos, por tanto, se acostumbraron
a un comodísimo maná que creían inagotable:
siempre habría dos o tres pardillos en la puerta, implorando que les dejaran
trabajar, aunque fuera con un contrato de fin de semana. Está claro: solo la
rareza da el valor a la gema. Y el directivo del SAS, así como la población
andaluza, se familiarizaron con que había un cirujano cardiovascular y un
dermatólogo en cada vecindario, en la cola de la ferretería. Y no les faltaba
razón, en parte. Solo les faltaba algo de perspectiva: la noción de que ello era
un accidente histórico, y que la misma historia se lo llevaría.
Quiero decir, con esto, que un generalato acostumbrado a la
brutalidad y al cinismo, se encuentra, de pronto, con una tropa mermada y requemada. Se les ocurre, como
vemos, soluciones facilonas cuyo resultado veremos, que no es tan fácil -depende de una regulación y un mercado nacional-. La oficialidad descubre,
desconcertada, que el soldado tiene su valor, en
los tiempos que corren, y de que la patada en la boca no es
buena táctica. En el nuevo panorama, es posible que veamos instalarse una sana competencia entre CCAA y entre hospitales y distritos por
reclutar personal y fidelizarlo, ofreciendo mejores
condiciones, y desterrando a los sargentos patateros ladradores a los lugares
donde no puedan hacer más daño de lo que ya nos hicieron. Que la gestión basada
en el puñetazo en la mesa o en la consigna-palabro de moda solo sirve para
espantar a gente valiosa y para descapitalizar a lo mejor de una empresa: sus
recursos humanos.
¿En la sanidad sólo?
ResponderEliminar¡En todo¡
¡Queman a lo más incombustible!
Y lo he vivido en mis propias carnes. Menos mal que me he jubilado. ¡A ver lo que me dura!
No son amigos de cambiar aun sabiendo que se equivocan. Demasiado dinero en juego, mucho amigo colocado, una red que atrapa todo.
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