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miércoles, 15 de noviembre de 2017

Independencia y Resistencia


Artículo de Federico Relimpio


De todo lo visto y oído estos últimos meses – y años – sobre el tema autodeterminación y soberanía, he encontrado mucho “derecho” y “democracia” –que no está mal-, pero echo de menos otras cuestiones más prácticas, como las relativas a convivencia.

De nuestra larguísima experiencia con el País Vasco – más dramática, más difícil y enconada -, sé que no hay enconamiento imposible o irreversible. Lo mismo puede decirse de Irlanda del Norte, con más muertos sobre la mesa. Referencias todas que me sirven para desdramatizar, sin restarle un ápice de seriedad al problema catalán que nos embarga estas semanas.

Voy a hacer un ejercicio de extrapolación sobre los hechos sociales que conozco y sigo al minuto. Voy a ponerme en la hipótesis peor, por más tensa, habiendo otros desenlaces posibles.

Supongamos que el 21D la lista soberanista única – si la hay – consigue una cómoda mayoría absoluta en votos y escaños. Demuestra al mundo que representa – supongamos – a un 51,72% de los ciudadanos de Cataluña y reedita una mayoría independentista en el Parlament. La moción pro-independencia ha ganado, y desafía al mundo exterior, que ha ninguneado sus aspiraciones hasta el momento.

Supongamos que este mundo exterior cambia en algo sus perspectivas y recomienda al gobierno español negociar un referéndum legal, para responder de modo específico a la cuestión de la independencia.

Supongamos incluso que el gobierno lo hace – triple salto mortal -, aceptando una consulta vinculante. Y que esta reedita el resultado anterior: un 51% de apoyos al Estat Catalá. Asunto resuelto, pues, y a descorchar botellas de cava.

Realmente, partimos de un problema y llegamos a otro no menor, como subrayaría el observador extranjero más glacial y equidistante. Porque llegamos a una república que nace sobre la base de una población que, en su 49%, es leal a otro proyecto, a otro relato y a otros símbolos. Incluso si cientos de miles huyen al día siguiente, temiendo una situación hostil. Los que se queden se organizarán como “Partido Español”, con sus medios de comunicación, sus escaños y sus fuentes de financiación. Con sus sectores radicales y moderados. Y su tendencia al victimismo y a la agitación. A llamar de vuelta a los mismos observadores extranjeros para que retransmitan cómo los apalea la policía de la nueva república.

Es muy posible que reivindicaran el derecho efectivo a la educación en su lengua materna – el Español -, asunto que ha sido sorprendentemente descuidado en las última décadas. Podrían llevarlo a tribunales internaciones, y ello ser visto con un ojo benévolo. Porque ellos nacieron en Cataluña, no lo olvidemos. Son naturales del país, y difícil es calificarlos como extranjeros porque hablen Español en sus hogares… ¿Las nuevas autoridades van a rellenar el país de micros?

Si la situación es de suyo inestable, imagínense, además, cómo llegamos a una normalidad diplomática con la antigua potencia dominante – España –, que difícilmente abandonará a sus leales del interior – en otro post les llamé los “sudetes de Cataluña” -.

Quiero decir, con esto, que en el supuesto de una victoria catalanista y un repliegue del gobierno central español, solo estamos abriendo una peligrosísima caja de Pandora que los líderes independentista apenas han previsto. Un conflicto de comunidades de lengua y lealtad, justo al lado de la frontera adonde lleva los ojos una inmensa minoría en desventaja política. Un caldero a presión en un momento en que, previsiblemente, Cataluña sufrirá una enorme recesión por las dificultades propias para el acceso a la Unión Europea – que puede demorarse muchos años -, y por la fuga de capitales y empresas.

Que fácil es ir a una Constituyente, pero complejísimo articular la convivencia entre comunidades en un marco de recaída en crisis económica. Para suavizar esos problemas se creó la Unión Europea. Y, aquí en casa, el Estado de las Autonomías. Porque, cuando se nos rompa el invento, todos lloraremos pensando que, en realidad, no era tan malo. Y que se nos rompa por la tierra que hizo famosa la palabra seny






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