Artículo de Federico Relimpio
De todo lo
visto y oído estos últimos meses – y años – sobre el tema autodeterminación y
soberanía, he encontrado mucho “derecho” y “democracia” –que no está mal-,
pero echo de menos otras cuestiones más prácticas, como las relativas a convivencia.
De nuestra
larguísima experiencia con el País Vasco – más dramática, más difícil y
enconada -, sé que no hay enconamiento imposible o
irreversible. Lo mismo puede decirse de Irlanda del Norte, con
más muertos sobre la mesa. Referencias todas que me sirven para desdramatizar,
sin restarle un ápice de seriedad al problema catalán que nos embarga estas
semanas.
Voy a hacer
un ejercicio de extrapolación sobre los hechos sociales que conozco y sigo al
minuto. Voy a ponerme en la hipótesis peor, por más tensa, habiendo otros
desenlaces posibles.
Supongamos
que el 21D la lista soberanista única – si la hay – consigue una cómoda mayoría absoluta en votos y escaños.
Demuestra al mundo que representa – supongamos – a un 51,72% de los ciudadanos
de Cataluña y reedita una mayoría independentista en el Parlament. La moción
pro-independencia ha ganado, y desafía al mundo exterior, que ha ninguneado sus
aspiraciones hasta el momento.
Supongamos
que este mundo exterior cambia en algo sus perspectivas y recomienda al
gobierno español negociar un referéndum legal,
para responder de modo específico a la cuestión de la independencia.
Supongamos
incluso que el gobierno lo hace – triple salto mortal -, aceptando una consulta vinculante. Y que esta
reedita el resultado anterior: un 51% de apoyos al Estat Catalá.
Asunto resuelto, pues, y a descorchar botellas de cava.
Realmente,
partimos de un problema y llegamos a otro no menor, como subrayaría el
observador extranjero más glacial y equidistante. Porque llegamos a una república que nace sobre la base de una población que, en su 49%,
es leal a otro proyecto, a otro relato y a otros símbolos.
Incluso si cientos de miles huyen al día siguiente, temiendo una situación
hostil. Los que se queden se organizarán como “Partido Español”, con sus medios
de comunicación, sus escaños y sus fuentes de financiación. Con sus sectores
radicales y moderados. Y su tendencia al victimismo y a la agitación. A llamar
de vuelta a los mismos observadores extranjeros para que retransmitan cómo los
apalea la policía de la nueva república.
Es muy
posible que reivindicaran el derecho efectivo a la educación
en su lengua materna – el Español -, asunto que ha sido
sorprendentemente descuidado en las última décadas. Podrían llevarlo a tribunales
internaciones, y ello ser visto con un ojo benévolo. Porque ellos nacieron en Cataluña, no lo olvidemos. Son naturales del país, y difícil es calificarlos como
extranjeros porque hablen Español en sus hogares… ¿Las nuevas autoridades van a
rellenar el país de micros?
Si la
situación es de suyo inestable, imagínense, además, cómo llegamos a una normalidad diplomática con la antigua potencia
dominante – España –, que difícilmente abandonará a sus leales
del interior – en otro post les llamé los “sudetes de Cataluña” -.
Quiero
decir, con esto, que en el supuesto de una victoria catalanista y un repliegue
del gobierno central español, solo estamos abriendo una peligrosísima caja de
Pandora que los líderes independentista apenas han previsto. Un conflicto de comunidades de lengua y lealtad,
justo al lado de la frontera adonde lleva los ojos una inmensa minoría en
desventaja política. Un caldero a presión en un momento en que,
previsiblemente, Cataluña sufrirá una enorme recesión por las dificultades propias
para el acceso a la Unión Europea – que puede demorarse muchos años -, y por la
fuga de capitales y empresas.
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