Artículo de Rafa G. García de Cosío
Ni Tejero fue
condenado por subirse a una tribuna de oradores para dirigirse a unos diputados
en un Parlamento democrático, ni Puigdemont puede organizar un proceso
separatista por recibir un mandato de su cámara, ni yo puedo saltarme un
semáforo en rojo porque toda mi familia -que viaja conmigo en coche- haya
votado democráticamente que desde la autonomía que nos dan nuestras cuatro
ruedas podamos hacerlo.
Estas
obviedades, que han empezado a entender en Europa desde hace semanas (la prensa
belga caricaturiza a Puigdemont con terroristas, los alemanes han dejado de
narrar el circo español y los franceses van ya a otra cosa mariposa), aún se
discuten en nuestro país. Que es un país con una gran confusión sobre lo que
significa la palabra igualdad (igual da) o derechos de los ciudadanos. Pero, en
ese ambiente de negación y relativismo de las leyes, avivado sin duda por unos
medios de comunicación que se aprovechan de la gran incultura, una jueza se ha
atrevido a dictar un auto con una rapidez y seguridad sólo vista hasta ahora en
Alemania contra miembros de la NSU. Lo que en otros países habría sido normal
(aunque no se habría llegado tan lejos como en España, por la inexistencia en
el Mundo de un precedente de sistema autonómico que abarque a todas las
regiones), aquí llegó por sorpresa por la impunidad a la que estamos
acostumbrados.
Y digo por
sorpresa porque dudo mucho que, de conocer el resultado del auto, los siete
exconsejeros de la Generalidad encarcelados se hubieran presentado en la
Audiencia este pasado jueves. Está claro que ha habido un problema de
coordinación brutal dentro del Gobierno destituido de Cataluña. La huída de
Puigdemont aceleró las condenas en Madrid, y estas condenas han llevado a
Puigdemont a plantear lo que le habría resultado mucho más fácil de haber
estado con todo su Gobierno en Bruselas: pedir a Europa un juicio en Bélgica y
pretender mostrar a toda la Unión que existe una persecución a todo un Gobierno
regional en conjunto. En serio cree el prestigioso abogado de Puigdemont que
Bélgica o cualquier estado miembro estudiaría siquiera juzgar al colaborador de
un delito en un país mientras se juzga a los demás colaboradores en otro? Como
si se hubiesen podido celebrar los juicios de Núremberg en Salzburg y Ginebra,
así, en plan Eurocopa.
La jueza Lamela,
que es lo más parecido a Alaya que hemos visto en España en los últimos años,
ha sido muy valiente. Sabrán que la Audiencia Nacional no es cualquier cosa.
Tampoco tiene la politización de juzgados de instrucción, el Constitucional o
el Supremo. En mis tiempos de universidad, la Audiencia Nacional era en
cualquier asignatura de Derecho el tribunal especial encargado de delitos de
terrorismo. No en vano, en los 90 todos los casos juzgados allí eran relacionados
con ETA. Los miembros de la Audiencia están allí por antigüedad. No veo bien
que se publique la foto de los jueces de un juzgado tan importante. Qué vida se
les está dando? Yo cada vez que veo la foto de la juez Lamela, me echo a
temblar pensando en la libertad que le queda en un país con tantos radicales, y
en el que no es tan difícil burlar la ley, sino también cualquier medida de
seguridad. La bomba en el coche de Aznar, en abril de 1995, no fue detonada con
mando a distancia sino gracias a un cable de 150 metros conectado al
sistema eléctrico. Nadie lo había visto.
Cuando líderes
mediáticos como Jordi Évole o miembros (y alcaldes) de Podemos no solo no
acatan la prisión incondicional al Gobierno destituido de Cataluña sino que
encima la critican y difaman a España, están también poniendo en peligro la
vida del fiscal general y de la jueza Lamela. Han pasado tres días de la
condena y aún estoy sorprendido, como muchos de ustedes, por la dureza -y
acierto- de una medida a la que no estamos acostumbrados. Pienso a veces que
pueda ser un truco, que se libere a estos políticos presos en pocos meses,
porque algún lumbreras haya llegado a la conclusión de que en realidad era un
escarmiento. Pero me asusta pensar que el fin de la sorpresa, que ya de por sí es
un sentimiento que da nervios, dé paso de nuevo a la indignación, que también
confunde y pone muy nervioso.
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