Artículo de Miguel Ángel García
El ser humano
nace como un espécimen animal, y por consiguiente, desprovisto de todos los
recursos que con el tiempo le irán diferenciando del resto de animales, de los
más importantes: la semántica, que es, el conocimiento del significado de las
palabras, con las que a la postre, irá configurando todo el armazón, todo el
esqueleto mental, de lo que será el pensamiento, el raciocinio, los
sentimientos, del hombre o la mujer. O sea, todo lo que en sí somos porque así
lo hemos definido. Sin la palabra como el conocimiento básico para poder
pensar, el ser humano no pasaría del estadio de animal irracional, al de
racional de manera individual: que razona, que piensa.
Sin la semántica
el ser humano sería incapaz de pensar porque no podría darle nombre a las cosas
al carecer de conceptos. Los tendría que ir creando. Alguien que naciera en la
selva más profunda y fuera allí dejado y alimentado por animales sin conocer
ningún idioma ni oír palabra alguna, seguramente sobreviviría ya de adulto, tan
solo por el principio animal del instinto de supervivencia que se encuentra en
la ley natural, en definitiva, nuestros genes, pero sería incapaz de pensar,
porque para pensar, se requiere de términos y significados que le den forma de
razón a todo aquello que es pensado.
El pasado día
nueve, en un editorial de El País, podíamos leer cómo el Tribunal
Constitucional de Alemania: “Ha dictaminado que el legislativo debe, antes de
finalizar 2018, aprobar una ley que permita inscribir a un recién nacido como de
sexo inter, diverso o cualquier otro término que defina su identidad sexual”.
Sencillamente de locos.
Se editorializa
también, diciendo: “La identidad sexual es un elemento fundamental de la
persona, y como tal merece total protección. Hace ya mucho tiempo que la
ciencia ha demostrado que la asignación binaria de sexos no refleja la
diversidad de identidades sexuales que existe”. Esto, desde mi punto de vista,
es más una opinión que un hecho empírico. Por muchos intentos que he hecho por
leer textos solventes de científicos que así lo apoyen, no he conseguido más
que dar con opiniones de gente más o menos interesada en el tema, pero ningún
texto científico, que ratifique este hecho.
Seguramente lo
habrá, no digo que no, pero no está desde luego en la comunidad científica –en
toda la comunidad científica–, este asunto tomado como algo verdaderamente
importante, sino que han sido factores exógenos los que han influido en todo
este desbarajuste en el que hoy nos encontramos, y, dependiendo de todo tipo de
intereses: personales, sociales, políticos, económicos, e incluso científicos;
así podemos leer cosas como estas: “se ha conceptuado la transexualidad en el
Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM). Veremos que
los sucesivos cambios de denominación y de criterios diagnósticos obedecen a
las presiones recibidas por los redactores del manual por parte de científicos,
académicos, organismos políticos y asociaciones por los derechos “trans”. Fruto
de estas tensiones se ha reconceptualizado la transexualidad en diversas
ocasiones, pero se han mantenido las connotaciones mórbidas de la categoría
diagnóstica. Abordaremos asimismo el debate sobre la patologización de la
transexualidad, que está dominado por dos discursos contrapuestos: el que
justifica su inclusión en el DSM porque cree que de este modo se garantiza el
acceso a la terapia hormonal y quirúrgica, y el que la critica porque considera
que el diagnóstico contribuye a la estigmatización de las personas “trans”.
¿A quién le interesa la que se implante la ingeniería social?
ResponderEliminar¿Qui prodest?
¡Mal rayo les confunda y les haga gustar su propia medicina!