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jueves, 16 de noviembre de 2017

Autoritarismo de género


Artículo de Manuel Vicente



Probablemente el doctor Jesús Candel y el funcionario Jaime González no se conozcan de nada, pero tienen algo en común aparte de la valentía de enfrentarse al todopoderoso régimen socialista andaluz que apabulla a todo aquel que osa a contrariarle. Aunque no son los primeros, Candel y González han coincidido en el tiempo en ser objeto de sendas campañas de escarnio público acusados de machistas por acosar psicológicamente a mujeres por el “mero hecho de serlo” (sic). Lo que esboza esta coincidencia es una peligrosa tendencia que se presumía desde hace tiempo que iba a ocurrir: el uso del autoritarismo de género -eufemísticamente le llaman “perspectiva de género”- para realizar gruesas acusaciones contra aquellos hombres molestos para el régimen.

No tengo el honor de conocer a estos dos proscritos del régimen ni estoy enterado de sus andanzas profesionales o laborales, asimismo estoy seguro de que dispondrán de buenos abogados que les defenderán allá donde corresponda, por lo que no soy yo quien tenga que salir a la palestra para enfatizar su honorabilidad; simplemente me limito a constatar la evidencia de que a los hombres andaluces nos espera un futuro muy próximo al que describía Bertold Brecht en su renombradísimo poema “Ahora vienen por mí pero es demasiado tarde”. Pregúntenle, si no, al socialista Juan Fernando López Aguilar, otrora ministro de Justicia que bebió de la medicina que dejó envasada en la Ley de Violencia de Género.

Más allá de ser hechos puntuales, los casos de Jesús Candel y de Jaime González pueden proliferar con la entrada en vigor del recién aprobado en el Congreso Pacto de Estado contra la violencia de género, en el que se retuerce el argumentario aún más y se extiende la presión hacia los hombres con  el supuesto falaz de proteger a las mujeres de asesinos machistas. El símil del embudo es bastante apropiado para este asunto: en la parte ancha tenemos todos los comportamientos por los cuales un hombre puede ser catalogado como “maltratador machista” mientras que la parte estrecha estará reservada para las conductas femeninas. A partir de ahí, el maltratador machista perderá todos sus derechos durante toda su vida nada más le sea impuesto ese marchamo con tinta indeleble.

Con la aprobación de la Constitución, en España se estableció el carácter reeducador del sistema penitenciario de tal manera que las condenas privativas de libertad tienen como propósito último el de la reinserción social del penado. Este principio no le será aplicado, sin embargo, a aquel sobre quien el autoritarismo de género detenga su mirada. Si algún día, estimado lector, tiene la mala suerte de cruzarse por la calle con la ciudadana Inés del Río no se le ocurra dispensarle un mal gesto ni una mala palabra; cuídese de ser denunciado por comportamiento machista ya que usted perderá todos los derechos que ella sigue disfrutando pese a ser condenada a más de 3.000 años de cárcel por los asesinatos que cometió durante su pertenencia a la banda terrorista ETA.

Recientemente, en un acto público, el orador hacía una pregunta retórica: ¿con todos esos beneficios, qué mujer se va a resistir a presentar una denuncia por violencia de género aunque sea falsa? Inmediatamente me contesté: “muchas”. De la misma manera que estoy convencido de que muchos hombres, sobre todos padres de hijas, asumiríamos una presunción de culpabilidad si eso sirviera para salvar vidas femeninas. La sociedad tiene dosis de sensatez que los políticos no son capaces de calibrar. Es la sensatez de una madre de dos varones que exclama que a sus hijos jamás les denunciarán por violencia de género mientras esté viva porque ya se encargará ella de ajustar cuentas con sus nueras.

Se trata de la sensatez de una sociedad que huye de las atrocidades que cometen sus políticos a través de legislaciones que pretenden implantar una batalla entre hombres y mujeres como si no hubiera madre de hijos ni padre de hijas. Quizá métodos de defenderse de insensateces legislativas que pretenden hacer de la maldad una cualidad exclusivamente masculina.

La Ley Integral de Violencia de Género quebrantó el principio de presunción de inocencia en el ámbito doméstico o de pareja. Ahora el Pacto de Estado lo extiende a todo ámbito social.

“Primero se llevaron a Jesús Candel,
pero como yo no era Candel, no me importó.
Después se llevaron a Jaime González
pero como yo no era González, tampoco me importó...”




4 comentarios:

  1. Muy buen artículo. Gracias Manuel Vicente.

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  2. Gran negocio la ideología de género, que gracias a las victimas mantiene a instituciones, asociaciones y cargos al amparo de una ley que lejos de protegerlas, fomenta el odio entre sexos con medidas que no llegan a quien realmente lo necesitan y que maquiavélicamente fomenta la violencia y justifica su existencia a demás de vulnerar la presunción de inocencia del varón. Victimas de violencia hay en ambos sexos paradójicamente y por desgracia la igualdad existe también en este asunto, claro que para ellos no existe el instituto para el hombre, ni el observatorio del hombre etc, Todas las victimas deben ser atendidas priorizando a los niños ancianos y personas con minusvalia por ser más vulnerables.

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  3. Pues como hombre, este artículo me parece una bazofia.

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  4. Se puede defender la honorabilidad de dos hombres, sin desprestigiar una ley que por primera vez define la #violenciadegénero, leala usted entera señor Vicente. Los objetivos de la ley son legítimos, las actuaciones con mala fe de algunas mujeres no.

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