Artículo de Federico Relimpio
Como veréis, me
he resistido bastante a escribir acerca del tema. Porque parece que no hay
otro, en este momento. A veces, solo ciertas perspectivas le permiten a uno
abordar ciertos temas con desapasionamiento.
Hemos leído de
todo: desde la Transición y Tarradellas. La radicalización nacionalista
progresiva de un pueblo y la inmersión lingüística. La interiorización de
cierto relato. El torpedeo interesado – y torpísimo – por parte del PP de Rajoy
del intento pactista de Zapatero y el nuevo Estatut. La rebelión de Mas y los
suyos. Todo. No he leído, empero, una perspectiva demográfica.
En los años
treinta teníamos un pueblo catalán más puro, si queremos verlo así, y si eso
existe. La ERC de aquel tiempo, Macià y Companys, eran sus vehículos y
representantes más genuinos – discutible todo, como siempre -. Y luego, la
maldita Guerra de España. De España y de Cataluña.
La Cataluña
reciente cambió demográficamente con gentes de otros lugares de España – sobre
todo andaluces -, y se pobló de otros acentos. Se hizo un lugar próspero y
cosmopolita. En la Transición, ERC era un partido minoritario. En el espectro
político, había de todo, en clave catalana y estatal, partidos de izquierda, de
centro y de derecha. De allá a esta parte, CiU fue el vector nuclear de la
autonomía catalana – quasi Estado Federal – y Pujol su principal facedor,
imprescindible en Cataluña, y casi, en España. Tuvo las manos libres para la
inmersión lingüística y preparar a una generación para lo que vemos ahora,
según cierto relato.
Pero…
La demografía es
traicionera y Putin lo sabe – ahora verán a qué viene esto -. Él, hijo de una
Unión Soviética temida y respetada, soñaba con restaurar eso, el temor y el
respeto. Le falló eso, la demografía: una contracción previsible de la
población sin la que no hay imperio que valga. No es problema solo de Rusia,
afecta a Japón – alarmante, por cierto – y a casi todo Occidente. Curioso
discurso, el de la xenofobia, donde los nacionales de donde sea – especialmente
las etnias llamadas puras – no garantizan el reemplazo generacional y, por
tanto, un proyecto de futuro nacional.
La Península
Ibérica no se salva de este problema. Ni Portugal, ni España – algunas partes
salen peor paradas que otras -. Ni tampoco Cataluña, por cierto. Si el presente
ya es urbano, el futuro será metropolitano – se prevén tres grandes metrópolis
en la Península en pocas décadas, dos de ellas, Madrid y Barcelona -. Será con
toda probabilidad un contexto multirracial y multilingüístico, intercontectado,
de gentes que van y vienen. Un panorama de mestizaje de lenguas mayoritarias,
que casa mal con predominios étnicos o de lenguas hermosas, pero minoritarias,
por mucha inmersión o hegemonía que se pretenda hacer.
Puigdemont lo
sabe de sobras: la suya es una carrera contra el tiempo. No en meses, ni años,
pero sí en décadas. Es posible que se tenga que entender en Español – con
acento latinoamericano -, en Inglés o en Portugués, con sus cuidadores, en la
residencia de ancianos, sea cual sea la fórmula con la que se gobierne Cataluña
en ese tiempo. En cierto sentido, él y los suyos me recuerdan al indignado
votante de Trump, gritando “America First!” y “English Only!”, ante la
evidencia de un país cada vez menos blanco y menos monolingüe, y, para su
desesperación, progresivamente multirracial – incluso en cuotas de poder – y
diverso en lo lingüístico.
Mas, primero, y
Puigdemont, después, hombres del mismo aparato, han forzado la máquina hasta la
extenuación, rompiendo todos los corsés de la legalidad y presentando como
referéndum aquello que es imposible que se tome como tal, incluso tras el
bochornoso espectáculo de las porras y las pelotas de gomas. Lo hicieron a la
desesperada, aliados con lo que pudieron encontrar, con los anarco-antisistemas
de la CUP mismo, con lo que hubiera a mano, a sabiendas de que les quedan pocas
balas en esta guerra – por llamarla de algún modo -, que los procesos de
independencia de nuestra época tienen unas reglas del juego concretas y
definidas, y que la marea de la demografía acabará relegando su mundo
étnico-antropológico-cultural a la categoría de parque temático, a proteger y
cuidar como si del lince ibérico se tratase.
Nota importante:
insultos no, por favor. Opiniones, bienvenidas todas. No se censura nada.
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