“Evitar confrontaciones personales es una enseñanza que jamás debe
olvidarse”
“Nunca más deben alentarse confrontaciones latentes entre españoles”
Ayer vivimos en toda España una situación esperpéntica que
se prolongó más de veinticuatro horas y que confirmó lo que ya sabíamos: que
cuando se siembran vientos se recogen tempestades y que no hay nada más nocivo
para el interés general que poner al frente de la gestión del mismo a personajes
de escasa solvencia moral y nula capacidad intelectual.
Hoy se debate en el Senado la aplicación del artículo 155 de
la Constitución a la comunidad autónoma catalana ante el incumplimiento
reiterado de las obligaciones que el propio texto constitucional le impone. Es
la desobediencia a la legalidad, la infracción reiterada, compulsiva y
afrentosa a nuestras normas de convivencia, lo que ha puesto en marcha la
aplicación del citado precepto porque el Gobierno tiene la obligación de
rescatar a Cataluña de la arbitrariedad en que la han sumido sus gobernantes.
En ese "sí pero no" y "no pero sí" que, según sople el
viento de la radicalidad, inspira a Puigdemont, éste puede adoptar alguna
decisión que influya más o menos en el nivel de desgobierno y desobediencia,
pero ello solo puede modular o graduar el rango de las decisiones a aplicar
como consecuencia de la tramitación del artículo 155 y la forma más o menos
rigurosa o flexible que utilice el Gobierno para restaurar el interés general y
la legalidad del orden constitucional quebrantado en aquella comunidad. La
ambigüedad calculada, a la que tan propensos son los nacionalismos, no puede
volver a situarnos una vez más, con medidas tramposas, al borde del precipicio.
Varias conclusiones convienen extraer de cuanto ha acontecido en el nordeste
español. La primera, tener muy claro que en el trasfondo de la agitación había
intereses indudables para desestabilizar Europa, provocándole a medio plazo una
herida mortal que acabaría con la Unión Europea. Las agitadoras presencias de
personajes como Assange, los provocadores troles que invadieron Internet desde
lugares sospechosos, los recuerdos bálticos y kosovares, la actitud de
políticos de Osetia del Sur y la peculiaridad del personaje, hacen recaer múltiples
sospechas en el interés del líder ruso Putin en debilitar a la Unión Europea.
En segundo lugar debe quedar meridianamente claro que la manipulación
imprudente y tramposa de nobles sentimientos identitarios es una
irresponsabilidad que pone en riesgo la convivencia que tanto tiempo,
sacrificios y esfuerzos costó construir, abriendo heridas que nadie, ni en
España ni en Europa, quiere ver reproducidas.
Evitar confrontaciones personales es una enseñanza que jamás debe olvidarse. El
desgarro de vecinos, amigos y familiares que el desafío secesionista ha
provocado deberá coserse con paciencia, respeto y comprensión, recuperando los
valores que tan buenos resultados produjeron en la Transición.
Es necesario también desmontar las falacias frentistas, dejando claro que todas
las Comunidades Autónomas tienen reconocidos y garantizados sus principios y
valores culturales e identitarios, que deben servir para enriquecer al conjunto
del país y no para alentar exclusiones. Insistir en demandas que, en la
práctica, generan fronteras interiores es instaurar en España un mapa medieval
tan disparatado en el siglo XXI que terminaría afectando a la paz y al progreso
del continente europeo.
Nunca más deben alentarse confrontaciones latentes entre españoles. No puede
volver a repetirse que desde una región determinada, como ha ocurrido ahora en
Cataluña, se acuse a las demás, primero de desapego y malquerencia, después de
ladrones que les roban y, por último, de maltratadores que les pegan. Porque
todos tienen su propia dignidad que no puede zaherirse con tamaños improperios
impunes.
Y por último, y sobre todo, debe quedar claro que el imperio de la Ley es
elemento fundamental y definitorio del concepto de democracia, la cual debe
respetar la jerarquía normativa de las distintas reglas que regulan nuestra
convivencia. Ni un pleno municipal puede derogar normas de las Comunidades
Autónomas, ni éstas pueden ampararse en la democracia formal del voto para
incumplir las normas generales y constitucionales a las que deben su propia
razón de ser. La jerarquía normativa no puede vulnerarse impunemente porque,
desde el mismo instante que eso se tolerara, la democracia y la convivencia
desaparecerían.
En resumen, estos días, estos meses, estos años de desasosiego, confrontación e
impunidad no pueden volver a repetirse. Nunca jamás. El separatismo, con la
complacencia del populismo podemita, ha desafiado las normas de convivencia en
su afán de acabar con el orden constitucional. Cada uno ha quedado retratado en
esta crisis dura y dolorosa y habrá de apechugar con sus consecuencias. Pero
los ciudadanos queremos dejar de sentir el vértigo al que nos llevan unos
políticos que no están a la altura que merecemos. Queremos que dejen de
producirnos el vértigo y la ansiedad que, con su frivolidad, nos coloca al
borde del precipicio. Y eso no estamos dispuestos a que se repita. Nunca más.
Porque en un Estado de Derecho si no se respeta la Constitución nos abocamos al
abismo.
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