Artículo de Manuel Vicente
Y lo
malo, paradójicamente, es que es verdad.
Recientemente
la presidenta de la Junta, Susana Díaz, presumía ante un grupo de empresarios
portugueses de la estabilidad política imperante en Andalucía frente a la
crisis institucional que existe en el conjunto de España debido al golpe de
Estado que está dando el Gobierno autonómico catalán, una de cuyas
consecuencias menos importantes es la imposibilidad de que el PP cuente en el
Congreso de los Diputados con los votos suficientes para aprobar los
Presupuestos Generales del Estado, con lo que ello supone de dificultad para
poner en práctica su política económica.
Ciertamente,
para la actividad económica es condición conveniente que exista estabilidad en
las instituciones políticas puesto que las inversiones tienen en la
incertidumbre a uno de sus enemigos más peligrosos. El dinero es muy miedoso.
En ese
círculo pernicioso se encuentra Andalucía actualmente: tenemos que lamentarnos
de lo que, en teoría, debería ser motivo de satisfacción. Porque lo que
realmente se beneficia de la estabilidad institucional no es el desarrollo
económico de nuestra Comunidad, que sigue estancada en los últimos puestos de
todos los indicadores socioeconómicos de cuantos estudios se realizan tanto a nivel
nacional como europeo (En una reciente conferencia organizada por el
Observatorio Económico de Andalucía sobre competitividad de las regiones
españolas, embargaba la tristeza al comprobar que el único cuadro económico en
el que Andalucía aparecía en primer lugar hacía referencia al desempleo (http://www.oeandalucia.com/economia-del-conocimiento-y-competitividad-de-las-regiones-espanolas/),
sino el régimen socialista que permanece anclado en las instituciones políticas
gracias a que siempre encuentra a un tonto útil que le mantiene.
En esta
legislatura 2015-19, el PSOE con los peores resultados de su historia,
exceptuando el 'bienio de la pinza', y sin necesidad de gobernar en coalición,
está disfrutando de la más plácida tranquilidad gracias al incondicional apoyo
de Ciudadanos, una formación que más que bisoña se está comportando como pueril
al intentar mantener una imposible dualidad de socio opositor. Su afán
desmedido por 'colgarse medallas' y atribuirse éxitos más o menos merecidos
desvela una estrategia de confianza en que los electores andaluces tendrán en
cuenta en las próximas elecciones su contribución a la estabilidad política,
con lo cual están ignorando la capacidad de la poderosísima maquinaria
propagandística que la Junta pone al servicio exclusivo del PSOE. Resulta
increíble que Juan Marín y cía no hayan consultado la evolución electoral del
extinto Partido Andalucista y de Izquierda Unida después de haber servido de
sostén al régimen socialista andaluz.
Aún así
no es esto lo más surrealista de lo que está pasando en la política de nuestra
Comunidad. Colocadas en una imaginaria balanza de puerilidad la estrategia de
Ciudadanos y la del PP andaluz, el fiel se mantendría impertérrito, como si con
él no fuera la cosa. El último movimiento de Juanma Moreno de renunciar a su
escaño del Senado, y ahorrarse así un inútil viaje a Madrid sólo para votar lo
que le digan, pone de manifiesto que sus índices de conocimiento y valoración
de los andaluces siguen sin despegar. Muy amante de hacer política en función
de encuestas, estaría bien que la dirección de la calle San Fernando mostrara
un sondeo, aunque sólo fuera uno, en el
que se refleje una mínima probabilidad de que la suma de sus escaños con los de
Ciudadanos llegue a los 55 votos que precisa tener en el Parlamento para formar
Gobierno.
Para
colmo de sus males, su baza del Impuesto de Sucesiones ha quedado diluida como
azucarillo con el acuerdo, vergonzoso pero difícil de desmontar, entre PSOE y
Ciudadanos, que hace creer a los andaluces que tamaña injusticia social ha
desaparecido, lo cual ha desactivado uno de los motivos que más movilización
ciudadana ha provocado en las calles andaluzas en los últimos meses. A partir
de aquí, la poderosa maquinaria propagandística que el PSOE maneja desde la
Junta sepultará una justa queja social cuyo recorrido no alcanzará al año 2019
cuando es de prever que se celebren las próximas elecciones autonómicas. Se
trata de esa misma maquinaria que está mostrando a la presidenta Susana Díaz
como gran adalid de la defensa de la unidad de España y del protagonismo de una
Andalucía fuerte silenciando a un Pedro Sánchez, líder nacional de su partido y
por tanto responsable de marcar las directrices de la formación, que ha
establecido en el PSOE una estrategia radical diferente que tiende más a la
claudicación ante los golpistas y a la construcción de una España federal que
ni él mismo sabe en qué consistiría.
La
reciente moción sobre la crisis catalana aprobada en el Parlamento en la que el
PSOE andaluz ha confluido con el PP, incluso desobedeciendo las consignas de la
dirección federal socialista, pone de manifiesto la imposibilidad de los
populares de marcar una estrategia de oposición de desgaste a Susana Díaz. A
día de hoy, sólo las manifestaciones ciudadanas por la degradación del sistema
sanitario andaluz suponen algún quebradero de cabeza para la presidenta, aunque
esa movilización social no corresponde a una instigación 'pepera' sino
podemita, salvo honrosas excepciones como los casos de Granada y Huelva, donde se afanan por quedar al margen de connotaciones políticas. Lo que nos faltaba a los andaluces es que los 55 escaños necesarios
en el Parlamento andaluz para la formación de Gobierno sólo pudieran formarse
con la suma de PSOE y Podemos.
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