Artículo de Rafa G. García de Cosío
Al principio era un pardillo. En mis primeros viajes al Tercer Mundo me lo creía todo. Iba con mi mentalidad de europeo generoso. Al principio, creo, fue Tailandia. El típico truco de la estampita, pero en versión tarjeta de embarque de agencia de viajes a precio de speedboat, pero para una barcaza lenta por el Mekong, dirección Luang Prabang, en Laos. Estuve las ocho horas rodeado de mochileros que habían pagado cuatro veces menos que yo, rechinando los dientes. Aunque muy orgulloso, por cierto, de haber conocido a Emilio, un catalán aventurero y homosexual que, contra todo pronóstico, tenía humor, mucho seny y leía VozPopuli.
Luego fui aprendiendo y creciendo, practicando en África y ensayando en Sudamérica, hasta haberme convertido en el experto que soy hoy en negociar. Para negociar en el Tercer Mundo, es necesario tener clara una premisa de primero de secundaria: lo que para ti, turista del Primer Mundo, es un precio “aceptable”, en el Tercer Mundo es una lotería para la que ellos ya tienen preparada la cara de póker. Saben que cobrando el precio real de las cosas en función de los costes en su país recibirían muchos más turistas. Pero también saben que hay demasiados viajeros primerizos que prefieren ahorrarse el regateo.
En julio de 2016 hice un experimento en Madagascar. Como tenía tiempo para ir al aeropuerto, pregunté a cinco taxistas diferentes de Antananarivo cuánto me cobraban. Todos pedían unos 30.000 Ariary, o 10 euros, que se negaban a negociar. Era obvio que el gremio tenía una especie de pacto de silencio, un precio fijo no oficial. Pero para entonces yo ya aplicaba la técnica de darme la vuelta y acercarme a otro taxista. El sexto taxista accedió a llevarme por nueve euros. No es que me fuera la vida en un euro. Es que quería saber cual era mi capacidad de imponerme a la voluntad de los que llevaban décadas decidiendo el precio de las cosas. Yo ya era un profesional.
TOCA DEFENDER LO QUE ES TUYO
Aunque no he estado en España desde el mes de junio, sigo a cada hora las noticias que van llegando de manifestaciones, declaraciones, comunicados y reacciones de la población a todo el asunto del proceso independentista en Cataluña, culminado este pasado viernes. Y, desde el lado personal, puedo asegurarles que hay personas en mi entorno que jamás se han posicionado ni interesado por la política y que, mágicamente, la han estado siguiendo estos últimos días. Desesperados por el cumplimiento de la Ley y la protección de las instituciones que antes tanto se la resbalaba. Dicho con otras palabras: que todo este proceso tiene algo muy positivo, y ha sido el de despertar o fabricar en serie (por parafrasear a los rufianes) a españoles preocupados por el destino de su nación. Indignados por las decisiones de unos pocos. Hemos aprendido mucho catalán, y sin pagar (esto lo digo como friki de los idiomas). Hemos aprendido Derecho. Y lo más importante: hemos gozado del apoyo y la atención de las naciones más importantes del Mundo.
Yo estaba muy triste ayer por la noche. Políticos que sabían que actuaban contra la Ley votaban a conciencia y en secreto contra mi derecho a decidir. Pero Eduardo Maestre, fundador junto con Luis Escribano de este portal, me animó e invadió de optimismo.
Al igual que me hice profesional para sobrevivir con el presupuesto en mis viajes, defendiendo lo que es mío, a partir de hoy defenderé con mucho más orgullo lo que es mío y de todos ustedes, amigos españoles, cuando estoy en el extranjero. Porque el enemigo, no se les olvide, no ataca a la nación solo desde dentro. También desde fuera. Y ahí me van a ver. Con la fuerza de los argumentos, como dijo ayer Donald Tusk. Con mucha fuerza!
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