Artículo de Federico Relimpio
Fue una
interacción casual, de twitter. La mujer sacó del desván una entrevista que me
hizo Miguel Jara cuando la publicación de KOL
Líder de Opinión, hace tiempo. Vi su perfil, y ahí me tiré de cabeza.
Luego, mi respuesta.
Suavita. No suele interaccionar conmigo, esta gente. Así que todo, menos ser
abrupto:
Y me sorprendió
la respuesta:
A ver si lo veis
como yo, o no — abajo, los comentarios, libre y directo —. Porque tiene triple
fondo la respuesta. Y dice mucho de cómo se piensa por esos despachos de ahí
arriba, de bandera blanquiverde y representación institucional.
Primero, la división implícita del mundo
profesional del Sistema Sanitario Público Andaluz en “buenos” y “malos”. Segundo, el reconocimiento de que la mayoría
están en el primer grupo. Tercero, arrogarse el derecho a establecer lo que
piensan los buenos — ¿lo han preguntado alguna vez, por cierto? —. Cuarto, dar
por hecho que los buenos, que son la mayoría, piensan lo que propone o sugiere
la línea oficial, con pocos matices.
¿Es eso todo?
¡Quia, que hay más detalles! Sigamos extrayendo conclusiones…
Si usted no
adopta la línea oficial del Sistema Sanitario Público de Andalucía, cae fuera
de lo correcto, como decían en la película “Los Otros”. Derechito al bando de “Los Malos”, hablando en román paladino. Pero
es que, además, usted es minoría — sin que se hayan dignado jamás a hacer un
sondeo o recuento —. Una minoría malvada.
Al rincón, con las orejas de burro. O con el sambenito de tiempos horribles.
Y es más lo que
cabe deducir de todo esto, poniéndolo en contexto. El Sistema Sanitario Público
de Andalucía gestiona un tercio del presupuesto de la Comunidad Autónoma. Mucho
dinero. Demasiado. La gestión del presupuesto sanitario depende de modo directo
de decisiones clínicas — por ejemplo: te opero o no, y cómo — que toman a
diario una serie de profesionales de la Medicina que, a priori, deberían de disfrutar de la independencia
del funcionariado de carrera.
Sin embargo, el
poder político en la Comunidad ha sido ejercido por el mismo partido durante un
período larguísimo, por la decisión libre de los ciudadanos. Estos pueden y
deben responsabilizar a este grupo político de los indicadores de la Comunidad,
especialmente de los sanitarios, que muestran un diferencial importante
respecto al resto del país.
De este modo, el
desencuentro entre políticos y médicos
está servido desde hace décadas, y lejos de estar resuelto en la actualidad, pese al intento de encasquetarnos la figura
del médico-político en cada grupo para presionar y amedrentar a los
compañeros. Y para crear la ilusión
óptica de la distinción entre “los buenos” y “los malos”. Porque es más que
dudoso que tal distingo tenga una base profesional. Ni siquiera política — en
el buen sentido de la palabra —. Habría
que distinguir solo entre obediencia rastrera e digna independencia.
Cualquier sistema profesional elaborado que se precie se sienta con la disidencia, no la
clasifica. Explora el malestar — si hay tal — y lo encauza, no lo estigmatiza.
Realiza un estudio de clima interno serio y evalúa a los mandos intermedios,
distinguiendo ahí también aquellos profesionales deseosos de crear buenos
equipos de trabajo de los jefecillos ambiciosos, sospechosos de despotismo o de
acoso soterrado. Gentuza tóxica, creadores de mal ambiente y destructores de la
ilusión y la iniciativa. Lo contrario — lo que se aprecia — es antiguo y
facilón: lo hizo el franquismo — “la misérrima oposición”, “la antiespaña” — o
el castrismo — “la gusanera” —, y me disculpan por salirme de lo estrictamente
sanitario.
Me entristece
que, en la actualidad, lo mejorcito de la generación que sale de las aulas, los chavales del catorce en selectividad,
curtidos en el trabajo duro e idiomas durante la ESO y el bachillerato, se
esfuercen para sacar el MIR, y aprender y ejercer en su tierra, con los suyos.
Más tarde se encontrarán, para su desesperación y la de sus padres, que da la
impresión que este sistema no cree en el trabajo duro. O sí que cree, pero siempre que el esfuerzo esté supeditado a
la lealtad y la obediencia acrítica.
Que la Escuela
Andaluza de Salud Pública difunde dípticos como el de más abajo, en el cual hay
dos modos de ser, rojo y verde. Y tener
el hábito fatal de poner las cosas en cuestión se confunde peligrosamente con ser una persona tóxica, perezosa y
egoísta — entre otras lindezas —. O conmigo — “guay” —, o contra mí —
“chungo” —.
Que a tiempo está la chavalería
para hacer el “busque y compare” relativo a condiciones de trabajo y vectores
diferenciales (sueldo, pero muchas cosas más) de una taifa sanitaria a la otra
antes de caer presos del lenguaje seráfico de un régimen que esconde bien su
cinismo despectivo y el “esto es lo que hay”. Lo que tendrán estas muchachas —
predominio femenino — para el resto de sus vidas profesionales. Pensadlo, que
esto no va a cambiar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario