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jueves, 31 de agosto de 2017

Un "pasillito" al Rey de España


Artículo de Eduardo Maestre




Yo soy maestro de pueblo. Pese a ello, tuve las luces suficientes para darme cuenta, días antes de la manifestación que tuvo lugar en Barcelona el pasado sábado 26 de agosto, de que ésta podría acabar siendo una vergüenza. ¿Todo apuntaba al esperpento? Sí. Pero se celebró como estaba previsto: con el Rey de España allí, el Presidente del Gobierno allí y un montón de ministros allí. Y, en efecto, fue lo que preví: una vergüenza. Lo que yo no podía imaginar era hasta qué punto iba a serlo, pues la imaginación de un maestro de pueblo no puede competir con la de miles de enfermos mentales generosamente subvencionados para desarrollar su locura sin reparar en gastos.

…No sé por dónde empezar.

Si los ciudadanos de a pie fuimos capaces de prever, grosso modo, lo que iba a pasar en una convocatoria pública y masiva organizada a tres bandas por a) un Gobierno autonómico golpista, b) una alcaldesa totalitaria, y c) una asociación naci como lo es la ANC, cómo es posible que desde el Centro Nacional de Inteligencia no se advirtiera al Gobierno español y a la Casa Real de lo que sin duda iba a ocurrir? Y si desde esta institución se advirtió –como sin duda se hizo-, por qué y pese a todo acudieron nuestro Rey y nuestro Gobierno en pleno? Cómo los responsables de Protocolo permitieron que los colocaran en el segundo tramo de la manifestación? Por qué no abandonaron inmediatamente la marcha al ver -como veían, sin duda!- que estaban siendo precedidos por cientos de banderas golpistas y por lo tanto siguiendo a una multitud que enarbolaba numerosos símbolos anticonstitucionales?

La ensalada de banderas

Porque lo primero que se viene a la vista, cuando uno ve las imágenes de esas calles barcelonesas abarrotadas de gente es, inevitablemente, la ensalada de banderas. Muchas banderas; cientos; miles de banderas dispuestas –además- a distintos niveles sobre la muchedumbre: banderas a dos metros de altura; a tres metros; banderas, incluso, a cinco metros de altura. Una panoplia barroca, un retablo churrigueresco de banderas esteladas encabezando la marcha y tapando, ocultando, ninguneando a los miles de manifestantes que venían detrás; cientos de miles de mujeres y hombres desbanderados, huérfanos de símbolos, desnudos de mensaje pero que seguían en silencio a aquellos que abrían la manifestación y, por lo tanto, quedaban envueltos en unos símbolos que, por ir masivamente encabezando la marcha, afectaban y vinculaban irremediablemente a todos los presentes.

Uno no puede sino recordar las manifestaciones multitudinarias de París, Londres o Madrid (acuérdense de los cientos de miles de paraguas alrededor de la estación de Atocha!), en las que la población anónima de cada una de esas grandes ciudades salió de sus casas a restallar el sordo látigo de su ira, a reventar con su silencio la posibilidad de que unos enfurecidos musulmanes volvieran a matar en nombre de Alá. Pero en esas grandes ciudades no hubo banderas. Ni una sola bandera. Qué bandera puede enarbolarse para expresar el dolor? Con qué trozo de tela pintada se puede ondear mejor el rechazo y la repulsa de profundis que con el silencio?

No hubo banderas en París. No las hubo en Londres. Y mucho menos, en Madrid. Porque los yihadistas que atentaron en estas tres inmensas capitales europeas sabían dónde estaban clavando su eficaz alfanje; conocían perfectamente cuál es el corazón de una nación, dónde apretar el botón del espanto para que un pueblo entero se retuerza de indignación y misericordia. Y de estas metrópolis sólo cabía esperar lo que lógicamente hubo, que no fue más –ni menos- que una clara expresión de dolor, un silencio que dotara de solemnidad la manifestación popular de rechazo, un color luctuoso que resaltó el asco hacia la muerte de unos inocentes, y la condena explícita por parte de algún político importante y personajes que sintetizaran en sí mismos el sentir de Occidente; en resumen, todo lo que buscan siempre los yihadistas. Porque los musulmanes asesinos, para justificar su propia existencia, lo que ansían es esto: el rechazo explícito de Occidente a través de sus símbolos. Lo que necesitan es el eco, el ruido, el escándalo. Saben que será imposible que la población, los medios y las elites políticas occidentales silencien ataques tan bárbaros. De ahí que mediten pausadamente dónde van a asestar el próximo golpe de dolor; en qué ciudad representativa de los valores occidentales van a asesinar indiscriminadamente; a qué comunidad indudablemente europea van a infligir su próximo castigo.

Yihadistas y gilipollas a la vez

Sin embargo, los musulmanes que se metieron en la Rambla con su furgoneta de horror y en Cambrils con sus cuchillos hitchcocktianos no calibraron con precisión el resultado de su locura, no midieron bien el efecto de su salvajada, no estimaron adecuadamente las consecuencias inmediatas de su estupidez. Porque Barcelona será una gran ciudad y uno de los destinos turísticos más conocidos del mundo, pero está inmersa desde hace años en un proceso de desnaturalización social, política, económica y cultural de tal magnitud que, de resultas de estos terribles asesinatos indiscriminados, lo que han conseguido estos enfermos de religión atentando en Barcelona no ha sido la respuesta firme y afianzada de todo un pueblo –el español- clamando venganza, implorando justicia o simplemente condenando la Fe que es capaz de ser enarbolada para en su nombre destruirlo todo a su paso, sino que se abra, un mes antes de tiempo, la caja de los truenos, el circo de los horrores, el pozo negro en el que vienen larvándose desde hace ya cinco años y de manera imparable unos gusanos que bien podrían haber sido creados por la mente gótica de Lovecraft pero cuya génesis se debe a la locura de unos y a la irresponsabilidad de otros. Luego lo veremos.

Lo que quiero destacar es que estos musulmanes tan motivados, además de yihadistas inmisericordes eran unos gilipollas! Porque hay que ser un gilipollas para vivir en la tierra de los separatas, estar subvencionados –como sin duda lo estaban, directa o indirectamente- por los separatas, haber asistido a esas escuelas de integración organizadas por los separatas y no palpar en el ambiente la brutal desconexión que había (que hay) entre Barcelona, la gran ciudad elegida para matar a seres inocentes, y el Estado al que –aún- pertenece, que es quien tenía que haberse encargado de gestionar el lamento oficial, un lamento cargado de dignidad como el que se elevó en Reino Unido, en Francia e incluso en la misma zarandeada España cuando lo de Atocha, y no la fiesta separata que se organizó el sábado, cuyo clímax, cuyo punto paroxístico fue obligar a los asistentes a escuchar a una musulmana con su pañuelo castrador arengando sobre las bondades del Islam! …Alahu akbar!

No: estos perfectos estúpidos yihadistas no vislumbraron la posibilidad más que real de que los actos de repulsa fueran usurpados por la mano que interesadamente les llevaba dando de comer –por descontado, en perfecto catalá- desde hacía años; no supieron colegir que el eco de dolor que buscaban sería silenciado por esa mano naci que intervino desde el minuto 1 negando al Estado español la posibilidad de llorar a las víctimas, cortocircuitando el clamor que habrían buscado otros yihadistas más despiertos, y, en definitiva, amortiguando hasta extremos impensables el alarido de horror que siempre Occidente eleva tras cada matanza inexplicable, logrando desnaturalizarlo hasta convertirlo en un akelarre estelado y delirante!

El akelarre

Porque eso fue, al final, en lo que derivó la manifestación de Barcelona: en un akelarre cuatribarrado; en una merienda de hispanófobos; en una cadena de insultos programados y serigrafiados en inmensas pancartas cuya confección por imprentas profesionales estaba prevista y, sin duda, financiada por la Generalidad. Qué eficacia la de los separatistas cuando se trata de insultar, culpabilizar o arrastrar por el fango todo aquello que represente lo español, eh? Qué muestra de organización! Tremenda, esa pancarta gigantesca en donde se veía con claridad la cara del Rey Felipe VI (que, con el rostro descompuesto, caminaba pocos metros atrás) junto a los retratos -algo menos conseguidos- de Rajoy, Aznar y González en la que se leía “Vuestras políticas son nuestros muertos”. O esa otra lona que cubría a decenas de paniaguados en donde imprimieron “Felipe VI y el Gobierno español, cómplices del comercio de armas”. Además, estaban todas esas miles de bandas de un metro de longitud, maravillosamente impresas en papel couché azul en las que algún pensador, alguna portentosa inteligencia neopuritana había estampado en letras blancas la genial aseveración “La mejor respuesta, la Paz” o el mantra tocapelotas “No a la islamofobia”, cuya oportunidad en una manifestación contra la barbarie islamista no puede explicarse si no es aceptando la degradación general de toda una sociedad en decadencia.

No tengo cerdo

Y qué decir del consabido “No tinc por”? No tengo miedo. Cómo que no tengo miedo? No tengo? En primera persona del singular? Por qué en singular? Pues por qué va a ser? Para eludir la pluralización del sentimiento! Para atomizar a la ciudadanía hasta dejarla en un solitario yo, un yo catalanista, un yo diferencial, un yo supremacista y excluyente que evitara en lo posible que el sentir popular se les fuera de las manos y acabaran uniéndose también los aragoneses, los murcianos y el resto de los españoles! Pero qué bajada de pantalones ha sido ésta? Por qué hemos de aceptar que el lema oficial de una manifestación contra el yihadismo, que acaba de golpear a toda España, condense en una frase tan leve, en un mensaje tan naif todo lo que podríamos expresar la totalidad de los españoles? Y además, en catalán! No tinc por. No tinc por? Qué coño significa eso en Burgo de Osma? Y en Móstoles? Qué cojones significa en Albacete no tinc por? Cómo podríamos, los que hemos nacido en Sevilla, atravesar esa gigantesca barrera del lenguaje para abrazar a nuestros hermanos catalanes en ese momento de dolor? Si lo que queremos es quererlos, por qué nos lo ponen tan difícil?

Pues nada! A los TEDAX de la Guardia Civil no les permitieron entrar en el chalé de Alcaner para ayudar a esclarecer los hechos porque en la Benemérita hay mayoría de españoles, y ahora, al resto de no catalanoparlantes nos imponen un peaje nacionalista para gritar de rabia y de dolor, un lema que en vez de concentrar en una misma voz algo que todos pudiéramos gritar desde las entrañas de la lengua común, nos obliga a agacharnos varios siglos de Historia y a entrar por la minúscula puerta de una lengua regional. Joder, que he estado yo intentando decirlo en mi casa o hablándolo con los amigos en las conversaciones que inevitablemente todos hemos tenido estos terribles días y más de la mitad de las veces he acabado diciendo, sin querer, “no tengo cerdo”!

Además, a qué responde esa necesidad de reducir la zona de impacto de los atentados? A qué viene esa repentina jibarización del terreno violentado? Porque desde el primer momento, y con la imposición del lema en catalán, los separatas han pretendido hacernos creer a todos que la agresión terrorista quedaba circunscrita sólo a Cataluña. Cómo ha permitido nuestro cobarde Gobierno español esta instrumentalización del dolor? Es que también tenemos que renunciar al español por no soliviantar a unos regionalistas hipertrofiados que están, además, torturando a más de la mitad de su propio pueblo? Y cómo que no tenemos miedo? Por supuesto que lo tenemos! Mucho miedo! Y muy mal haríamos en no tenerlo, porque no nos enfrentamos a un ejército organizado, con su cuartel general al otro lado del río y una declaración de guerra de por medio, sino con “muchachos que querían ser médicos o pilotos; chavales encantadores que iban a sus centros de estudio con normalidad y de los que jamás habríamos sospechado nada”. A eso nos enfrentamos! A cobardes letales!

Cataluña sin Estado

No tinc por! Menuda estupidez! De haber tenido un Gobierno en condiciones, jamás habríamos permitido que el lema que resumiera el sentir de toda España y que sin duda habría de repetirse en todos los periódicos y noticiarios del mundo fuera una memez tan grande! Y mucho menos que estuviera escrito en otro idioma que el español, el segundo idioma más hablado del planeta! Pero, claro, de haber tenido un Gobierno en condiciones jamás habrían llegado los separatas al punto en el que se hallan. Jamás se habría quedado una región tantos años al margen del Estado; como ha ocurrido con Cataluña, cuyos ciudadanos no separatistas, mayoritarios, según todas las encuestas y que son tan españoles como usted y como yo, amigo lector, se sienten desamparados, desatendidos, abandonados de la mano de Dios desde hace décadas. Y este abandono indiscutible es el resultado de una inexplicable línea política que viene de lejos: lo consintió Felipe González; lo alentó Aznar; lo llevó al paroxismo Zapatero y finalmente lo ha financiado Rajoy. Todos los Gobiernos habidos en España desde 1981, en un crescendo inapelable y ante la repugnancia y la impotencia de la casi totalidad de los demás españoles (incluidos los catalanes hoy sojuzgados por los nacis) han contribuido activamente a que lleguemos al punto en el que estamos, y que no es otro que el del temblor que precede al desastre.

Y ahora, cuarenta años después de abandonar la que fue la región más productiva de España en manos de unos enfermos de supremacismo; treinta años después de contemplar cómo se iban construyendo muros cada vez más altos; veinte años después de constatar que algo grave estaba empezando a ocurrir con la persecución del español en los comercios, en las escuelas y en las instituciones; cinco años después de haber corroborado que el Estado ha colapsado definitivamente en Cataluña y que esto se va al garete si no se impide por la fuerza, mandamos al Rey a las calles de Barcelona para ver si su majestuosa presencia puede arreglar algo la situación! Al Rey! …Pero estamos locos o cómo estamos?

Un Rey para los catalanes

¿Se imaginan ustedes que la furgoneta, en vez de en Barcelona, hubiera entrado en Huelva por la calle Vázquez López -que tampoco tiene bolardos- llevándose por delante a los parroquianos de la abacería La Abundancia, los veladores de la cafetería Viejo Roble, y luego hubiera girado por la calle Arquitecto Pérez Carasa atropellando a todos los viandantes, a los que estuvieran sacando 20 euros del cajero automático del BBVA, y a las señoras que salieran de las tiendas del barrio? Se imaginan esa misma furgoneta por Huelva? Cuántos cadáveres habría dejado allí la yihad? Cuántos cientos de heridos?

No puedo dejar de pensar en esto. Porque si esta tragedia hubiera ocurrido en Huelva no logro imaginar que a la manifestación de repulsa asistiera nada menos que el Rey de España! Quizás el Presidente del Gobierno, sí. Y con seguridad, algunos ministros andaluces. Pero su majestad Felipe VI? Lo siento, pero lo dudo muchísimo! En primer lugar, porque el Rey no ha ido jamás, como rey, a una manifestación. Y no lo habría hecho si la ciudad conmocionada fuera, por ejemplo, Huelva. Porque Huelva, como sabrá usted, amigo lector, no forma parte de Cataluña. Y porque, de haber ocurrido en Huelva, en Salamanca o en Cáceres este Gobierno enfermo de culpa no habría tenido que hacer un esfuerzo por intentar arreglar lazos rotos trayendo a Felipe VI, ya que Huelva, como tantas otras capitales de provincia, se siente española por los cuatro costados. Los onubenses le habrían hecho al Rey, sin embargo, un recibimiento extraordinario; le habrían ofrecido su aplauso más sentido desde lo profundo del alma; de esa alma sencilla que usan, para vivir, los pueblos sin complejos.

Pero no soñemos: el Rey no habría aparecido por Huelva. Ni por Cáceres. Ni por Salamanca. Lo siento, pero no hay quien me haga pensar lo contrario. Y saben por qué? Porque son cuatro décadas, ya, cargando sobre mi española espalda agravios comparativos; porque con las continuas acciones de los diferentes Gobiernos padecidos nos ha quedado muy claro a todos, en la zona más oculta del subconsciente, que hay tres pueblos en España que, por la Gracia de Dios, merecen ver satisfechos todos sus caprichos: Cataluña, el País Vasco y Navarra. Y lo merecen porque son superiores. Porque los habitan superhombres. Porque valen más que los demás españoles. Por eso, y porque nuestra inferioridad está escrita en la Constitución, negro sobre blanco, afirmo que el Rey jamás habría acudido a Huelva.

Sin embargo, a Barcelona fue. No me atrevo a asegurar si motu proprio o aconsejado por el Gobierno de la nación. Pero, en cualquier caso, decidió ir a Cataluña, hacer acto de presencia física en la manifestación. Por vez primera, un rey de España asiste a una concentración pública que se suponía de rechazo a la violencia… Y van y lo colocan en la segunda fila!!! ¿Se imaginan ustedes que la reina Isabel II de Inglaterra se volviera relativamente humana y decidiera caminar por las calles de Londres rodeada por la plana mayor de su Gobierno para protestar por los atentados allí sufridos? Menuda noticia, no? Creen ustedes que la colocarían en la segunda fila, antecedida por miles de banderas republicanas pidiendo el Ulster libre y rodeada de chusma escupiéndole durante horas toda suerte de improperios? Impensable, no? Pues eso es lo que ocurrió en Barcelona el 27 de agosto! Justo eso!

Cadena de ojalás

Miren: yo no soy monárquico. Es más: soy repúblico, que es el término que ha habido que reconstruir y reforzar para englobar a los que somos republicanos pero abominamos de la II República, ese sanguinario engendro pergeñado por el aún más sanguinario Frente Popular. Ojalá en España se abriera un Proceso Constituyente tras el cual pudiéramos darnos una verdadera Constitución, y no ésta que tenemos; ojalá disfrutáramos de una Constitución en la que no se recogieran privilegios inauditos para algunas regiones (el Fuero navarro; el Concierto vasco) en detrimento de las demás. Ojalá hubiéramos construido una Carta Magna en la que no se marcaran a fuego pretendidos hechos diferenciales. Ojalá nos hubiéramos dotado de una Constitución en la que no se insultara explícitamente a unas regiones tildando de históricas a otras -como si Andalucía, Valencia o Aragón no tuvieran Historia! Dios mío de mi vida!

Ojalá pudiéramos elegir en referéndum acabar de una maldita vez con la hemorragia que nos impide prosperar individualmente como ciudadanos y colectivamente como nación, las Autonomías, y devolver al Estado las competencias esenciales (Sanidad, Educación, Justicia, Hacienda y Fuerzas de Seguridad; para ir abriendo boca). Ojalá pudiéramos abrir ese Proceso Constituyente tan necesario y cambiar de arriba abajo la Ley Electoral para poder sentir al fin que los parlamentarios nos representan! Ojalá! Yo, además, votaría por dejar a la Monarquía como un símbolo ornamental al que cuidar como se cuida un museo; requerir de sus servicios diplomáticos para tratar con países como, por ejemplo, los problemáticos y llenos de complejos reinos musulmanes. Nada de exilios ni de tremendismos! Pero comenzaría una andadura republicana como la estadounidense, la alemana o la francesa. Sin más!

El pasillito del Rey

Sin embargo, a día de hoy y hasta que este milagro no se realice, asumo los tótems que la época me impone y no me hace ni puñetera gracia que al rey de España y al Gobierno español en pleno les hagan lo que a los universitarios novatos les hacían en Salamanca los veteranos: un “pasillito”, que no es otra cosa que un espacio a modo de pasillo flanqueado por estudiantes ya curtidos y con muy mala leche por el que obligatoriamente debían pasar si querían salir desde el edificio de la Universidad a la calle y en cuyo trayecto les lanzaban los más repugnantes esputos que de las poco higiénicas bocas de los jóvenes del siglo XVII pudieran salir, costumbre inveterada de la que viene la expresión “poner verde a alguien”.

Pues bien: al Rey lo han puesto verde. Le han insultado, pitado, abucheado y vejado. Aprovechando el anonimato y la luctuosa circunstancia, los enemigos de España –pues no son otra cosa los nacis que enemigos: no lo olviden ustedes- le han hecho un pasillito a FelipeVI y lo han machacado públicamente. Sin pudor. Sin reparos. Y con toda la saña con la que puede emplearse una cabeza enferma de odio como la que cualquier naci bien instruido tiene. Lo han puesto verde. Verde limón. Verde botella. Verde oscuro. Verde turquesa. Todos los verdes del espectro cromático del odio se llevó encima nuestro Rey. Para eso sirvió que acudiera a Barcelona. Para que los separatas de a pie tuvieran la oportunidad de ponerlo verde. Todos los periódicos del mundo registraron el pasillito al Rey de España. Todas las cadenas de televisión. Todo internet.

Pero, ojo: que la que caminaba por ese pasillito era usted, señora; que esos gargajos separatistas cayeron sobre usted, caballero; que, aunque el que asemejaba ser un Cristo camino del Gólgota naci fuera Felipe VI -cuyo rostro transfigurado quedó fijado para la eternidad en el paño de la Verónica que constituye la prensa internacional-, quienes recibimos los escupitajos y las calumnias fuimos nosotros, amigos lectores. Y que, aunque quien hizo de Cirineo gallego con cara de póker fuera Mariano Rajoy, los insultos, los improperios y las vejaciones verbales arrojadas por los nacis sobre sus gubernamentales espaldas caían directamente sobre las nuestras, eh? Sobre las espaldas de todos los españoles. Porque, tanto para los nacis como para el resto de los ciudadanos españoles, las totémicas figuras del Rey y el Presidente del Gobierno representan en sí mismas a la nación española en su totalidad, y someter a ambos a un pasillito de varias horas de duración, a cara descubierta y sin poder mover un músculo pese a estar siendo insultados, degradados, vejados y acusados en falso de las mayores tropelías es un pasillito hecho a la totalidad de los españoles, a nuestra Cultura, a nuestra Historia y a la mismísima composición molecular que conforma y sostiene aquello que sea España.

El pasillito hecho al Rey no ha sido más que la escenificación con figurantes de lo que nos llevan haciendo sin interrupción más de treinta años a los españoles estos miserables nacionalistas, estos repulsivos separatistas, estos mezquinos independentistas catalanes. Coño! Que llevo treinta años viendo pasar por ese pasillito repugnante a Cervantes, a Picasso, a Ramón y Cajal, a Servet, a Ortega y Gasset, a Hernán Cortés, a Velázquez, Goya y Zurbarán, a Jardiel, Pérez Galdós y Espronceda! Más de la mitad de mi vida llevo aguantando que unos hijos de puta sin Historia se dediquen, impunes, a escupir por ese pasillito de odio y amargura a mis ancestros, a mis dramaturgos, a mis pintores, a mis poetas, a mis oradores, a mis científicos, a mis filósofos, a mis reyes, a mis escultores, a mis ensayistas, a mis compositores, a mis médicos, a mis militares, a mis navegantes, a mis conquistadores, a mis ingenieros, a mis policías, a mis cocineros, a mis actores, a mis sopranos, a mis domadores y a mis arquitectos! Más de treinta años de improperios, de descalificaciones, de agravios comparativos, de insultos, de desprecios a mi Historia, que es acojonante, y a mi Cultura, que es inmensa y planetaria!

Mi único deseo

Ya está bien! Ahora quisiera, antes de morir, ver cómo entra por detrás de los que han formado ese pasillito, y para disolverlo, toda la masa de catalanes que hay aún con amor propio, y, por supuesto, una avalancha de policías, guardiaciviles y soldados del Ejército español llevándose esposados y sin capucha que les tape el rostro a toda la cúpula criminal que ha usurpado las funciones del Estado en ese parlamento autonómico con el objetivo de reventar la nación más antigua de Europa. Quiero ver cómo las Fuerzas de Seguridad españolas se llevan por delante -anda y tira pa la furgoneta!- a todos los golpistas. Quiero ver cómo la Autonomía catalana queda suspendida hasta nueva orden; cómo la ANC queda disuelta y con todos sus paniaguados puestos a disposición judicial. Quiero contemplar la clausura definitiva de la cadena golpista TV3 y cómo sus responsables son, todos, puestos también a disposición judicial. Quiero ver los calabozos catalanes a revientacalderas! Quiero atisbar, desde Despeñaperros, cómo salen huyendo caminito de algún país sin tratado de extradición todos estos golpistas, todos esos sediciosos, todos aquellos felones que, con mi dinero, llevan treinta años meándose sin consecuencias sobre la bandera de España!

Y finalmente, quiero ver a todos éstos, ya con sentencia firme y a las puertas del juzgado, para contribuir junto a mis compatriotas a hacerles un pasillito de silencio; un pasillito sin gritos ni improperios; un pasillito sepulcral que será, para España, toda una catarsis; un pasillito que jamás olvidarán. Y luego, brindaré con cava catalán!




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