Artículo de Eduardo Maestre
Yo soy maestro de pueblo. Pese a ello, tuve las
luces suficientes para darme cuenta, días antes de la manifestación que tuvo
lugar en Barcelona el pasado sábado 26 de agosto, de que ésta podría acabar
siendo una vergüenza. ¿Todo apuntaba al esperpento? Sí. Pero se celebró como
estaba previsto: con el Rey de España allí,
el Presidente del Gobierno allí y un
montón de ministros allí. Y, en
efecto, fue lo que preví: una vergüenza. Lo que yo no podía imaginar era hasta
qué punto iba a serlo, pues la imaginación de un maestro de pueblo no puede
competir con la de miles de enfermos mentales generosamente subvencionados para
desarrollar su locura sin reparar en gastos.
…No
sé por dónde empezar.
Si
los ciudadanos de a pie fuimos capaces de prever, grosso modo, lo que iba a pasar en una convocatoria pública y
masiva organizada a tres bandas por a) un Gobierno autonómico golpista, b) una
alcaldesa totalitaria, y c) una asociación naci como lo es la ANC, cómo es
posible que desde el Centro Nacional de Inteligencia no se advirtiera al
Gobierno español y a la Casa Real de lo que sin duda iba a ocurrir? Y si desde
esta institución se advirtió –como sin duda se hizo-, por qué y pese a todo acudieron nuestro Rey y
nuestro Gobierno en pleno? Cómo los responsables de Protocolo permitieron que
los colocaran en el segundo tramo de la manifestación? Por qué no abandonaron inmediatamente la marcha al ver -como
veían, sin duda!- que estaban siendo precedidos por cientos de banderas
golpistas y por lo tanto siguiendo a una multitud que enarbolaba numerosos
símbolos anticonstitucionales?
La ensalada de banderas
Porque lo primero que se viene a la vista, cuando
uno ve las imágenes de esas calles barcelonesas abarrotadas de gente es,
inevitablemente, la ensalada de banderas. Muchas banderas; cientos; miles de
banderas dispuestas –además- a distintos niveles sobre la muchedumbre: banderas
a dos metros de altura; a tres metros; banderas, incluso, a cinco metros de
altura. Una panoplia barroca, un retablo churrigueresco de banderas esteladas
encabezando la marcha y tapando, ocultando, ninguneando a los miles de
manifestantes que venían detrás; cientos de miles de mujeres y hombres desbanderados, huérfanos de símbolos,
desnudos de mensaje pero que seguían en silencio a aquellos que abrían la
manifestación y, por lo tanto, quedaban envueltos en unos símbolos que, por ir
masivamente encabezando la marcha, afectaban y vinculaban irremediablemente a todos los presentes.
Uno no puede sino recordar las manifestaciones
multitudinarias de París, Londres o Madrid (acuérdense de los cientos de miles
de paraguas alrededor de la estación de Atocha!), en las que la población
anónima de cada una de esas grandes ciudades salió de sus casas a restallar el
sordo látigo de su ira, a reventar
con su silencio la posibilidad de que unos enfurecidos musulmanes volvieran a
matar en nombre de Alá. Pero en esas grandes ciudades no hubo banderas. Ni una
sola bandera. Qué bandera puede enarbolarse para expresar el dolor? Con qué
trozo de tela pintada se puede ondear mejor el rechazo y la repulsa de profundis que con el silencio?
No hubo banderas en París. No las hubo en Londres. Y
mucho menos, en Madrid. Porque los yihadistas que atentaron en estas tres
inmensas capitales europeas sabían dónde estaban clavando su eficaz alfanje;
conocían perfectamente cuál es el corazón de una nación, dónde apretar el botón
del espanto para que un pueblo entero se retuerza de indignación y
misericordia. Y de estas metrópolis sólo cabía esperar lo que lógicamente hubo,
que no fue más –ni menos- que una clara expresión de dolor, un silencio que
dotara de solemnidad la manifestación popular de rechazo, un color luctuoso que
resaltó el asco hacia la muerte de unos inocentes, y la condena explícita por
parte de algún político importante y personajes que sintetizaran en sí mismos
el sentir de Occidente; en resumen, todo lo que buscan siempre los yihadistas.
Porque los musulmanes asesinos, para justificar su propia existencia, lo que
ansían es esto: el rechazo explícito de Occidente a través de sus símbolos. Lo
que necesitan es el eco, el ruido, el escándalo. Saben que será imposible que
la población, los medios y las elites políticas occidentales silencien ataques
tan bárbaros. De ahí que mediten pausadamente dónde van a asestar el próximo golpe de dolor; en qué ciudad
representativa de los valores occidentales van a asesinar indiscriminadamente;
a qué comunidad indudablemente europea van a infligir su próximo castigo.
Yihadistas
y gilipollas a la vez
Sin embargo, los musulmanes que se metieron en la
Rambla con su furgoneta de horror y en Cambrils con sus cuchillos hitchcocktianos no calibraron con
precisión el resultado de su locura, no midieron bien el efecto de su
salvajada, no estimaron adecuadamente las consecuencias inmediatas de su
estupidez. Porque Barcelona será una gran ciudad y uno de los destinos
turísticos más conocidos del mundo, pero está inmersa desde hace años en un
proceso de desnaturalización social,
política, económica y cultural de tal magnitud que, de resultas de estos
terribles asesinatos indiscriminados, lo que han conseguido estos enfermos de
religión atentando en Barcelona no ha sido la respuesta firme y afianzada de
todo un pueblo –el español- clamando venganza, implorando justicia o
simplemente condenando la Fe que es capaz de ser enarbolada para en su nombre
destruirlo todo a su paso, sino que se abra, un mes antes de tiempo, la caja de los truenos, el circo de los
horrores, el pozo negro en el que vienen larvándose desde hace ya cinco años y
de manera imparable unos gusanos que bien podrían haber sido creados por la
mente gótica de Lovecraft pero cuya génesis se debe a la locura de unos y a la
irresponsabilidad de otros. Luego lo veremos.
Lo que quiero destacar es que estos musulmanes tan motivados, además de yihadistas
inmisericordes eran unos gilipollas! Porque hay que ser un gilipollas para
vivir en la tierra de los separatas, estar subvencionados –como sin duda lo
estaban, directa o indirectamente- por los separatas, haber asistido a esas
escuelas de integración organizadas
por los separatas y no palpar en el ambiente la brutal desconexión que había
(que hay) entre Barcelona, la gran ciudad elegida para matar a seres inocentes,
y el Estado al que –aún- pertenece, que es quien tenía que haberse encargado de
gestionar el lamento oficial, un lamento cargado de dignidad como el que se
elevó en Reino Unido, en Francia e incluso en la misma zarandeada España cuando
lo de Atocha, y no la fiesta separata que se organizó el sábado, cuyo clímax,
cuyo punto paroxístico fue obligar a los asistentes a escuchar a una musulmana
con su pañuelo castrador arengando sobre las bondades del Islam! …Alahu akbar!
No: estos perfectos estúpidos yihadistas no
vislumbraron la posibilidad más que real de que los actos de repulsa fueran
usurpados por la mano que interesadamente les llevaba dando de comer –por
descontado, en perfecto catalá- desde
hacía años; no supieron colegir que el eco de dolor que buscaban sería
silenciado por esa mano naci que intervino desde el minuto 1 negando al Estado
español la posibilidad de llorar a las víctimas, cortocircuitando el clamor que
habrían buscado otros yihadistas más despiertos, y, en definitiva, amortiguando
hasta extremos impensables el alarido de horror que siempre Occidente eleva
tras cada matanza inexplicable, logrando desnaturalizarlo hasta convertirlo en
un akelarre estelado y delirante!
El
akelarre
Porque eso fue, al final, en lo que derivó la
manifestación de Barcelona: en un akelarre cuatribarrado; en una merienda de
hispanófobos; en una cadena de insultos programados y serigrafiados en
inmensas pancartas cuya confección por imprentas profesionales estaba prevista
y, sin duda, financiada por la Generalidad. Qué eficacia la de los separatistas
cuando se trata de insultar, culpabilizar o arrastrar por el fango todo aquello
que represente lo español, eh? Qué
muestra de organización! Tremenda, esa pancarta gigantesca en donde se veía con
claridad la cara del Rey Felipe VI (que, con el rostro descompuesto, caminaba
pocos metros atrás) junto a los retratos -algo menos conseguidos- de Rajoy,
Aznar y González en la que se leía “Vuestras políticas son nuestros muertos”. O esa otra lona que cubría a
decenas de paniaguados en donde imprimieron “Felipe VI y el Gobierno español,
cómplices del comercio de armas”. Además, estaban todas esas miles de bandas de
un metro de longitud, maravillosamente impresas en papel couché azul en las que algún pensador, alguna portentosa
inteligencia neopuritana había estampado en letras blancas la genial
aseveración “La mejor respuesta, la Paz” o el mantra tocapelotas “No a la
islamofobia”, cuya oportunidad en una manifestación contra la barbarie
islamista no puede explicarse si no es aceptando la degradación general de toda
una sociedad en decadencia.
No
tengo cerdo
Y qué decir del consabido “No tinc por”? No tengo miedo. Cómo que no tengo miedo? No tengo?
En primera persona del singular? Por qué en singular? Pues por qué va a ser?
Para eludir la pluralización del sentimiento! Para atomizar a la ciudadanía
hasta dejarla en un solitario yo, un
yo catalanista, un yo diferencial, un
yo supremacista y excluyente que evitara en lo posible que el sentir popular se
les fuera de las manos y acabaran uniéndose también los aragoneses, los
murcianos y el resto de los españoles! Pero qué bajada de pantalones ha sido
ésta? Por qué hemos de aceptar que el lema oficial de una manifestación contra
el yihadismo, que acaba de golpear a toda
España, condense en una frase tan leve, en un mensaje tan naif todo lo que
podríamos expresar la totalidad de los españoles? Y además, en catalán! No tinc por. No tinc por? Qué coño
significa eso en Burgo de Osma? Y en Móstoles? Qué cojones significa en
Albacete no tinc por? Cómo podríamos,
los que hemos nacido en Sevilla, atravesar esa gigantesca barrera del lenguaje
para abrazar a nuestros hermanos catalanes en ese momento de dolor? Si lo que
queremos es quererlos, por qué nos lo
ponen tan difícil?
Pues nada! A los TEDAX de la Guardia Civil no les
permitieron entrar en el chalé de Alcaner para ayudar a esclarecer los hechos
porque en la Benemérita hay mayoría de españoles, y ahora, al resto de no
catalanoparlantes nos imponen un peaje nacionalista para gritar de rabia y de
dolor, un lema que en vez de concentrar en
una misma voz algo que todos pudiéramos gritar desde las entrañas de la
lengua común, nos obliga a agacharnos varios siglos de Historia y a entrar por
la minúscula puerta de una lengua regional. Joder, que he estado yo intentando
decirlo en mi casa o hablándolo con los amigos en las conversaciones que
inevitablemente todos hemos tenido estos terribles días y más de la mitad de
las veces he acabado diciendo, sin querer, “no tengo cerdo”!
Además, a qué responde esa necesidad de reducir la
zona de impacto de los atentados? A qué viene esa repentina jibarización del
terreno violentado? Porque desde el primer momento, y con la imposición del
lema en catalán, los separatas han pretendido hacernos creer a todos que la
agresión terrorista quedaba circunscrita sólo
a Cataluña. Cómo ha permitido nuestro cobarde Gobierno español esta
instrumentalización del dolor? Es que también tenemos que renunciar al español
por no soliviantar a unos regionalistas hipertrofiados que están, además,
torturando a más de la mitad de su propio pueblo? Y cómo que no tenemos miedo? Por supuesto que lo tenemos! Mucho
miedo! Y muy mal haríamos en no tenerlo, porque no nos enfrentamos a un
ejército organizado, con su cuartel general al otro lado del río y una
declaración de guerra de por medio, sino con “muchachos que querían ser médicos
o pilotos; chavales encantadores que iban a sus centros de estudio con
normalidad y de los que jamás habríamos sospechado nada”. A eso nos
enfrentamos! A cobardes letales!
Cataluña
sin Estado
No
tinc por! Menuda estupidez! De haber tenido
un Gobierno en condiciones, jamás habríamos permitido que el lema que resumiera
el sentir de toda España y que sin duda habría de repetirse en todos los
periódicos y noticiarios del mundo fuera una memez tan grande! Y mucho menos
que estuviera escrito en otro idioma que el español, el segundo idioma más
hablado del planeta! Pero, claro, de haber tenido un Gobierno en condiciones jamás habrían llegado los
separatas al punto en el que se hallan. Jamás se habría quedado una región
tantos años al margen del Estado;
como ha ocurrido con Cataluña, cuyos ciudadanos no separatistas, mayoritarios,
según todas las encuestas y que son tan españoles como usted y como yo, amigo
lector, se sienten desamparados, desatendidos, abandonados de la mano de Dios
desde hace décadas. Y este abandono indiscutible es el resultado de una
inexplicable línea política que viene de lejos: lo consintió Felipe González;
lo alentó Aznar; lo llevó al paroxismo Zapatero y finalmente lo ha financiado
Rajoy. Todos los Gobiernos habidos en España desde 1981, en un crescendo
inapelable y ante la repugnancia y la impotencia de la casi totalidad de los
demás españoles (incluidos los catalanes hoy sojuzgados por los nacis) han
contribuido activamente a que lleguemos al punto en el que estamos, y que no es
otro que el del temblor que precede al desastre.
Y ahora, cuarenta años después de abandonar la que
fue la región más productiva de España en manos de unos enfermos de
supremacismo; treinta años después de contemplar cómo se iban construyendo
muros cada vez más altos; veinte años después de constatar que algo grave
estaba empezando a ocurrir con la persecución del español en los comercios, en
las escuelas y en las instituciones; cinco años después de haber corroborado
que el Estado ha colapsado definitivamente en Cataluña y que esto se va al
garete si no se impide por la fuerza, mandamos al Rey a las calles de Barcelona
para ver si su majestuosa presencia puede arreglar algo la situación! Al Rey!
…Pero estamos locos o cómo estamos?
Un
Rey para los catalanes
¿Se imaginan ustedes que la furgoneta, en vez de en
Barcelona, hubiera entrado en Huelva por la calle Vázquez López -que tampoco
tiene bolardos- llevándose por delante a los parroquianos de la abacería La Abundancia, los veladores de la
cafetería Viejo Roble, y luego
hubiera girado por la calle Arquitecto Pérez Carasa atropellando a todos los
viandantes, a los que estuvieran sacando 20 euros del cajero automático del
BBVA, y a las señoras que salieran de las tiendas del barrio? Se imaginan esa
misma furgoneta por Huelva? Cuántos cadáveres habría dejado allí la yihad?
Cuántos cientos de heridos?
No puedo dejar de pensar en esto. Porque si esta
tragedia hubiera ocurrido en Huelva no logro imaginar que a la manifestación de
repulsa asistiera nada menos que el Rey de España! Quizás el Presidente del
Gobierno, sí. Y con seguridad, algunos ministros andaluces. Pero su majestad
Felipe VI? Lo siento, pero lo dudo muchísimo! En primer lugar, porque el Rey no
ha ido jamás, como rey, a una manifestación. Y no lo habría hecho si la ciudad
conmocionada fuera, por ejemplo, Huelva. Porque Huelva, como sabrá usted, amigo
lector, no forma parte de Cataluña. Y
porque, de haber ocurrido en Huelva, en Salamanca o en Cáceres este Gobierno
enfermo de culpa no habría tenido que hacer un esfuerzo por intentar arreglar
lazos rotos trayendo a Felipe VI, ya que Huelva, como tantas otras capitales de
provincia, se siente española por los cuatro costados. Los onubenses le habrían
hecho al Rey, sin embargo, un recibimiento extraordinario; le habrían ofrecido
su aplauso más sentido desde lo profundo del alma; de esa alma sencilla que
usan, para vivir, los pueblos sin complejos.
Pero no soñemos: el Rey no habría aparecido por
Huelva. Ni por Cáceres. Ni por Salamanca. Lo siento, pero no hay quien me haga
pensar lo contrario. Y saben por qué? Porque son cuatro décadas, ya, cargando
sobre mi española espalda agravios comparativos; porque con las continuas
acciones de los diferentes Gobiernos padecidos nos ha quedado muy claro a todos, en la zona más oculta del
subconsciente, que hay tres pueblos en España que, por la Gracia de Dios,
merecen ver satisfechos todos sus caprichos: Cataluña, el País Vasco y Navarra.
Y lo merecen porque son superiores. Porque los habitan superhombres. Porque
valen más que los demás españoles. Por eso, y porque nuestra inferioridad está escrita en la Constitución, negro
sobre blanco, afirmo que el Rey jamás habría acudido a Huelva.
Sin embargo, a Barcelona fue. No me atrevo a
asegurar si motu proprio o aconsejado
por el Gobierno de la nación. Pero, en cualquier caso, decidió ir a Cataluña,
hacer acto de presencia física en la
manifestación. Por vez primera, un rey de España asiste a una concentración
pública que se suponía de rechazo a la violencia… Y van y lo colocan en la
segunda fila!!! ¿Se imaginan ustedes que la reina Isabel II de Inglaterra se
volviera relativamente humana y
decidiera caminar por las calles de Londres rodeada por la plana mayor de su
Gobierno para protestar por los atentados allí sufridos? Menuda noticia, no?
Creen ustedes que la colocarían en la segunda fila, antecedida por miles de
banderas republicanas pidiendo el Ulster libre y rodeada de chusma escupiéndole
durante horas toda suerte de improperios? Impensable, no? Pues eso es lo que
ocurrió en Barcelona el 27 de agosto! Justo eso!
Cadena
de ojalás
Miren: yo no soy monárquico. Es más: soy repúblico, que es el término que ha
habido que reconstruir y reforzar para englobar a los que somos republicanos
pero abominamos de la II República, ese sanguinario engendro pergeñado por el
aún más sanguinario Frente Popular. Ojalá en España se abriera un Proceso
Constituyente tras el cual pudiéramos darnos una verdadera Constitución, y no
ésta que tenemos; ojalá disfrutáramos de una Constitución en la que no se
recogieran privilegios inauditos para algunas regiones (el Fuero navarro; el Concierto
vasco) en detrimento de las demás. Ojalá hubiéramos construido una Carta Magna
en la que no se marcaran a fuego pretendidos hechos diferenciales. Ojalá nos hubiéramos dotado de una
Constitución en la que no se insultara explícitamente a unas regiones tildando
de históricas a otras -como si
Andalucía, Valencia o Aragón no tuvieran Historia! Dios mío de mi vida!
Ojalá pudiéramos elegir en referéndum acabar de una
maldita vez con la hemorragia que nos impide prosperar individualmente como
ciudadanos y colectivamente como nación, las Autonomías, y devolver al Estado
las competencias esenciales (Sanidad, Educación, Justicia, Hacienda y Fuerzas
de Seguridad; para ir abriendo boca). Ojalá pudiéramos abrir ese Proceso
Constituyente tan necesario y cambiar de arriba abajo la Ley Electoral para
poder sentir al fin que los parlamentarios nos
representan! Ojalá! Yo, además, votaría por dejar a la Monarquía como un
símbolo ornamental al que cuidar como se cuida un museo; requerir de sus
servicios diplomáticos para tratar con países como, por ejemplo, los
problemáticos y llenos de complejos reinos musulmanes. Nada de exilios ni de
tremendismos! Pero comenzaría una andadura republicana como la estadounidense,
la alemana o la francesa. Sin más!
El
pasillito del Rey
Sin embargo, a día de hoy y hasta que este milagro
no se realice, asumo los tótems que la época me impone y no me hace ni puñetera
gracia que al rey de España y al Gobierno español en pleno les hagan lo que a
los universitarios novatos les hacían en Salamanca los veteranos: un
“pasillito”, que no es otra cosa que un espacio a modo de pasillo flanqueado
por estudiantes ya curtidos y con muy mala leche por el que obligatoriamente
debían pasar si querían salir desde el edificio de la Universidad a la calle y
en cuyo trayecto les lanzaban los más repugnantes esputos que de las poco
higiénicas bocas de los jóvenes del siglo XVII pudieran salir, costumbre
inveterada de la que viene la expresión “poner verde a alguien”.
Pues bien: al Rey lo han puesto verde. Le han
insultado, pitado, abucheado y vejado. Aprovechando el anonimato y la luctuosa
circunstancia, los enemigos de España –pues no son otra cosa los nacis que
enemigos: no lo olviden ustedes- le han hecho un pasillito a FelipeVI y lo han machacado públicamente. Sin pudor.
Sin reparos. Y con toda la saña con la que puede emplearse una cabeza enferma
de odio como la que cualquier naci bien instruido tiene. Lo han puesto verde.
Verde limón. Verde botella. Verde oscuro. Verde turquesa. Todos los verdes del
espectro cromático del odio se llevó encima nuestro Rey. Para eso sirvió que
acudiera a Barcelona. Para que los separatas de a pie tuvieran la oportunidad
de ponerlo verde. Todos los periódicos del mundo registraron el pasillito al
Rey de España. Todas las cadenas de televisión. Todo internet.
Pero, ojo: que la que caminaba por ese pasillito era
usted, señora; que esos gargajos separatistas cayeron sobre usted, caballero;
que, aunque el que asemejaba ser un Cristo camino del Gólgota naci fuera Felipe
VI -cuyo rostro transfigurado quedó fijado para la eternidad en el paño de la
Verónica que constituye la prensa internacional-, quienes recibimos los
escupitajos y las calumnias fuimos nosotros, amigos lectores. Y que, aunque
quien hizo de Cirineo gallego con cara de póker fuera Mariano Rajoy, los
insultos, los improperios y las vejaciones verbales arrojadas por los nacis
sobre sus gubernamentales espaldas caían directamente sobre las nuestras, eh?
Sobre las espaldas de todos los españoles. Porque, tanto para los nacis como
para el resto de los ciudadanos españoles, las totémicas figuras del Rey y el
Presidente del Gobierno representan en sí
mismas a la nación española en su totalidad, y someter a ambos a un
pasillito de varias horas de duración, a cara descubierta y sin poder mover un
músculo pese a estar siendo insultados, degradados, vejados y acusados en falso
de las mayores tropelías es un pasillito hecho a la totalidad de los españoles, a nuestra Cultura, a nuestra
Historia y a la mismísima composición molecular que conforma y sostiene aquello
que sea España.
El pasillito hecho al Rey no ha sido más que la
escenificación con figurantes de lo que nos llevan haciendo sin interrupción
más de treinta años a los españoles estos miserables nacionalistas, estos
repulsivos separatistas, estos mezquinos independentistas catalanes. Coño! Que
llevo treinta años viendo pasar por ese pasillito repugnante a Cervantes, a
Picasso, a Ramón y Cajal, a Servet, a Ortega y Gasset, a Hernán Cortés, a
Velázquez, Goya y Zurbarán, a Jardiel, Pérez Galdós y Espronceda! Más de la
mitad de mi vida llevo aguantando que unos hijos de puta sin Historia se
dediquen, impunes, a escupir por ese pasillito de odio y amargura a mis
ancestros, a mis dramaturgos, a mis pintores, a mis poetas, a mis oradores, a
mis científicos, a mis filósofos, a mis reyes, a mis escultores, a mis
ensayistas, a mis compositores, a mis médicos, a mis militares, a mis
navegantes, a mis conquistadores, a mis ingenieros, a mis policías, a mis
cocineros, a mis actores, a mis sopranos, a mis domadores y a mis arquitectos!
Más de treinta años de improperios, de descalificaciones, de agravios
comparativos, de insultos, de desprecios a mi Historia, que es acojonante, y a
mi Cultura, que es inmensa y planetaria!
Mi
único deseo
Ya está bien! Ahora quisiera, antes de morir, ver
cómo entra por detrás de los que han formado ese pasillito, y para disolverlo,
toda la masa de catalanes que hay aún con amor propio, y,
por supuesto, una avalancha de policías, guardiaciviles y soldados del Ejército
español llevándose esposados y sin capucha que les tape el rostro a toda la
cúpula criminal que ha usurpado las funciones del Estado en ese parlamento
autonómico con el objetivo de reventar la nación más antigua de Europa. Quiero
ver cómo las Fuerzas de Seguridad españolas se llevan por delante -anda y tira pa la furgoneta!- a todos los golpistas.
Quiero ver cómo la Autonomía catalana queda suspendida hasta nueva orden; cómo
la ANC queda disuelta y con todos sus paniaguados puestos a disposición
judicial. Quiero contemplar la clausura definitiva de la cadena golpista TV3 y
cómo sus responsables son, todos, puestos también a disposición judicial.
Quiero ver los calabozos catalanes a revientacalderas! Quiero atisbar, desde
Despeñaperros, cómo salen huyendo caminito de algún país sin tratado de
extradición todos estos golpistas, todos esos sediciosos, todos aquellos
felones que, con mi dinero, llevan treinta años meándose sin consecuencias
sobre la bandera de España!
Y finalmente, quiero ver a todos éstos, ya con
sentencia firme y a las puertas del juzgado, para contribuir junto a mis
compatriotas a hacerles un pasillito de silencio; un pasillito sin gritos ni
improperios; un pasillito sepulcral que será, para España, toda una catarsis;
un pasillito que jamás olvidarán. Y luego, brindaré con cava catalán!
No hay comentarios:
Publicar un comentario