Artículo de Manuel Vicente
Suena el himno de Andalucía en el anual homenaje a Blas Infante del 10 de agosto, y algunos de los que están a mi alrededor cantan “sea por Andalucía libre, los pueblos y la Humanidad”. ¿Será que han cambiado la letra del himno y yo no me he enterado? Parece ser que no, que el problema no lo tengo yo. El problema lo tienen aquellos a quienes pronunciar la palabra España les provoca erisipela porque han absorbido el concepto extraño de que España es un ente del capitalismo burgués que representa la tiranía contra el pueblo y del que se sirvió la dictadura franquista para reprimir a los angelicales republicanos valedores y garantes de la democracia popular. Como verán, todo muy sensato y muy lógico.
¿Se le habrá ocurrido a esta gente comprobar cuánto descendería el PIB por habitante andaluz en caso de separarse de España? ¿Habrán tenido la inquietud de calcular lo que nos supondría hacer de Despeñaperros una barrera y centrar nuestras relaciones comerciales con nuestros vecinos del sur? Aunque sólo fuera por un concepto mercantilista, la defensa de la unidad nacional española es incuestionable para cualquier mente que pretenda no adoptar decisiones que le provoquen perjuicio. Entiendo, y respeto, que desde un punto de vista sentimental, las personas tengamos un especial apego a nuestra región, a nuestra ciudad, a nuestro barrio, a nuestra calle; nadie puede poner límites a sus sentimientos, de manera que la reducción de nuestra identidad personal podemos llevarla individualmente a lo que cada uno de nosotros considere oportuno. En mi entorno sevillano y trianero, no descarto que haya gente tan de la calle Betis que se lleven mal hasta con lo de Pureza, y no digo ya con los de la Plaza de Cuba, emblema de la Sevilla neoburguesa que hizo fortuna con el franquismo. No hace falta parafrasear el eslogan de Ikea, pero efectivamente allá cada cual que quiera hacer de su casa una república independiente.
Personalmente, soy español porque soy andaluz, y soy andaluz porque soy sevillano; y me siento muy identificado con mis raíces sevillanas, andaluzas y españolas. No me pregunten por qué lo siento así; sólo sé que no soy ningún bicho raro por tener sentimientos hacia la tierra en la que vivieron mis antepasados y cuya esencia poco a poco han ido conformando mi sangre mestiza de andaluces sevillanos, cordobeses, malagueños, y de castellanos y de catalanes. No me siento ningún bicho raro porque compruebo que en mi entorno occidental lo común es precisamente sentirse apegado a la tierra que te vio nacer y festejar sus hitos históricos, a la vez que admirar las hazañas de sus personajes más prestigiados, lo cual no ocurre en España, donde denostamos a todo aquel –y todo aquello- que pueda ser motivo de orgullo.
Así que, tan tranquilamente, acudo al homenaje de Blas Infante y canto el himno de Andalucía con el lema que él mismo acuñó, que figura en el escudo y con el que me siento plenamente identificado: “Sea por Andalucía libre, España y la humanidad”. Me mueve todavía el mismo sentimiento con el que salí a la calle con mi bandera de Andalucía cuando aún era un imberbe quinceañero el 4-D, que no era otro que el anhelo y la ilusión de hacer de Andalucía una Comunidad que contribuyera al progreso de España de la mejor manera que puede hacerse: prosperando ella misma. Muchos de los que hoy quieren hacer justicia con Manuel José García Caparrós –yo también lo quiero, porque aquel día 4 de diciembre de 1977 cualquier andaluz que estuvimos en las calles con una bandera blanca y verde pudo haber corrido su misma suerte; le tocó a él como le podía haber tocado a cualquier otro- no tienen ni remota idea de por qué estaba ese día manifestándose en las calles de Málaga.
Hace 41 años vivíamos en una Andalucía que tenía los peores índices de España en alfabetización, en renta per cápita, en infraestructuras, en tejido industrial, y en tantos otros indicadores socioeconómicos. ¿Y ahora? También. Ahora seguimos estando igual aunque seamos líderes en otros índices relevantes: líderes en corrupción, en desempleo, en presión fiscal, en número de políticos, en organismos públicos, en enchufados, en desigualdad social. Lo siento, pero ésta no era la Andalucía que queríamos construir los centenares de miles de andaluces que inundamos las calles de banderas blancas y verdes el 4 de diciembre de 1977, incluido Manuel José García Caparrós.
Cuando murió Franco, los adeptos al régimen se defendían pregonando el progreso de la España de 1975 con respecto a la de 1936. Hoy, los adeptos al régimen socialista también pretenden pregonar los avances de la Andalucía de 2017 con respecto a la de 1977. A fin de cuenta todos los regímenes son iguales; todos tienen corto recorrido en sus mentiras. Basta consultar los indicadores socioeconómicos europeos para comprobar que Andalucía sigue estando entre las regiones más atrasadas del continente, con el agravante de que estamos malgastando los miles de millones de ayudas europeas que siguen llegando a nuestra Consejería de Hacienda. Ni era para esto para lo que queríamos autonomía ni era para tener esta España para lo que se diseñó el Estado de las Autonomías. Mucho estamos tardando en poner a Andalucía a funcionar y en desmontar los 17 miniEstados que se han formado dentro de España; a fin de cuentas ambas cosas van en el mismo proceso.
OK.
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