lunes, 14 de agosto de 2017

La voz de mi pueblo


Artículo de Antonio Barreda


Mi pueblo tenía la conciencia dormida, anestesiada por el gobernante de palacio. Mi pueblo tenía la memoria robada, reescrita sobre la piedra y la sangre derramada tras siglos de obediencia debida. Ya no volverá más el recuerdo de los nombres olvidados, no volverá la voz quebrada a iluminar las calles, ni a pasear por los ríos y lagos de mariposas prisioneras, donde los jardines de la libertad están cerrados. No volverá el rostro del bracero a sentir miedo, ni la mujer del olivar a llamar a su hijo, ni los marineros a visitar los puertos llenos de sudor de esclavo, ni los mineros a buscar entre la tierra y el polvo.

Todos los dolores yacen en la mirada de los niños del sur que ya no juegan en las calles heridas de deseo, que no encienden con sus lágrimas ausentes una sonrisa etérea en sus labios, mientras el hambre baja de la luna en las montañas al rio. No volverá el horizonte a levantar el Sur, ni a traer otra vez la historia atada a un hilo de humanidad, ni a trazar círculos dorados en la geografía de la vida, ni a buscar rostros los perdidos entre las cicatrices de mi patria.

No volverá esa voz inmensa que grita sola libertad porque las raíces de su alma están enterradas, y nadie recuerda siquiera el sonido de la palabra, ni siquiera los rostros de los viejos héroes. Todos los caminos están apagados en el silencio, oscurecidos por el viento rancio que deposita la tarde, la costa está herida en toda su extensión, con las mareas arrancadas de la línea de la playa. No volverán los hermanos que emigraron, ni los hijos nacidos en las tonalidades de otros mapas, ni las madres enlutadas a mecer cunas vaciadas, ni los padres a llamar a sus vástagos errantes.

Una extraña soledad reparte pobreza por los pueblos, llama a cada puerta con el sonido de los sumisos, busca a quien abrazar con sus manos implacables todo aquello que está dormido dentro del Sur, para esconder el dolor dentro del fondo de la tierra, arrinconando el llanto de todos los hambrientos, huyendo de las risas que se pierden en todas las batallas. Trae cadenas con eslabones de metal humano, para amarrar las muñecas de todo olvidado, para desgarrar la tristeza de los que se marcharon sin dejar herencia ni apellidos en las casas, para derrotar la presencia de todos los que quedaron en el nombre del gobernante de palacio.

Un extraño sol libre cae sobre la tierra de mi pueblo, y no alumbra más allá de los ríos y de los mares, no se adentra en el interior de la vacía epidermis, solo pasea temeroso de ser visto cerca del Sur, mientras su luz se derrama impotente entre las fisuras que se asoman temblorosas cuando anochece. No hay espacios perdidos sin ser examinados con los ojos del que desea lo que no es suyo, quiere poseer a mi pueblo en toda su extensión, ocupar todas las grietas que aún quedan libres y hacerlas crecer a su imagen y semejanza, porque en su interior se confunde con un dios primitivo.

Ocultas desde palacio están las letras de las palabras que indican independencia y libertad mientras desde la sombra marmórea y fría teje una opaca telaraña que atrapa inmisericorde la sangre de mis hermanos, y amamanta a un ejército oscuro de mercenarios que persiguen a los hijos de los antiguos libertos, y los ahogan entre la imagen robada de lo prohibido.

Ya no hay geometría alguna en los mapas de mi pueblo, hay dos velocidades de desigualdades, dos colores que marcan extensiones diferentes, que discrimina en función del origen o del lugar de nacimiento. No volverá la historia a ser escrita de nuevo sobre las piedras milenarias que nos representan, ni volverá más la larga noche a traer dolor, ni vendrá más el soldado a pronunciar la lista completa de los que deben acompañarlo.

No volverá a estar contaminada la semilla que trajo el viento aletargado una primavera, ni las madres amamantarán amarga esperanza, ni los labios se quedarán ya nunca más secos y callados. No volverá el tiempo a estar malgastado, desgastado de estar tan lejano y perdido, ni los hombres se sentirán más solos, ni los niños pasarán ya más hambre.

El pasado invierno, por fin, se levantó la voz profunda que anida en los corazones de mi pueblo, esa que canta oraciones eternas desde que los Barca llegaron una mañana fría de primavera a las costas del sur en barcos que no traían la libertad. La voz de mi pueblo ya no calla ante los nuevos terratenientes que llegaron en el 77 para cargar con más cadenas y más yugos los cuellos de mi pueblo. Eslabón a eslabón fueron cosiendo sobre la carne la marca del que calla, del que tiene que obedecer pase lo que pase, sufra lo que sufra. Y no es un lamento el que se ha levantado, es un grito errante que quiere que las conciencias se despierten.

La voz de mi pueblo se levantó hoy temprano para romper el futuro en el que estaba condenado, para poner nuevos nombres a todas las cosas, para nombrar a todos los que están esperando la llamada. Nombre a nombre los fue recitando en eterna letanía. Todos los nombres empezaron a elevarse como un rezo infinito que llamaba a que sufren, a todos los que lloran, a todos los que no pueden defenderse solos. Y la luz del Albaicín de llenó de risas de niños, de cantos de madres y de miradas de ancianos que estaban perdidos en las calles donde nunca habitaron.

Venid conmigo, todos, mis hermanos. Seguidme por los caminos que no están marcados, habladme de vosotros y vuestras vidas, contadme todos los deseos incumplidos, todos los años de silencio y sufrimiento. Recordad la inocencia perdida de vuestra infancia, gritad hermanos entre vosotros que sois libres, dejad atrás el silencio, la lucha, las viejas heridas. Hablad por vuestra boca y que nunca más os callen.




No hay comentarios:

Publicar un comentario