Artículo de Mazelmind
Había furgones de la policía autonómica en las calles aledañas al monumento a los 21 asesinados por ETA el 19 de junio de 1987. La zona se llenó de gente de a pie, miembros de diverso rango de partidos políticos que aprovecharon la tardanza de Puigdemont para hacerse fotos en el sitio, curiosos atraídos por la multitud y algunas víctimas del atentado. Asistieron familiares de los asesinados y uno que otro herido superviviente de los que tienen la gran fortuna de no tener monumento.
A mi llegada los primeros visibles eran un grupo de legionarios que no fallan en estos actos. Entre el cuchicheo se oía a los asistentes quejarse de que empezaban tarde para no variar. Saludo conocidos y sigo aprovechando mi condición de ciudadana desconocida para observar de cerca sin molestar.
La calle está cerrada. Baja de un coche Ada Colau. A lo lejos conversa con diputados que va encontrando en los pocos metros hacia el monumento. Todos esperan a Puigdemont y él se hace esperar.
Después de haber dicho que se ha de persistir contra el Estado como se ha hecho contra ETA muchos estamos a la expectativa. Llega entre muchas medidas de seguridad. Aumenta el cuchicheo: “¡Encima tarde!” , “¿A qué viene ese?”, “a ver con qué sale”.
Colau pide perdón a las víctimas por el abandono del ayuntamiento en años pasados. El 19 de junio anterior estaba en los futbolines y no debió ser bueno para la campaña y menos en ese barrio lleno de votantes de izquierda. Una pareja de gente mayor a mi lado no se cree sus palabras. Se miran disgustados. La mandan callar discretamente.
Toca el turno a Puigdemont. Comienza a oírse un 'viva España' “Fora”. El presidente de la asociación de víctimas que organiza el acto pide silencio. “No es un acto político” (¿Ah, no?).
El president no va más allá de pedir que a los mossos les dejen intervenir contra el terrorismo e intenta un discurso empático con las víctimas después de ser abucheado. El cuchicheo no cesa. El señor con la cicatriz de las quemaduras en la cara tuerce la boca, otro al lado niega con la cabeza. Algunos están visiblemente incómodos. A unos 20 metros del acto, controlada por la Guardia Urbana, se ve a una mujer con una pancarta verde hecha a mano y con letras desiguales que pone Hipócritas. No la dejan acercarse.
No están todos los familiares de víctimas. Muchos sobrevivientes no han sido convocados ni van a actos públicos con políticos dando discursos.
Me quedo con la frase del Ministro del interior José Ignacio Zoido: "Hay víctimas y hay verdugos". Mientras se hace el homenaje Otegi hace como que se solidariza con las víctimas y dice que no debió ocurrir, como si la bomba hubiese llegado allí por generación espontánea.
Hay verdugos con boca y con derechos.
Vaya día.
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