Artículo de Luis Marín Sicilia
“Basado en el poder constituyente del pueblo alemán, los estados no son
dueños de la Constitución. Por lo tanto, no hay espacio bajo la Constitución
para que los estados individuales intenten separarse. Esto viola el orden
constitucional”
“Imputar, denigrar, ofender o insultar no son suficientes credenciales
como para poner al frente de la cuarta economía de la Unión Europea a un
personaje tan carente de programa como sobrado de ego”
A quienes hoy cuentan con menos de cinco decenios puede resultarles difícil
entender cómo era España hace cuarenta años. La mayoría ni siquiera imaginan
las verdaderas carencias y desigualdades de entonces, con un país en blanco y
negro, sin autovías (salvo unas pocas autopistas de peaje alrededor
de Barcelona y la Sevilla-Cádiz), sin trenes de alta velocidad, con un
lamentable estado de infraestructuras, sin apenas cobertura de desempleo, con
una sanidad y una educación muy limitadas y de acceso restringido... y así un
largo etcétera.
Por si fuera poco la incertidumbre sobre el futuro se incrementaba con los
demonios familiares de las dos Españas
y las heridas de una cruenta Guerra Civil que había dejado secuelas dolorosas.
Algunos pretendían, como era casi tradición hispana, emplear "palo largo y mano dura para evitar lo
peor". Pero una clase media emergente y una clase trabajadora profesionalizada, dispuestas a que sus hijos
tuvieran un futuro de "libertad sin
ira", emprendieron una aventura ilusionante, superadora de barreras y
trincheras. Y ese impulso modernizador ganó la voluntad de los viejos que, casi
sin creérselo, vieron que, por fin, los españoles eran capaces de entenderse
con la palabra, la transacción y el acuerdo.
Tuvo que ser un grupo musical andaluz llamado Jarcha quien compusiera una canción que, a la postre, constituyó el
himno y la banda sonora de un tiempo de ilusión. Había que salir del "rencor de viejas deudas"
construyendo un futuro de LIBERTAD SIN IRA porque la gente, los españoles, solo
querían "vivir su vida, sin más
mentiras y en paz". Y a fe que se consiguió.
Hace hoy cuarenta años que los españoles concurríamos a las urnas con la
ilusión de un mundo nuevo en el que todos seriamos partícipes. Con sus
defectos, como toda obra humana, la democracia entonces instaurada ha colocado
a España entre las grandes naciones mundiales, con un nivel de desarrollo
social y económico impensable. Nada se nos ha dado gratis, lo hemos ganado con
esfuerzo desde el respeto a todas las ideas y con la fuerza que da el respaldo
mayoritario a cada uno de los gobiernos que han elegido los españoles.
Cuarenta años después, dos enemigos de la convivencia acechan, ya sin disimulo,
para reventar el marco de convivencia que entonces construimos: el secesionismo
de algunos catalanes y el populismo extremo de una izquierda radical. Uno y
otro van de la mano, tal como el debate sobre la moción de censura de Podemos ha acreditado, donde Pablo Iglesias
solo ha obtenido el apoyo de quienes, como Esquerra Republicana de Cataluña y Bildu,
tienen en su frontispicio programático la ruptura de España.
Ambos desafíos deben tener la adecuada y contundente respuesta de quienes, sin
ira, defienden la libertad y la democracia. Los separatistas catalanes, que por
fortuna no representan a la mayoría de catalanes, deben ser tratados como lo
que realmente son: golpistas en un Estado de Derecho, dada su voluntad
inequívoca de subvertir el orden constitucional. Las reiteradas sentencias y
advertencias del Tribunal Constitucional sobre la ilegalidad de sus
pretensiones deben empezar a tener consecuencias rotundas, proporcionales
al nivel del desafío.
El 4 de enero último se conocía una sentencia del Tribunal Constitucional de la
Republica Federal de Alemania que, ante la pretensión de celebrar un referéndum
de independencia del Estado de Baviera, fallaba rotundamente que "basado en el poder constituyente del
pueblo alemán, los estados no son dueños de la Constitución. Por lo tanto, no
hay espacio bajo la Constitución para que los estados individuales intenten
separarse. Esto viola el orden constitucional". Con la misma
contundencia se han pronunciado en otros países, como EEUU, respecto a las
pretensiones similares de Texas. Y las sentencias las han acatado los
insurgentes. Punto final. ¿Por qué vamos a seguir mareando la perdiz con esta
gente en España? Las cosas han llegado al límite de la paciencia de un Estado
de Derecho y hay que actuar en consecuencia.
Respecto a quienes denigran la Transición y repelen al que llaman "Régimen del 1978", en clara
oposición a nuestro sistema vigente de libertades, cada día se les va
conociendo mejor, y basta con observar la insolvencia política y la demagogia
rampante con la que han comparecido en el Congreso de Diputados para intentar
investir a su líder como presidente del Gobierno. Imputar, denigrar, ofender o
insultar no son suficientes credenciales como para poner al frente de la cuarta
economía de la Unión Europea a un personaje tan carente de programa como
sobrado de ego. En realidad a estos individuos, que nos sumirían en el
retraso económico y la malquerencia social, no les interesa resolver los
problemas, lo único que quieren es administrar la pobreza.
Cuarenta años después de aquellas primeras elecciones de 1977 debemos sentirnos
satisfechos de lo que hicimos. La ilusión para dejar a nuestros hijos un futuro
de progreso y libertad produjo sus frutos. La mayor parte de los protagonistas
de aquella aventura nos entregamos a ella con total desprendimiento,
abandonando muchos sus profesiones casi siempre mejor remuneradas que la
política en la que se sumergieron.
A las nuevas generaciones que crecieron bajo el paraguas de la llamada Constitución de la Concordia les
corresponde asumir el reto de, manteniendo los valores esenciales de la misma,
acometer cuanto sea necesario para que siga garantizando nuestra convivencia en
paz y en libertad, vacunándose de quienes quieren escarbar en el batiburrillo
de los descontentos porque eso solo conduce a la anarquía. Si algo no funciona
correctamente se regenera y se reforma, pero no se destruye. Para que todos y
cada uno pueda seguir "viviendo su
vida, sin más mentiras y en paz".
COMO SIEMPRE LUIS,TAN CERTERO Y VERAZ !!
ResponderEliminarFirmaría casi de la cruz a la rúbrica su artículo sr. Marín, si no fuera porque pinta en excesivo claroscuro la España del 77.
ResponderEliminarHabía ya una ley General de Educación por la que se implantaba la EGB, obligatoria y gratuita, y la red de hospitales públicos aunque algo insuficiente merecía mejor consideración por su parte.
Somos coetáneos y me siento orgulloso de lo hecho en estos cuarenta años, cada uno desde su oficio y responsabilidad.
Lleva razón en que la España del 77 no era tan oscura como puede desprenderse de mi escrito que quería trasladar a las nuevas generaciones la idea de que las cosas hay que trabajarlas y que nada se da gratis. Pero también es cierto que entonces no podíamos pensar que todo el mundo accedería a la enseñanza superior, cualquiera que fuera el nivel económico familiar. Y de igual modo la mejora en la sanidad universal ha sido indudable.
EliminarPero como coetáneos debemos felicitarnos de lo conseguido, como Ud. lo hace, al tiempo que hemos de trasladar a los que nos siguen, los valores del esfuerzo y la constancia, para que no caigan en las redes que les tienden los vendedores de humo que tanto pululan en estos tiempos.
Gracias por su comentario lleno de sensatez y rigor.