Espejo deformado en el Callejón del gato (Madrid) |
Artículo de Manuel Ramos
Ramón María del Valle
Inclán dijo por voz de su personaje teatral de “Luces de Bohemia”, Max
Estrella, que “el sentido trágico de la vida española sólo puede darse con
una estética sistemáticamente deformada”. Para dar una explicación a lo que él
denominaba “esperpento”, entendía que las imágenes deformadas que observaba el
personaje al pasear por el Callejón del gato eran fruto de los espejos cóncavos
y convexos.
La política refleja unas figuras, unas deformaciones de la
realidad, que sólo pueden entenderse si se sabe que están proyectadas de una manera
sistemáticamente deformada. Ese sistema en el caso de la política no es un
espejo sino la organización del poder. Cuando se sabe cómo está organizado el
poder, se comprende la deformación de la política y, por tanto, no se confunden las aberraciones que observamos diariamente con la realidad.
Como nuestra
amiga Cornelia nos ha hecho repasar,
esta semana han ocurrido muchísimos hechos dignos del esperpento. El culmen ha
sido el cambio lampedusiano de gobierno, una reordenación con figuras mediocres
para que nadie pueda hacer sombra a la jefa. Pero yo me quiero centrar en dos
hechos que son sintomáticos del mal teatro que sufrimos.
Valderas, el favor al traidor
El primero es el revuelo formado en torno al nombramiento
de Diego Valderas como comisionado
de la memoria histórica. Una maniobra maquiavélica de Susana Díaz para ablandar las filas de los llamados partidos de
izquierda, cada vez más partidos, y controlar mejor las disensiones. A Ciudadanos lo tiene perfectamente
controlado ya. El anuncio de nombramiento ha revuelto a los más cercanos a
Podemos (los más lejanos al poder andaluz) porque según su papel eso es apoyar
al régimen de Susana. Llaman a Valderas traidor y recuerdan la figura de Rosa Aguilar como la de tantos miembros
de IU que se pasaron al PSOE. El transfugismo no se perdona en la partidocracia.
Izquierda Unida no ha estado más desunida nunca. Así es
difícil que ningún partido toque poder a menos que forme una coalición más o
menos estable. Bien lo sabe Valderas. Pero las coaliciones son parte de la
deformación que acaba deshaciendo cualquier asomo de veracidad en la política. Se
nos ha vendido que el sistema proporcional en las votaciones y que nadie tenga
mayoría absoluta es bueno. Y que, por tanto, tener mayoría absoluta es una cosa
mala. Nada más lejos de la democracia.
El juego democrático es la separación de poderes y elección
de representantes por mayoría. La mayoría, convencionalmente entendida, es la
mitad más uno. Sin embargo, vemos con naturalidad cómo eso no es lo que ocurre
ni en España ni en prácticamente toda Europa. La excepción es Francia. Aquí se
alcanza poder mediante partido, no mediante personas o candidaturas personales
en cada distrito, y luego se hacen apaños post-electorales que traicionan todas
las promesas electorales desde el primer minuto. Valderas tocó poder gracias a
un pacto y traicionó sus promesas electorales. Cualquiera que pacta un
gobierno, traiciona a sus votantes. Los ingleses, con su sistema liberal, lo
saben bien y lo llaman “parlamento colgado” (hung parliament). Para ellos es
muy extraño que se haya votado y no salga un ganador. Es como que en una
final de un partido de fútbol termine empatada y luego se arregle el resultado
en los despachos.
Valderas iba a recibir un pago a los servicios prestados al
traicionar a sus votantes. Lo que ocurre es que el partido está tan dividido
que le han afeado la conducta hasta un punto que no ha podido ocultarse a la
luz pública. La vanidad ha hecho que se quisiera hacer a la luz del día y ha
llamado la atención de los que aún guardan rencor al traidor. Además, se suele
ser más cruel con el elemento débil de los pactos pues es el que tiende a
intentar aparentar más honradez. Esa honradez aparente, deformada, es
despreciada por Valderas que sabe lo que es el poder y lo prefiere a la mera
apariencia. Los crédulos del régimen aún apelan a cierta decencia. Pero no es
más que otra pose. Si probaran las mieles del poder cambiarían pronto de
parecer.
Podemos, la revolución controlada
El otro caso es el del ayuntamiento de Sevilla. Participa (otro nombre de Podemos para Sevilla) se unió a las protestas de los extrabajadores
de limpieza en una manifestación frente al Ayuntamiento. Un grupo
numeroso intentó entrar en las dependencias, sin haber solicitado formalmente
esa audiencia sino a las bravas, y la policía local los expulsó de forma coercitiva.
Sin entrar en el asunto sobre si la respuesta policial fue proporcionada o no, la reacción airada
de los representantes de Participa es la de amenazar en un primer momento el
pacto con el partido del gobierno local, cosa que haría caer al propio alcalde.
Hoy sábado tienen una asamblea en la que se dijo públicamente que se debatiría
esta cuestión. ¿Qué se apuestan que no rompen la coalición?
Claro está, sus puestos dependen de ese pacto y sería como
suicidarse. Pero mientras, el teatro y la deformación de la política exige que
se formen estas alharacas y se grite y se indigne uno por el PP-PSOE. Otra vez se volvieron a lanzar
consignas afirmando que “Lo llaman democracia y no lo es”. Como siempre, estos “indignados”
piensan que la democracia es lo que les venga a ellos bien.
No, afortunadamente la democracia es algo objetivo desde que
los padres fundadores de EEUU
descubrieron la democracia representativa. No, en España no hay democracia.
Pero no porque ellos estén indignados sino porque no hay separación de poderes
en origen ni elegimos a nuestros representantes. Tanto a los de Podemos como a
los del PP-PSOE.
Y por ellos los demócratas sabemos que, aunque delante
tengamos imágenes sistemáticamente deformadas, ese esperpento es fruto de la
deformación de la partidocracia. En realidad, hay mucho futuro en España y
podríamos ser más ricos, más libres y más felices. Pero el paradigma del Estado
de partidos está instalado en los globos oculares de los españoles. Siguen
viendo como normal el esperpento. Siguen creyendo que esto es democracia, y
siguen votando.
Plato dixit!
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