Artículo de Federico Relimpio
Si empiezo el post hablando del Titanic, la cosa pierde toda la gracia. Ya se sabe en qué acabó: en el fondo del mar, como decía la canción de mi infancia. Los privilegiados, a los botes. Y los de siempre, como siempre: muertos de frío en las aguas del Atlántico norte.
Y sin embargo, llevo unos días en que pienso que el símil se aplica, o se podría aplicar, si le echamos una mijita de imaginación, como decimos en mi tierra.
A ver, dicen propios y extraños que el PSOE de Andalucía es una máquina electoral formidable, a toda prueba. Dotada de una capitana curtida, de primera. Experta en navegar por mares procelosos y de desarmar motines mucho antes de que a la marinería se le ocurra la estúpida idea. Un buque insumergible, vaya.
Con esos aceros, a nuestra capitana se le ocurre la feliz idea de iniciar travesía de Sevilla a Madrid, a través de las gélidas aguas de la militancia socialista española. Aguas que la capitana decía conocer bien. Y en estas, un iceberg inmenso en el horizonte.
Nuestra capitana, dormida. Porque era imposible que hubiera obstáculos en su travesía. Pero el iceberg, terco, frente a la nave. Prrrassshh!! La deja hecho unos zorros, vaya, en una madrugada de mayo – el Titanic se hundió en una de abril, poco variaba -.
Y ahora estamos en el momento terrible en que la capitana reúne su estado mayor alrededor de la mesa para evaluar daños y ver posibilidades.
-Grieta gorda en la militancia, excelencia – Le informa la máxima autoridad sobre el puente de mando.
-¡Pero eso era en Cataluña! – Responde la capitana.
-Perdemos la juventud, y caemos en picado en las ciudades – Le responde el portavoz de la capitanía, tristísimo él.
-¿Y el Canal Sur? – Pregunta la comandante de la nave, airada.
-Audiencia bajo mínimos, concentrada en los pueblos o los viejos – responde el experimentado vicecomandante -. La chavalería, con la Sexta, ya le digo, excelencia.
-¡Bombas de achique a todo gas! – Exclama la capitana -. En navegación, es fundamental el dominio de los tiempos.
-Tenemos motín a bordo, excelencia – le responde su mano derecha en el cuarto de máquinas, cetrino -. Toscano, Celis y el alcalde de Jun están haciéndole la ola al iceberg, y nunca mejor dicho.
Silencio glacial. Como las aguas del Atlántico norte. Como el iceberg.
-Y… ¿Y el pasaje? – Farfulla la suprema responsable.
-Inquieto, excelencia – responde ahora la responsable de la caja del buque -. Yo diría más. Revuelto, incluso. Les vendimos el oro y el moro sobre el viaje, y ahora andan quejicas: que el alojamiento es malo, y la comida peor. Ahí tenemos un médico con barbas de Graná que no para de dar por culo. Que si dos botiquines completos y que nos lleva a tribunales, nada más desembarquemos…
-De tribunales sabe el abogado de la compañía naviera… – Suspira la capitana -. Menos mal que le dio pares y nones a la jueza de la trolley, y consiguió dejarla en tierra… ¿Dónde está el tipo, ahora?
-Se agobió con la cantidad de denuncias que tenemos, y ahí anda liado, como siempre… – Responde la máxima autoridad sobre el puente -. ¿Mando a buscarlo?
-No, no hace falta… – comandante profundamente desanimada -. Dame la mano, vice, y respóndeme con sinceridad.
–Tú nunca has querido sinceridad, capitana – responde el maduro oficial -. Esa es la peor grieta que tiene tu buque. Todos estamos aquí por decirte lo que querías oír: cielos despejados y mar tranquila.
–¿Y la verdad es…? – Insiste la mujer, cada vez más nerviosa.
–Que nos hundimos. Tardaremos unos meses, tal vez un año o dos; pero este buque se va derechito al fondo del mar.
Silencio, de nuevo. La máxima autoridad mira al suelo, sin poder contener el llanto. El portavoz se lo aguanta algo mejor, clavando su mirada sobre la mesa. La mano derecha del cuarto de máquinas intenta fijar su vista en el horizonte, buscando una luz lejana. La responsable de la caja cuenta unas monedas, nerviosa. A la capitana solo le quedan los ojos del vicecomandante para sostenerla.
-Frío… – Se le oye a la responsable de la nave -. Afuera hace un frío glacial. Todos sabemos que no hay botes para todos. Apenas hay dos o tres, para los que estamos aquí y para algunos íntimos. Quedaremos a flote, bien colocados; ya lo veréis. El resto… Joder, ¡Qué dura es la vida!… Ir arreglando las cosas, vendiendo calma y tranquilidad.
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