Artículo de Enric Cabecerans
De igual modo que un ilusionista guía nuestra atención hacia el lugar que le interesa para desviar nuestra atención mientras realiza un truco de magia, los grupos de poder se afanan en ofrecer una imagen que genere confianza para acceder a las instituciones. Una vez dentro, las promesas de unos y otros desaparecen para dar lugar a un complejo juego de intereses compartidos entre los miembros que componen la organización.
Bajo la apariencia de legalidad se llegan a cometer los mayores desmanes para favorecer al propio partido y a sus miembros. Esta es la realidad que constatamos a diario en la medida en que los medios de comunicación nos informan sobre los abusos que se cometen desde las propias Administraciones. Los casos de corrupción se multiplican en todos los partidos políticos que han conseguido cuotas importantes de poder, y el hecho de que tengamos un país tan descentralizado no hace más que multiplicar el problema. Cataluña, Valencia, Madrid, Murcia, Baleares, y cómo no, Andalucía, son algunas de las Comunidades Autónomas que destacan en corrupción política, incluso algunos de sus Presidentes han sido señalados como auténticos delincuentes.
En todos los niveles encontramos casos de corrupción que sonrojarían a cualquier persona decente. Desde empresas públicas creadas con la “sana” intención de dar trabajo a miembros del propio partido o a sus familiares, pasando por Ayuntamientos, Diputaciones y Gobiernos de todo tipo, donde la gestión de los recursos públicos se utiliza, demasiadas veces, para fines partidistas. El bien común es una entelequia, pura fantasía disfrazada de verdad para conseguir el apoyo popular. Si en el pasado los partidos políticos sirvieron para transformar la sociedad, actualmente parece que tan solo pretenden parasitarla.
Para mejorar esta situación solo existen dos soluciones: entrar en las instituciones para promover los cambios necesarios para regenerar el sistema, o bien, presionar desde fuera para que los partidos actuales actúen en ese mismo sentido. Las dificultades para que los partidos políticos actuales legislen contra sus propios intereses son evidentes, pero conseguir aglutinar a un número de personas comprometidas con el bien común, bajo un paraguas ideológico que promueva un mínimo de acuerdo para entrar en las instituciones, no es una tarea fácil ya que se necesita algo más que buenas intenciones. Además, los grupos consolidados de poder ponen, a diario, todos los obstáculos posibles para evitar cualquier cambio en el statu quo. De momento solo nos queda la denuncia y la reflexión, pero más pronto que tarde habrá que buscar una alternativa viable capaz de dar solución a los problemas que han generado unos políticos que solo piensan en sus propios intereses.
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