Artículo de Paco Romero
¿Quién es
Emmanuel?
Su
principal hazaña ha consistido en implementar -tras elogiar y tomar como
ejemplo la llevada a cabo por Mariano Rajoy en España- la polémica reforma
laboral que ha desatado desde marzo huelgas y manifestaciones, incluidos
bloqueos de infraestructuras estratégicas
Quien
estaba en el ojo del huracán y hace menos de un año era recibido a huevazos por
los franceses, es paseado ahora a la sillita de la reina por sus
compatriotas al tiempo que se convierte en la esperanza de Europa
Hemos sabido que, al grito actualizado del histórico L'État
c'est moi, Emmanuel Macron, cuan Luis XIV redivivo, ha llegado al Elíseo en
apenas siete meses, abandonando a su suerte al Partido Socialista, poniéndose
por montera la tricolor y gracias al respaldo de dos de cada tres votantes
galos.
Francia vuelve a respirar, sale de la UCI y -eso dicen- el
resto de Europa con ella. La linterna europea encendida en 1789, la de los
derechos humanos, la de los códigos centenarios, alumbra de nuevo al Viejo
Continente el camino a seguir. La salvación de las instituciones europeas es un
hecho... de momento. Desde el domingo a la tarde todo son halagos y
felicitaciones mutuas. Pero, ¿han acertado nuestros vecinos gabachos?
Si nos centramos en lo inmediato, sin duda: la política
anunciada por su contrincante, Marine Le Pen, hubiera supuesto, de momento, el
hundimiento de las instituciones europeas, de la moneda única, de un mercado
común incapaz de taponar tal vía de agua. El Brexit sería solo un juego
de niños comparado con la salida de Francia de la Unión. El mal, sin
embargo, parece inoculado y los números no pueden obviarse: un 25 % de
abstención, sumado a un desconcertante 12 % de voto en blanco, ha conllevado
que, en las urnas, uno de cada tres franceses se haya decantado por la
candidata ultraderechista. Y esas cifras dan pavor, más aún cuando nos
centramos en la biografía política del salvador de este match ball.
¿Quién es Macron?
Hace ahora cinco años las esperanzas de Europa se ponían en
el todavía inquilino del Elíseo, François Hollande: la Gauche Divine y
la izquierda más rancia gozaban, se derretían casi, con la inminente
regeneración de Francia y el encauzamiento de una Unión Europea a la deriva por
la crisis de 2008. Los hechos han superado con creces el bla, bla, bla.
Precisamente es de aquella debacle de donde surge la nueva
estrella del firmamento político: defensor a ultranza de la
"liberalización de la economía", la principal hazaña de Macron
ha consistido en implementar -eludiendo al parlamento, vía artículo 49.3 de la
Constitución, tras
elogiar y tomar como ejemplo la llevada a cabo por Mariano Rajoy en España-
la polémica reforma laboral de la ministra de Empleo, Myriam el Khomri, que ha
desatado desde marzo huelgas y
manifestaciones por todo el país, incluidos bloqueos de infraestructuras
estratégicas. Una medida, sin embargo, que al exbanquero le ha sabido a
poco cuando afirma sin achantarse que “transformará el código de trabajo por
decreto” o que “hay
que ir más allá de la reforma laboral y poner el foco en la empresa,
priorizando la inversión productiva y la formación en lugar de los salarios y
los dividendos”, o cuando propone recortar
el gasto público en 60.000 millones de euros eliminando 120.000 puestos de
funcionarios.
Ese era su programa político, al menos hasta el momento del
discurso triomphant en el corral del Louvre del pasado domingo,
en el que nada se oyó de reformas, de economía, tampoco de islamismo, de la
edad de jubilación, de las 35 horas, del índice de natalidad...
La grandeur está de vuelta pero las dudas persisten.
Francia -la necesidad obliga- se la ha jugado negando el voto a Le Pen y
poniendo su destino en manos de un auténtico desconocido que, al menos, aleja
de momento los fantasmas de otros instantes dramáticos de la historia. Tanto
que quien estaba en el ojo del huracán y hace
menos de un año era recibido a huevazos por los franceses, es paseado ahora
a la sillita de la reina por sus compatriotas, al tiempo que se
convierte -otra vez, ¿les suena?- en la esperanza de Europa. ¡Virgencita, que
me quede como estoy!
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