Artículo de Paco Romero
En otra Feria de Abril
-mayo de calendario-, espectáculo a lo grande de colores, armonías, sabores y
sinfonías, irremediablemente fluyen a la memoria otros momentos de fiestas
menores en su dimensión aunque no en el modo de vivirlas, a pesar del paso de
los años.
Me satisface compartir,
al respecto, la introspectiva de un referente en mi vida, mi tío Paco,
publicada en la revista de feria de mi pueblo hace ya… demasiado tiempo.
Gracias a ella contrastamos las similitudes y diferencias de la feria de un
pueblo de la provincia de hace casi medio siglo con la de la capital que esta
semana celebramos. Por otra parte, suenan raras las referencias a niños,
adultos y ancianos del lenguaje masculino genérico no inclusivo sin el
extravagante recurso al lenguaje no sexista tan en boga ahora.
Alanís 1968 - Sevilla
2017: 49 años para una comparativa antropológica de dos realidades, la del
mundo rural y la del urbanita, la de un niño con la de un carrozón, la de los “25
años de Paz” con la de “la tercera modernización”, la del vasillo de vino de
“La Palma” con la del enésimo copazo de
marcas y buqués heterogéneos, la de la puntual diversión anual con la de
la diversión incesante, también en feria, la de la Andalucía de la emigración
con la de la Andalucía de la emigración (ahí seguimos igual):
Se suele decir que cada uno cuenta la feria según le va. Yo
diría más bien que cada uno cuenta la feria según la edad.
En Alanís, como en casi todos los pueblos de España, sigue
celebrándose la feria todos los años y también todos los años se comenta la
decadencia de estas fiestas, principalmente por haberse perdido casi totalmente
su condición de antaño como feria de ganados. Si añadimos a estas
circunstancias los dos mil habitante menos, aproximadamente, que tiene la
Villa, en relación con los años 30 al 35, es lógico que se comente entre
aquellos que tienen más de 45 años (y lo sé porque he sobrepasado la empinada
cota de los cincuenta), que aquellas ferias de hace casi medio siglo eran
mejores, pero… ¿Mejores para quién?, para los de siempre naturalmente, para la
juventud de ayer, de hoy y de mañana que celebró, celebra y celebrará la feria
permanente de los años juveniles.
La feria se pasa más o menos divertida en razón de la edad.
Un niño de pocos años lo pasará “bomba” si se le da un globo, un chicle y un
pito que toque lo más fuerte posible. Hasta lo quince años de edad es la etapa
maravillosa de la vida. No es necesario preguntarles cómo lo pasan porque sus
ojos encandilados por la ilusión expresarán fielmente que sus días festivos les
saben a poco y no comprenden el por qué la feria no ha de durar por lo menos
veinte días. Sin saberlo creo que tienen razón, la diversión sana y alegre
hasta quedar rendidos, sólo sería posible en esos primeros quince años de una
vida normal. Merece la pena que los mayores apoyen ese grupo (podemos
denominarlo extra), porque es el tiempo desgraciadamente corto en los que aún
no anida la falsedad, la mentira, la hipocresía… Durante estos quince años sus
ferias serán fantásticas, maravillosas. Sus ansias de vivir tiene tanta fuerza
que graban en su memoria para siempre la risa y alegría permanentes de las
horas despiertas, también los sueños forjados con la ilusión en las horas
dormidas. Sus ferias serán siempre extraordinarias porque extraordinarios son
sus envidiables años.
Le sigue después un grupo entre los quince y veinticinco
años que también la feria le sabe a poco, la vida les sonríe en su arrolladora
juventud durante ese período de tiempo que suele ser decisivo en la vida. No
obstante, son años difíciles porque paragonándolos con el “estado del tiempo”,
unas veces su cerebro está limpio y despejado y otras presenta borrascas de
pasión, bien sean de amores o de proyectos irrealizables. Bajas y altas pasiones:
desengaños, alegrías, inquietud, sosiego, conformidad, inconformidad. Son
precisamente los años de la célebre juventud inconformista, es ni más ni menos
que el trasiego alocado de pensamientos fabricando magníficas ideas unas veces,
o desafortunadas otras. Es lo que puede llamarse tiempo inestable, aparecen
grandes claros seguidos de negros nubarrones. Es, en suma, la lucha necesaria
para situarse en la vida, pero como es la edad en que las fuerzas no flaquean,
son años de verdadera felicidad y las ferias siguen brillando.
Le sigue después otro grupo o etapa importante, el
comprendido entre los veinticinco y cuarenta años. Es generalmente cuando se
crea una nueva familia (salvo casos aislados) y los matrimonios jóvenes han de
llevar a sus hijos a la feria. Siguen siendo buenos años pero ya con reparos,
con ciertos inconvenientes. Los niños no se amoldan al plan que egoístamente le
trazan sus padres (la diferencia de edad es enorme) y nada más llegar al ferial
piden agua, “pipí”, “popó”, algodón de azúcar, que le suban en tal o cual
“cacharro”, dejan caer el vaso de una mesa, molestan al vecino, corren, lloran
o se ríen a carcajadas. Mientras tanto los padres haciendo más ejercicios de
los acostumbrados para dominarlos, terminan por acortar un poco el tiempo de
permanencia y deciden regresar a casa. Los comentarios de este grupo al
terminar las fiestas será el siguiente: La feria estuvo regular, otros años
había más animación… No amigo mío, otros años tú pertenecías a otro grupo, eso
es todo.
El período entre los cuarenta y sesenta y cinco años se
adapta más a la feria cómoda, por otra parte empiezan a faltar a la cita de
cada año familiares y amigos fallecidos que van jalonando el camino de los
recuerdos tristes, golpes del destino que se acusan restando ilusiones y creando
un sentimiento de vacío, más como la feria no quiere saber nada de tristezas,
cumple con su misión y prosigue la ruta alegre y bulliciosa. Estas personas
posiblemente dirán que la feria estuvo bien, pero algo aburrida en comparación
con otros años. Es natural que su opinión personal sea cierta porque hay que
repetir de nuevo el factor edad. Cada año se van reduciendo por diferentes
causas el grupo de personas entre las que él fue feliz y por ello el ambiente
de su feria se va reduciendo también poco a poco.
Y así llegamos después a los que constituyen una honrosa
minoría, a los ancianos de avanzada edad que caminan por la recta final de la
vida. Difícil es verlos por la feria, sus oídos no aguantan los ruidos
estridentes, sus ojos cansados de mirar se mostrarán indiferentes, sus
pensamientos volarán muy lejos año atrás y les veremos como ausentes de todo lo
que ocurre a su alrededor. Su lento caminar escalando los últimos peldaños de
la vida que Dios quiera concederles, causan admiración y respeto. Ellos, aunque
la visiten, ya no están en la feria pero, con más autoridad que nadie, saben
donde empieza, perdura y acaba la felicidad.
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