“Por el bien del país sería deseable que Pedro Sánchez se sometiera a
una sesión intensiva de realismo político y recapacitara sobre la enmienda a la
totalidad que ha planteado a lo que ha sido el PSOE de la Transición”
“Debe elegir entre ser fiel al simbolismo de aquella comparecencia con
una gran bandera española detrás, o entre lo que parece que le reclaman quienes
lo han encumbrado, enarbolando banderas de la Segunda República”
“Si el PSOE sanchista se empeña en disputar la izquierda radical
y asamblearia a Podemos, el socialismo español seguirá el camino del griego,
del francés o del británico”
Si hemos de atenernos a lo dicho y hecho hasta ahora por Sánchez, es verdad que no esperan buenos tiempos, ni para el PSOE ni, lo que es más importante, para España. Quien defiende una España plurinacional, sin decir cuántas naciones hay en España, o proclama en Cataluña que esa comunidad es una nación, para después, fuera de Cataluña, aseverar que se trata de una nación cultural, y terminar definiendo el concepto de nación como un sentimiento, es un político de pocas hechuras y claramente oportunista.
Llegar a dirigir un partido tan fundamental para la estructura constitucional de España, sin más alegato de seducción que el haberse opuesto a desbloquear la ingobernabilidad del país, aceptando que gobernara la opción política más votada por los españoles, y elevar tal postura a la categoría única de que "hay que echar a Rajoy", cuyo mensaje a la postre es una copia literal de lo que defienden los de Pablo Iglesias, nos dibuja a un político tan ayuno de programas como enamorado de sí mismo.
Ello no obstante, el envite que esos 74.223 socialistas de base han realizado al conjunto de los españoles puede correr la misma suerte que el socialismo ha tenido en Reino Unido, Francia, Holanda y un largo etcétera, cuando los militantes han acreditado una falta de sintonía palmaria con el conjunto de las inquietudes ciudadanas. Si además esos militantes, sin ser corregidos por su líder, han tachado de traidores, fachas y corruptos a competidores del propio partido, incluso a personajes históricos de inequívoca proyección democrática y progresista, la tarea que tiene el electo para construir una alternativa de gobierno creíble y bien estructurada es gigantesca.
Por el bien del país sería deseable que Pedro Sánchez se sometiera a una sesión intensiva de realismo político y recapacitara sobre la enmienda a la totalidad que ha planteado a lo que ha sido el PSOE de la Transición, cuyos servicios a la prosperidad y la justicia social en España han sido indudables. Debe elegir entre ser fiel al simbolismo de aquella comparecencia con una gran bandera española detrás, o entre lo que parece que le reclaman quienes lo han encumbrado, enarbolando banderas de la Segunda República y proclamando eslóganes tan antifranquistas como obsoletos, tal como se pudo oír la noche del domingo entre quienes aplaudían su liderazgo en la sede de Ferraz.
Que quienes han sostenido su candidatura hayan perdido el respeto al político socialista que más ha hecho por el progreso del país, como Felipe González, da muestras de que hay mucho militante desorientado, anclado en el rencor y en la ignorancia. Sobre tales actitudes -ignorancia y rencor- ha edificado Sánchez toda su estrategia para alcanzar la secretaría general de un partido claramente roto por la mitad. El problema es si sabrá administrar la victoria sin que el PSOE deje de ser lo que ha sido. Y cabe mostrar cautela sobre dicha capacidad cuando el propio interesado se proponía construir "un nuevo PSOE". Como un viejo militante aseveraba, "si gana Sánchez, se acaba el PSOE que conocemos". Porque Sánchez, "está en el PSOE pero no es del PSOE, solo es de él mismo".
Como tantos recordaron, en España y fuera de España, jamás se ha dado un nivel tan ínfimo entre los candidatos a dirigir el partido más importante de la izquierda española. Sus currículum dan grima y ello pone de manifiesto la orfandad de una clase política sumergida en la mediocridad y en la demagogia, arma esta que sirve de refugio para tapar sus deficiencias. Que el elegido hiciera ostentación de que "venía del paro" sería causa suficiente, en cualquier país europeo, de incapacidad para gestionar los intereses públicos. Los líderes europeos, desde Macron a Tsipras y desde Merkel a Valls (derechas e izquierdas), todos ellos presumen de una formación habilitante para la gran tarea de dirigir un país.
Con ser un poco "chuleta", como diría el castizo, y bien parecido no es suficiente, ni siquiera necesario, para aspirar a liderar nada. Los analistas más solventes consideran que la victoria de Sánchez supone una radicalización del PSOE. Su obsesión con pactar con quien sea tiene dos condicionantes: que él sea quien lidere el pacto y que la alianza garantice la toma del poder. Son las exigencias que impone para una moción de censura, sabedor de que la misma necesita el apoyo de los separatistas para que prospere. De seguir jugando con esta táctica, Sánchez está poniendo en riesgo la propia idea de la nación española porque busca asociarse con quienes hoy, ya sin tapujos, están protagonizando un intento de golpe de Estado.
Hay que confiar en que personajes como Borrell, que lo ha apoyado, influyan en una corrección del rumbo sanchista, alejándolo de ese afán de convertir al PSOE en un partido asambleario y marcando las distancias con los independentistas con la misma rotundidad que el político leridano ha hecho en varias ocasiones, ridiculizando las pretensiones secesionistas.
Si el PSOE sanchista se empeña en disputar la izquierda radical y asamblearia a Podemos, el socialismo español seguirá el camino del griego, del francés o del británico. Entre el original y la copia siempre se elige el original.
Si el PSOE, por contra, reafirma su liderazgo en el espectro sociológico del centro izquierda, y reafirma su vocación moderada en el Congreso Federal de Junio, las expectativas para volver a gobernar España crecerán exponencialmente. Para ello, entre otras cosas, deberá acreditar su defensa del marco constitucional y su posicionamiento sin ambigüedades ante el reto, cada vez más inminente, del separatismo catalán.
De no actuar en esa línea, de moverse obsesivamente hacia la izquierda radical, el PSOE abandonará el granero de votos que está en el centro y se convertirá en un apósito más del conglomerado podemita. Y ese espacio que deja vacío lo ocuparán otras opciones surgidas de la propia sociedad civil, como ha ocurrido en Francia, si ningún otro partido amplia su base electoral hacia esa zona templada.
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