Artículo de Rafa G. García de Cosío
El momento culminante del debate cara a cara entre Macron y Le Pen esta semana fue cuando ésta la dijo a aquél que "el euro es la moneda de los banqueros, no es la moneda del pueblo". Culminante no porque terminara ahí, sino porque la candidata del Frente Nacional se quitaba la máscara definitivamente como lo que es, ante todo lo demás: una antisistema más. De ultraderecha? Eso es lo de menos. "Pepe, tenemos a un camión que viene de frente". "Pero es Pegasus o Daimler?"
Tsipras el griego era del club de Podemos, pero también agitaba la bandera griega y luego, en el Parlamento, pactaba con la extrema derecha. Además, amenazaba a Europa, sus socios y sus instituciones cada día. Por tanto, puede algún profesor podemita explicarme exactamente la diferencia entre unos y otros, más allá que una lleve tacones y los otros Converse cuando beben Coca Cola en la cantina del Congreso?
Le Pen basó su intervención del debate en poner pucheros arrogantes cuando hablaba y en fruncir el ceño cuando escuchaba, para hacerse quizá la incomprendida campesina ante el lenguaje de un banquero orgulloso como Macron. Mintió además al acusar de agitar el miedo a Macron con el Brexit, y Macron no fue lo suficientemente listo para responderle que del Brexit no se puede sacar aún mucho porque aún no se ha producido, básicamente. Macron básicamente estuvo demasiado ocupado en repetir "Madame Le Pen" constantemente (les invito a ver el debate de nuevo y contar por lo menos 50 menciones de Madame Le Pen, pensadas para desvirtuar la campaña de una rubia de ojos azules que se presentaba a la Francia rural como "Marine").
Como he repetido tantas veces en este medio, la división izquierda derecha murió hace tiempo; y que me perdone Amando de Miguel, quien dice con retranca zamorana que quienes descartan la dicotomía izquierda-derecha son siempre de derechas. Hoy convivimos con otras divisiones: verdad vs. mentira, decencia vs. indecencia, libertad vs. dirigismo, Europa vs. aislacionismo.
Como en la cocina, uno puede coger un poquito de todo, pero la elección de lo mejor no debería resultar tan difícil. Da la casualidad de que hoy, los franceses, nunca lo habían tenido más a huevo: efectivamente tienen que decantarse entre lo peor (por mucho que haya motivos en Francia para controlar el despelote de la inmigración en Europa) y lo mejor: Emanuel Macron.
Que en un país tan intervencionista e igualitarista como Francia un candidato exbanquero gane la primera vuelta prometiendo reformas liberales que ni siquiera se atrevieron a anunciar liberal-conservadores como Sarkozy, dice mucho de un país que ha dejado de tener miedo al liberalismo íntegro: el que pide libertad no solo social, sino también económica. El liberalismo de la gente abierta y tolerante que no es progre, como en España, sino que rechaza frontalmente los superpoderes de los sindicatos galos.
Le Pen critica el euro. Quiere devolver el franco a los obreros, pero sin decirles que su coche, sus viajes a Londres, sus juguetes Made in China habría que pagarlos también en francos, en un Franco mucho más devaluado, seguramente. Qué bien se vivía con el franco, parafraseando al franquista español hoy casi inexistente, al contrario que el extremista francés.
Aunque nosotros también tenemos a nuestros extremistas. Son los que piensan que trabajar más empobrece y devaluar la moneda o dividir el trabajo enriquece. Que 40 horas de trabajo semanales es de cerdos capitalistas y la jubilación a los 60, un derecho a consagrar en una supuesta VI república en la que llegaremos a vivir 130 años para trabajar solo la mitad.
Para serles franco, Macron es lo mejor que nos puede pasar a todos.
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