Artículo de Federico Relimpio
Las urgencias de Virgen del Rocío, revisitadas -problema de salud familiar-.
De repente, me encontré en abril del 89, en mis veinticuatro. Vivíamos el felipismo, y solo se hablaba de Europa y de la Expo92. Del futuro, de ilusiones. Todo iba a ser mejor: España – y sobre todo, Andalucía – se comerían de un bocado el atraso de siglos.
Para mí, la ilusión era doble: lo dicho, y el comienzo de mi residencia en Endocrinología y Nutrición. Mis primeras guardias en el área de urgencias. Las urgencias de este hospital, en concreto.
Este ha sido el cortocircuito con el pasado, mi magdalena de Proust: volver al área de urgencias, pero desde el otro lado. Como paciente. Bueno, en mi caso, como acompañante.
No hay que explicar que cualquier sufrido currito que haya sufrido los rigores del lugar suele evitarlo en las décadas posteriores. Que cualquier médico o enfermero que conozca bien las urgencias – y su masificación habitual – intentará por todos los medios resolver sus problemas familiares fuera del hospital. Es una postura a la vez racional y emocional: por conocimiento de las limitaciones del lugar, y por evitar revivir los sinsabores de tiempos duros, felizmente superados.
Tal era mi caso. Pero hay veces en que la realidad excede tu capacidad de decisión.
Allí anduve sin enchufe, sin la alfombra roja de los políticos de raigambre y abolengo. Sin el móvil que te conecta al gerente para que te abra la puerta de atrás y te quite los rigores de la cola. Allí anduvimos como cada vecino, dando los datos, de cola en cola, paciencia infinita, en busca del tiempo perdido, contemplando como, en lo esencial, la humanidad no cambia, y tampoco sus instituciones. El día de la marmota, ya digo (¿Conocen la película?).
Qué de gente, oigan… Qué de gente sumisa, esperando con paciencia, a lo que les quieran decir. Qué de gente, de un lado al otro, de una sala a la otra. Un dolido Real de la Feria, grises y neones, pijamas y angustia. Qué de gente, un viernes, siete de la tarde: las siete en todos los relojes. De repente, a otra sala, donde están los ya evaluados, esperando algo. O a alguien.
Ni un sillón libre. Ni una silla de ruedas. El que no corre, vuela: delante de mí, una señora entra al aseo, dejando fuera su silla de ruedas. Voló esta de inmediato: otro se la apropia con presteza; corre la buena mujer a reclamársela… “¡Yo estaba mala antes!” No es de extrañar; estamos donde estamos… “Quien se fue a Sevilla, perdió su silla”. Al fondo, junto a las ventanas, los abuelos en camillas: enjutos, callados. Gente sumisa, resignada. Esto es lo que hay: la mejor Sanidad del mundo; callaros, que aun nos la pueden quitar… Gente para arriba y para abajo. Y, venga: la megafonía, llamando a unos y a otros. Qué de gente, jolín. Demacrados, despelucados, impacientes, incómodos, mirando al techo, o a la pared… Qué de gente. La salida del Gran Poder, esperando el milagro.
Y sí, he escrito “qué de gente” seis veces. Ex profeso. Y corto, que me quedo. Es que no se hacen ustedes una idea. Que a los sevillanos nos gusta la bulla, ya se sabe. Pero no dejar de ser un lugar común, de lo más manido. Y, desde luego, no para esto. Seguro que no.
Allí andaba yo, viendo enfermos, como hice siempre, pero de un modo especial: desde el otro lado, pasado al enemigo, por hoy, por hablar de algún modo. Y volví sin querer a mis veinticuatro, a las ilusiones de entonces, al felipismo, a esa Europa que llenaba todas las bocas y todos los corazones, y no pude sino decirme: “¡Qué poco ha cambiado todo, joder!”
Luego reflexioné que había escrito, hace poco, acerca de la cantidad de gente que viene aquí por esta chorrada o la otra. Cierto es, sin lugar a dudas. Pero luego vi a los abuelos, y maticé el aserto: “Estos no están aquí por capricho…”
Lejos de mí la tentación de sacar una foto de aquel cuadro y subirla a redes sociales – la de arriba es una que cogí en Internet, sin más -. Tengo un gran respeto por las personas, sus sentimientos y sus padecimientos. Pero creo que los responsables de la cosa pública no pueden hablar más de “Joya de la Corona” o “la Mejor Sanidad del Mundo” sin que se les trabe la lengua. O no vienen por aquí, o entran por otra puerta (“paso facilitado”).
La atención a los pacientes – no usuarios, ojo – de Sevilla capital exige un fortalecimiento de Atención Primaria – como he dicho muchas veces – y dos hospitales más, de tamaño pequeño: uno, para Sevilla Este, y el otro, para Triana-Los Remedios. Ya pueden hacerlos, la verdad, cuando terminen de arreglar los agujeros que está poniendo en evidencia la Justicia. Somos casi ochocientos mil, solo en Sevilla capital. Y vamos para los cuarenta años, con los mismos en el poder. Y lo que les queda, por el camino que llevamos.
Buen domingo. Y a los que estén en el área de urgencias, trabajando o curándose, que les sea leve.
P.D.
A) Mi agradecimiento a todo el personal que nos atendió. Para hacerles la ola.
B) No hace falta que les jure que la Sanidad Pública es mi dolor, como profesional y como paciente. Y no me resigno, no me resignaré nunca al empleo de la palabra facilona con intención propagandística. Como en otras ocasiones, les dejo el testimonio novelado de ello, de una pérdida y de un encuentro: KOL Líder de Opinión. Lo que me anima a seguir en ello (clicar aquí). Y la referencia abajo…
No hay comentarios:
Publicar un comentario