viernes, 28 de abril de 2017

Mélenchon: cuando el silencio es un acto revolucionario


Artículo de Federico Relimpio


Jean Luc Mélenchon no ha dado una consigna de voto para la segunda vuelta. Imposible de creer.

Recapitulemos. Los hechos. En orden. Mélenchon, líder de “Francia Insumisa”. Movimiento izquierdista radical, cuyo equivalente en nuestro país puede ser Podemos. El líder, salvo en la edad, admite paralelismos con Pablo Iglesias: verbo vivaz, agudo, lacerante. Propuestas rupturistas, gestos inconformistas.

Tenía que ser lo más opuesto – forma y fondo – a Marine Le Pen, representante esta de un nacionalismo cerrado y nostálgico, deseoso de una vuelta imposible al pasado, del cierre de fronteras – sin calcular la riqueza que la apertura supone para la Francia de hoy y para su proyección futura -.

Imagino que una persona – antes que líder – como Jean Luc Mélenchon debe estar fastidiado por las peculiaridades constitucionales de la Quinta República, y sus presidenciales a dos vueltas, que acaban de aniquilar toda posibilidad a la “izquierda real”.

Y de ahí, su silencio. ¿Momentáneo…? No lo sabemos. Tiempo tendrá para modificar opinión y voz, de aquí a la segunda vuelta, cuando reflexione acerca de la hondura del dilema francés – y europeo –. Mientras, en el cálculo interesado de Marine y los marinistas, está el pescar en las aguas del cabreadísimo voto de la izquierda antisistema, antiEuropa y antiglobalización (antiMacron, en suma).

Cabe, en contra de esto, una interpretación más malévola y, si se quiere, más marxista-leninista – y me voy a atrever -.

Recurro al inefable Anguita y a sus dos orillas: la verdad está aquí y más allá, la basura: la derecha, la banca y un largo etcétera. Y no le faltan buenas razones, desde su punto de vista. Si no hemos podido llevar nuestras verdades a la segunda vuelta para batirnos como bravos, nos cargamos el invento – no hay lealtad posible a las reglas de la burguesía -. La libertad de voto es un derecho consagrado – ¡Faltaría más! -. Pero muchos en la “Francia Insumisa”, desamparados, miran al líder planteando la misma pregunta que el título del célebre ensayo de Lenin: “¿Qué hacer?”. Y Mélenchon guarda un silencio calculado, que podría interpretarse en un “mientras peor, mejor”. Favorecer la crisis final del capitalismo y de ahí, a río revuelto, ganancia de pescadores.

Parece retorcido, de lo desesperado: en un país fuertemente burgués como Francia, apoyar por pasiva el ascenso de un movimiento retrógrado y casposo como el Front National, abocado al fracaso económico y al caos. Justo lo preciso para situar al país en una situación revolucionaria. La única opción posible. La contraria sería una lenta agonía de la izquierda hasta la extinción, como están viviendo los británicos al otro lado del canal: la autocracia conservadora de facto.

Que estas no son sino especulaciones de un europeísta español de provincias sobre las cábalas que pueden pasarle por la cabeza a un líder de masas de la izquierda radical francesa. Una especie de “susto o muerte”: callarse o pronunciarse.

Cuando hasta guardar la palabra en la boca es un acto revolucionario.


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