Artículo de Paco Romero
Que los jueces se metan en política, que se empapen bien de toda la
inmundicia que acumulan las letrinas de las zonas
nobles del poder y que, convenientemente despechados, con las entrañas renegrías y los pendrives llenos de información sensible,
vuelvan a revestirse de puñetas
“Desde Garzón todo está inventado: venganza disfrazada de justicia”
El pasado viernes, el titular del Juzgado Central de
Instrucción número 6, Eloy Velasco, mediante un auto que “en exclusiva” ha
publicado hasta la desaparecida Hoja del
Lunes y del que, dicen, se ha hecho eco Radio
Taxi, envió a prisión al expresidente de la Comunidad de Madrid Ignacio
González, tras haber sido detenido por la Guardia Civil en una operación que
investiga su gestión en la empresa pública madrileña “Canal de Isabel II”.
¿Presuntos? ¿Puede un juez imaginarse todo esto? ¿Puede la
Guardia Civil inventarse semejantes despropósitos? ¿Prevarican o realmente
existen indicios tan flagrantes?
Dice -o quizá decía, ya no lo sé- el artículo 103 de nuestra
Constitución que “la Administración Pública
sirve con objetividad los intereses
generales y actúa de acuerdo con los principios de eficacia, jerarquía,
descentralización, desconcentración y coordinación, con sometimiento pleno a la ley y al Derecho”. Nada más lejos
de la letra y de su propio espíritu el resultado obtenido tras la consentida
fuga del Derecho Administrativo y el desembarco de gran parte de la gestión en
la empresa pública, impune y acertadamente denominada administración paralela por estos lares.
Es el caso de la empresa pública madrileña “Canal de Isabel
II”. ¿Qué intereses tiene y a cuento de qué compra una empresa brasileña
denominada Emissao? ¿Por qué y para qué adquiere la sociedad que gestiona el
agua en la localidad colombiana de Barranquilla? No busquen respuesta, no puede
haberla: solo el burdo afán de lucro de chorizos sin escrúpulos que, además,
mastuerzos de nacimiento, se creen infalibles a la hora de hacer la trampa
hecha previamente la ley.
Dicen que rectificar es de sabios. Nunca lo he creído, más
parece cosa de imbéciles y en esas andamos… Tan es así que hoy impugno la
crítica a la politización de la justicia
que realicé hace solo tres semanas (La
toga y la mujer del César) en estas mismas páginas. Observo ahora como la
mejor de las soluciones en la lucha contra la corrupción lo contrario: que los
jueces se metan en política, que se empapen bien de toda la inmundicia que
acumulan las letrinas de las zonas nobles
del poder y que, convenientemente despechados, con las entrañas renegrías y los pendrives llenos de información sensible,
vuelvan a revestirse de puñetas.
Emulando a Pablo de Tarso, descabalgados en el camino de la
Justicia, que no de Damasco, puede que hayamos encontrado la solución. Eso es:
la esperanza ha de estar ahora en los jueces que usaron las puertas giratorias,
los que, de forma parecida a esos mansos que salen toreados de toriles, se
orientan con extrema rapidez y son capaces de empitonar “to lo que se menea”. Nada
nuevo. Desde Garzón todo está inventado: venganza disfrazada de justicia.
En una entrevista light, casi de beso de tornillo,
sin alusión alguna ni al denostado Montesquieu, ni a la separación de poderes,
ni a la diaria vulneración de los secretos sumariales, el juez Velasco, que en
las últimas horas apunta también hacia su exjefe Zaplana, respondía el pasado
domingo en el diario El Mundo, abusando de soflamas populistas y
anticapitalistas, a cuatro cuestiones sin
chicha ni limoná. A la pregunta con mayor trascendencia desde el punto de
vista de las incestuosas relaciones de poder, que es el
principal problema en el que se asienta la corrupción (¿volvería a la política
tras su etapa en la Generalitat Valenciana?), la respuesta del magistrado no
tiene desperdicio: “¿Para qué? Además, en
Valencia lo que hice fue gestión. Yo
me dediqué a construir infraestructuras judiciales y a informatizar. Cuando
llegué usaban máquina de escribir. Cuando me marché, los 300 juzgados usaban
ordenadores”.
P.S.-
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