Artículo de Luis Marín Sicilia
“La crisis del momento tiene más que ver con un determinado marco
económico, cuya incertidumbre y volatilidad afecta a todo el sistema, que con
un enfoque social de las relaciones humanas”
“La única izquierda de futuro en el mundo occidental será la que
acredite su capacidad para gestionar positivamente las reivindicaciones
sociales dentro de un marco posibilista”
Desgraciadamente hay una tendencia en la izquierda española
más radical que parece empeñada en destruir la labor de concordia que llevó a
cabo la Transición democrática, obra de una generación hoy jubilada que supo
interpretar las ansias de paz y de progreso que sus padres les habían
transmitido. Ello implicaba mirar al futuro, protegiéndose de infecciones
disolventes que a nada bueno conducen.
Algunos hijos de esa generación, nietos de quienes padecieron la odiosa guerra civil, parecen no querer aceptar el legado de las dos generaciones que les precedieron y se empeñan en resucitar rescoldos de discordia, poniendo en riesgo el buen sentido de una mayoría deseosa de convivir pacíficamente. No de otra forma habría que valorar ese Proyecto de Ley de Memoria Histórica y Democrática de Andalucía, cuya tramitación sorprendente ha merecido la argumentada y contundente repulsa de Miguel Ángel García, formulada en su artículo en este diario.
El revisionismo pertinaz, el tendencioso afán justiciero, el sectarismo ideológico y la manipulación de la historia y de las propias resoluciones de la ONU quedan perfectamente plasmados en ese proyecto legislativo cuya abyecta pretensión provoca el estupor, la náusea y la repulsa vomitiva. Que IU y sus socios de Podemos impulsen tal esperpento ya no sorprende porque hace tiempo que las formaciones comunistas perdieron el oremus, dejando en entredicho la valiosa aportación del PCE en la reconciliación nacional.
Pero lo que resulta deprimente es la actitud abstencionista de PP y C's en un acto de irresponsable cobardía solo superado por un PSOE que fue protagonista ejemplar de una Transición a la que pretenden dejar en entredicho estas iniciativas revisionistas de un pasado fratricida, repugnante y cerril que nada tienen que ver con una justa reparación de los errores cometidos.
La obsesión de algunos por llevar la acción política a la confrontación entre dos polos radicalmente opuestos es tan antigua como ventajista para quienes lo propugnan, los cuales pretenden colocarnos a todos en uno de los dos polos de la confrontación. Y por mucho que se empeñen están llamados al fracaso, pues como ya dijo Aristóteles, hace ya veinticuatro siglos, en el término medio está la virtud, de modo que nuestra conducta debe buscar "el término medio entre dos extremos igualmente viciosos".
En los últimos días hemos podido conocer donde llevan las posturas maximalistas en la acción de gobierno. Y ha sido en un país que ha digerido las enseñanzas de estos adanes del "podemismo", cuya única aportación hasta ahora a la política española ha sido la del espectáculo circense, su afán gamberro y alborotador para llamar la atención y una pertinaz conducta entre subversiva y pintoresca respecto a las instituciones. La falta de democracia, y la ruina económica de quienes siguieron sus enseñanzas, como ocurre en Venezuela, es el mejor ejemplo de adonde conducen las mismas cuando se ponen en práctica.
La crisis del momento tiene más que ver con un determinado marco económico, cuya incertidumbre y volatilidad afecta a todo el sistema, que con un enfoque social de las relaciones humanas. El error que está cometiendo la izquierda es que no sabe abordar la crisis económica sino con cataplasmas seudosociales, de enfrentamientos y ambiciones, en vez de estudiar a fondo la cuestión económica, tal como la socialdemocracia supo hacer desde mediados del siglo pasado. Su incapacidad en términos económicos dificulta la búsqueda de un nuevo modelo económico, más allá de esa cultura reivindicativa y proteccionista en que está anquilosada.
Los desplazamientos poblacionales, el cambio climático, las nuevas tecnologías y la conflictividad que genera la incertidumbre nos llevan a un modelo de civilización que requiere prioritariamente aclarar su propia identidad y sus principios básicos de convivencia para encontrar las fórmulas económicas que garanticen el bienestar y el progreso. Y ahí la izquierda posibilista de raíz socialdemócrata debe reinventarse, profundizando sus investigaciones económicas y marcando distancias con una izquierda radical que sabe de protestas y movilizaciones pero que no aporta medidas económicas viables, dada su total ignorancia en la materia como es notorio en el orate Iglesias Turrión.
La única izquierda de futuro en el mundo occidental será la que acredite su capacidad para gestionar positivamente las reivindicaciones sociales dentro de un marco posibilista. La otra izquierda, como el tándem IU-Podemos, que sigue empeñada en una determinada concepción total y definitiva de la sociedad, cuya permanencia en el progreso solo puede ser administrada por ellos, no tiene futuro y solo servirá para arruinar a los pueblos que tengan la tentación, tal como Venezuela por ejemplo, de caer en sus redes.
En el frontispicio de toda organización política debe quedar grabado de forma indeleble el respeto a todas las ideologías así como que perseguir ideas o actuaciones políticas es lo más opuesto a un sistema democrático. Por ello, la izquierda intransigente y transgresora del orden constitucional, como la que gobierna en Venezuela y aquí pretenden implantar los radicales, es una izquierda imposible en un régimen de libertades.
Algunos hijos de esa generación, nietos de quienes padecieron la odiosa guerra civil, parecen no querer aceptar el legado de las dos generaciones que les precedieron y se empeñan en resucitar rescoldos de discordia, poniendo en riesgo el buen sentido de una mayoría deseosa de convivir pacíficamente. No de otra forma habría que valorar ese Proyecto de Ley de Memoria Histórica y Democrática de Andalucía, cuya tramitación sorprendente ha merecido la argumentada y contundente repulsa de Miguel Ángel García, formulada en su artículo en este diario.
El revisionismo pertinaz, el tendencioso afán justiciero, el sectarismo ideológico y la manipulación de la historia y de las propias resoluciones de la ONU quedan perfectamente plasmados en ese proyecto legislativo cuya abyecta pretensión provoca el estupor, la náusea y la repulsa vomitiva. Que IU y sus socios de Podemos impulsen tal esperpento ya no sorprende porque hace tiempo que las formaciones comunistas perdieron el oremus, dejando en entredicho la valiosa aportación del PCE en la reconciliación nacional.
Pero lo que resulta deprimente es la actitud abstencionista de PP y C's en un acto de irresponsable cobardía solo superado por un PSOE que fue protagonista ejemplar de una Transición a la que pretenden dejar en entredicho estas iniciativas revisionistas de un pasado fratricida, repugnante y cerril que nada tienen que ver con una justa reparación de los errores cometidos.
La obsesión de algunos por llevar la acción política a la confrontación entre dos polos radicalmente opuestos es tan antigua como ventajista para quienes lo propugnan, los cuales pretenden colocarnos a todos en uno de los dos polos de la confrontación. Y por mucho que se empeñen están llamados al fracaso, pues como ya dijo Aristóteles, hace ya veinticuatro siglos, en el término medio está la virtud, de modo que nuestra conducta debe buscar "el término medio entre dos extremos igualmente viciosos".
En los últimos días hemos podido conocer donde llevan las posturas maximalistas en la acción de gobierno. Y ha sido en un país que ha digerido las enseñanzas de estos adanes del "podemismo", cuya única aportación hasta ahora a la política española ha sido la del espectáculo circense, su afán gamberro y alborotador para llamar la atención y una pertinaz conducta entre subversiva y pintoresca respecto a las instituciones. La falta de democracia, y la ruina económica de quienes siguieron sus enseñanzas, como ocurre en Venezuela, es el mejor ejemplo de adonde conducen las mismas cuando se ponen en práctica.
La crisis del momento tiene más que ver con un determinado marco económico, cuya incertidumbre y volatilidad afecta a todo el sistema, que con un enfoque social de las relaciones humanas. El error que está cometiendo la izquierda es que no sabe abordar la crisis económica sino con cataplasmas seudosociales, de enfrentamientos y ambiciones, en vez de estudiar a fondo la cuestión económica, tal como la socialdemocracia supo hacer desde mediados del siglo pasado. Su incapacidad en términos económicos dificulta la búsqueda de un nuevo modelo económico, más allá de esa cultura reivindicativa y proteccionista en que está anquilosada.
Los desplazamientos poblacionales, el cambio climático, las nuevas tecnologías y la conflictividad que genera la incertidumbre nos llevan a un modelo de civilización que requiere prioritariamente aclarar su propia identidad y sus principios básicos de convivencia para encontrar las fórmulas económicas que garanticen el bienestar y el progreso. Y ahí la izquierda posibilista de raíz socialdemócrata debe reinventarse, profundizando sus investigaciones económicas y marcando distancias con una izquierda radical que sabe de protestas y movilizaciones pero que no aporta medidas económicas viables, dada su total ignorancia en la materia como es notorio en el orate Iglesias Turrión.
La única izquierda de futuro en el mundo occidental será la que acredite su capacidad para gestionar positivamente las reivindicaciones sociales dentro de un marco posibilista. La otra izquierda, como el tándem IU-Podemos, que sigue empeñada en una determinada concepción total y definitiva de la sociedad, cuya permanencia en el progreso solo puede ser administrada por ellos, no tiene futuro y solo servirá para arruinar a los pueblos que tengan la tentación, tal como Venezuela por ejemplo, de caer en sus redes.
En el frontispicio de toda organización política debe quedar grabado de forma indeleble el respeto a todas las ideologías así como que perseguir ideas o actuaciones políticas es lo más opuesto a un sistema democrático. Por ello, la izquierda intransigente y transgresora del orden constitucional, como la que gobierna en Venezuela y aquí pretenden implantar los radicales, es una izquierda imposible en un régimen de libertades.
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