Artículo de Miguel Ángel García
Recordando al expresidente de la Junta de Andalucía, Manuel Chaves, me viene a la cabeza aquella muletilla que tenían todos los dirigentes del afamado “clan de la tortilla”, allá por mediados de los setenta tras la muerte del dictador, y primero de los ochenta, con la que venían a decir que tras cuarenta años de dictadura, sólo el aire fresco del cambio, sacaría a Andalucía de los lugares tan bajos en los que se encontraba después de cuarenta años de tenerla poco menos que olvidada y despreciada.
En sus discursos, en sus mítines, en sus entrevistas, no faltaba nunca aquella cantinela de la regeneración; de la bondad de lo nuevo, del cambio, de la renovación, del airear las alfombras, llenas de todo tipo de bacterias perniciosas para el sistema, acumuladas durante tanto tiempo. Abogaban por el renacimiento de lo pulcro, de lo intachable, de lo inmaculado, rediseñando el panorama político y social encastrado, encorsetado, cuadriculado, en una única ideología y unos postulados tan anacrónicos como nocivos, y que tan malos resultados le había dado a una tierra heterogénea en su idiosincrasia, pero homogeneizada en sus penas y pesares. Una tierra amplia, de valles y sierras, de vegas y pastos, con un litoral tan rico en pesca como en un turismo que, por entonces, florecía como la buena hierba en los prados y en las serranías, convirtiéndose en el mayor valor añadido de la economía andaluza a la que aporta el 13% de su PIB en la actualidad.
El potencial estaba ahí, pero solamente un cambio de rumbo promovido por una ideología socialista, nueva y diferente, podría explotarlo y sacarle el mayor rendimiento posible. Para ello se inventan el Primer plan de modernización de Andalucía, que como el segundo y el tercero, no han dejado de ser, letras escritas de análisis y proyectos que se han quedado en la nada a pesar de las ingentes cantidades de dinero que se han gastado para su elaboración. Pero la culpa, no ha sido de ellos ¿eh?, la culpa ha sido de los planes, de los proyectos, de las letras escritas ahí negro sobre blanco, y, los políticos, los encargados de encargar los proyectos a otros y de realizarlos tal y como se les ha dicho que hagan, quedan eximidos y exentos, de cualquier responsabilidad…, porque casi nada se ha hecho, a la corta y a la larga.
Andalucía, ha terminado enquistándose, por la culpa directa de estos politicastros del cambio, pero de lo ajeno, y la eternidad para lo propio. Como sólo se ve, en las dictaduras más férreas y esclavizadoras de conciencias, ideologías y sentimientos. Andalucía, ha terminado convirtiéndose en un enorme patio de Monipodio. Esto es la cueva de Alí-Babá y esa tremenda nómina y/o caterva de ladrones, que la desangran por la derecha, por la izquierda, por arriba y por abajo. Andalucía, está anquilosada, artrósica, encorsetada en un jubón de podredumbre política y social. Se ha dejado de pensar. Se ha dejado de reivindicar; se ha dejado que desde los pilares fundamentales de un sistema democrático, se ahoguen las voces críticas, y lo que es peor, mucho peor, se asfixie al Poder Judicial estrangulando su vertebración y segando su imparcialidad.
Andalucía hiede a viejo, a cacique decimonónico, a casa cerrada, al alcanfor de los armarios, a una manta de la mili; al orín de los gatos en celo en la fábrica de vidrios de Miraflores, por mucho lujo que haya en San Telmo.
Andalucía pide a gritos mudos, inaudibles pero existentes, un cambio de personas y de ideas. Un cambio de modelo de sociedad, por la suciedad que tiene esta en la que vivimos. Gritos mudos que desde el silencio obligado, oxigenen, como decían los Chaves y compañía; que se aireen las alfombras, y los edificios enteros, porque el hedor institucional, es insoportable. Lo peor de todo esto, es, que aquellos a quien compete hacer la limpieza, es decir, a la propia sociedad andaluza, por el momento, sigue en ese estado de letargo e hibernación moral del que me da la impresión no quiere salir, o no puede salir. Ambos verbos son al igual conjugados, y eso es lo más triste de todo.
Reeditado el caciquismo al estilo propio del siglo XXI donde las trampas, además, no se hacen con el poder de uno y el dinero de uno, sino que se llevan a cabo con el dinero de todos, es mucho más complicado de erradicar que lo que podría suceder en las épocas de la Restauración cuando más influencias tuvo y cuando más se practicó en España: muerto el cacique (perro) se acabó la cacicada (la rabia).
Escribe Javier Moreno Luzón: “Lo que de modo general puede llamarse, en palabras del politólogo Luigi Graziano, "síndrome clientelista" ha estado presente, en mayor o menor medida, en todos los sistemas políticos conocidos, por lo menos desde la Roma republicana. Se trata de un fenómeno universal, a despecho de quienes han intentado reducirlo al ámbito de las sociedades “tradicionales”. Con la diferencia, eso sí, de que en España, antes, donde hasta Maura llegó a asumir el caciquismo como procedimiento “legal”, y hoy en Andalucía, donde están legalizados desde el PER hasta los cursos de formación ¡y qué decir de los puestos de libre designación!, ese clientelismo, es un clientelismo, que si bien es inmoral en su esencia, es moral en su fin.
Un fin llevado a efecto, tanto por parte de quienes lo controlan (los oligarcas, los caciques), como por parte de quienes lo asumen: el empleado de la FAFFE, el perceptor de peonadas que no se dan, el propietario de una academia de cursos fantasmas, el que no se presenta por su puesto de trabajo –en cualquier administración–, desde hace años… y ese largo etcétera de casos que hacen de ese clientelismo, la base y fundamento de la podredumbre, moral, social, judicial y política en Andalucía.
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