Artículo de Antonio Robles
Las lenguas en la España Autonómica
se han convertido en manos de los nacionalistas en una herramienta
étnica de exclusión y de construcción nacional. Pasadas las
primeras campañas de recuperación y normalización en la década de
los ochenta, han acelerado sus objetivos supremacistas en los últimos
tiempos con dos cruzadas aparentemente excluyentes, pero con
idénticos intereses ideológicos nacionalistas. Las dos han estado
lideradas desde Cataluña. Como siempre. Una se inició en 2013 desde
el Senado que acabó concretándose en el manifiesto de una ley de
lenguas, cuyo objetivo era otorgar a todas las lenguas regionales el
rango de oficiales en todo el territorio nacional en igualdad de
condiciones a la lengua común. Y otra, este mismo año 2016, con
otro manifiesto que pedía la oficialidad única del Catalán en
Cataluña.
“ESPAÑA PLURILINGÜISTA:
MANIFIESTO POR EL RECONOCIMIENTO Y DESARROLLO DE LA PLURALIDAD
LINGÜÍSTICA EN ESPAÑA”.
La propuesta de una ley de lenguas, se
inició mediáticamente en 2014 en las páginas de El País, a través
del artículo Blindar
la convivencia, no las lenguas, del diplomático madrileño
Juan Claudio de Ramón y la profesora catalana, Merçé Vilarrubias.
Aparentemente, los dos firmantes lo hacían a título personal sin
más interés que la convivencia a través del respeto al
plurilingüismo. Pero la apuesta no logró eco alguno. Insistieron en
3 artículos más, uno en el mismo medio el 1 de diciembre, Todas
las lenguas de España y dos en el diario digital de
Cataluña, Crónica Global, esta vez con la firma en solitario de
Mercè Vilarrubias, El
Estado frente al conflicto lingüístico (I) y (II),
el 22 de enero y 8 de febrero de 2015.
La insistencia en hacer responsable del
malestar lingüístico al Estado, relegando a un segundo plano la
sangrante exclusión de los derechos castellanohablantes en Cataluña,
provocó la contestación de la ex presidenta de la Asociación por
la Tolerancia, Marita Rodríguez, a través del artículo: ¿Hace
falta oficializar las lenguas regionales? Corría el 19 de
marzo de 2015. Apoyando esta tesis, yo mismo me sumé al debate con
tres artículos más, los dos primeros bajo el título común de
Contra
el laberinto de la ley de lenguas (I) y (II),
también en Crónica Global. A ellos siguieron otros de Santiago
Trancón, Miriam
Tey, Carmen
Leal, Miguel
Escudero, Francisco
Olla, Eduardo
Goligorsky, tsevanrabtan,
Arcadi
Espada, Joaquin
Coll, vicepresidente de SCC, Eduardo
López-Dóriga, presidente de Tolerancia, o Rafael
Arenas, presidente de SCC. La
polémica estaba servida. Más de treinta artículos siguieron a estos iniciales, ninguno con paternidad política. O eso era lo que parecía.
¿Simple debate intelectual, científico y desinteresado? Pronto sabríamos que no. Detrás, como siempre, movían los hilos los intereses étnicos-lingüísticos nacionalistas. Y como siempre, con la colaboración del PSC a través, en esta ocasión, de su responsable de cultura en el Senado, Carlos Martí, el muñidor de la propuesta. Pero no adelantemos acontecimientos, dejemos que el curso del debate nos desvele la impostura.
polémica estaba servida. Más de treinta artículos siguieron a estos iniciales, ninguno con paternidad política. O eso era lo que parecía.
¿Simple debate intelectual, científico y desinteresado? Pronto sabríamos que no. Detrás, como siempre, movían los hilos los intereses étnicos-lingüísticos nacionalistas. Y como siempre, con la colaboración del PSC a través, en esta ocasión, de su responsable de cultura en el Senado, Carlos Martí, el muñidor de la propuesta. Pero no adelantemos acontecimientos, dejemos que el curso del debate nos desvele la impostura.
Desinhibición del Estado y abuso
nacionalista
El diagnóstico sobre el malestar
lingüístico y cómo solucionarlo por parte de De Ramón, y
Vilarrubias, al que se le sumaría posteriormente Ángel Puertas y el
actual presidente de SCC, Rafael Arenas se puede reducir a dos
premisas: los nacionalistas se han adueñado de la gestión de las
lenguas regionales en exclusividad y, como consecuencia, han abusado
de su monopolio; el Estado se ha inhibido ante el abuso.
El diagnóstico es básicamente
correcto. Sobre todo en el caso catalán. No así la receta para
resolver el problema. No recurren a aplicar la Constitución
como solución, ni a defender el derecho que tiene todo ciudadano
español a utilizar y estudiar en su lengua habitual, ni siquiera a
exigir el cumplimiento de las sentencias judiciales que
reiteradamente dan la razón a los padres que prefieren una educación
en español o bilingüe para sus hijos, por ejemplo, en Cataluña.
Muy al contrario, se someten a la capacidad de intimidación de los
nacionalistas, y con ánimo de neutralizarles, les brindan una Ley de
Lenguas que conviertan al catalán, al vasco, y al gallego en lenguas
oficiales junto al español en las principales instituciones del
Estado. O sea, truecan el bilingüismo territorializado actual en plurilingüismo generalizado. Con esa medida táctica, pretenden
dejar sin argumentos morales al nacionalismo, e implicaría
-aseguran- arrebatarles la representación, defensa y gestión en
exclusividad del catalán. ¿Ingenuidad o error? Las dos cosas. [En
el manifiesto añaden varias lenguas más, además del castellano,
català/valencià,
galego y
euskara/vascuence: aragonés,
aranés (lengua occitana), valencià, asturianu/lleonés, portugués,
árabe y tamazight (lengua bereber)].
De salida, parten de un error de
apreciación. Localizan el problema en el descontento de los
nacionalistas, y busca cómo complacerlos, cuando en realidad el
problema está en la merma de derechos lingüísticos que sufren
millones de ciudadanos, y no en buscar cómo reducir la ira de los
nacionalistas. Porque de esto se trata, de eliminar el abuso y
restituir los derechos mermados de los ciudadanos excluidos, no de
contentar a los que los excluyen.
De ahí su grave error, confunden la
defensa de los derechos ciudadanos con el enfado coyuntural de los
nacionalistas, que interiorizan como problema, y como consecuencia
recurren a paños calientes para contentar a quiénes no quieren ser
contentados. El fin parece instrumental, atraer hacia posiciones
bilingüistas a muchos catalanistas que siguen atrapados en el
discurso victimista del nacionalismo.
Yerran incluso en el diagnóstico de la
solución: hace ya muchos años que fracasaron las medidas de
contención del nacionalismo. Produce ternura creer que tienen la
piedra roseta para desactivar al nacionalismo. Antes, muchos otros,
han caído, hemos caído en ese error. Al nacionalismo no se le
embrida. Por una razón elemental, porque sus objetivos no son
convivir en igualdad de derechos lingüísticos con los
castellanohablantes sino imponer su lengua como tótem de la
identidad sobre la que poder construir una nación. A falta de
razones, imponen identidad lingüística. Un instrumento pasajero a
la espera de lograr el objetivo. Otros pueblos han recurrido a la
religión, los más a delirios románticos, incluso algunos se han
considerado el pueblo elegido de Dios. ¡Hay gente pa to!
CUANDO UNO NO VIVE COMO PIENSA,
ACABA PENSANDO COMO VIVE
Si reparamos, el diagnóstico del
problema está distorsionado por la atmósfera asfixiante del
nacionalismo y su hegemonía moral, social y política. Quién más,
quién menos, estamos atrapados en esa telaraña y acabamos forzados
a pensar como vivimos, en lugar de vivir como pensamos. Se necesita
una revolución mental para salir de ese laberinto empedrado de
chantajes emocionales.
Es curioso que, por contentar a un
sector monolingüista de la periferia, cargue al resto de españoles
con la obligación de dedicar ¾ partes de su educación general, al
aprendizaje de lenguas regionales. Y multipliquen por mil los
conflictos lingüísticos entre partidarios del antojo nacionalista.
No me quiero imaginar la de recursos judiciales que surgirían en las
distintas instituciones a causa de no ofrecer en cada caso
disponibilidad lingüística por las cosas más nimias. Porque el
derecho no se limitaría a que en el Congreso de Diputados hubiera la
posibilidad de hablar en todas las lenguas regionales distintas de la
lengua común de todos los españoles, sino su disponibilidad en el
ayuntamiento más pequeño, la institución más insignificante, o la
escuela más remota de toda España. Así que en Cataluña,
tendríamos el problema actual, más el que surgiría de la exigencia
de disponibilidad del gallego, vasco, y en su caso de todas las demás
lenguas que se considerasen con el mismo estatus. Ese problema en
Olot, se replicaría en Santiago de Compostela con el catalán o el
vasco o en Sevilla con el vasco, el catalán y el gallego. ¿Se
resolverían así los problemas lingüísticos en España, o se
multiplicarían?
LAS LENGUAS COMO CABALLO DE TROYA
DEL FEDERALISMO ASIMÉTRICO, LA CONFEDERACIÓN Y LA SECESIÓN
La discusión se enconó con cada nueva
aportación al debate. Sin darse cuenta o despreciando sus efectos
colaterales, Mercé Villarrubias, Juan Claudio de Ramón, Ángel
Puertas, y Rafael Arenas, todos invitados a colaborar con el PSC en
tal ley de lenguas por el senador socialista, Carlos Martí, estaban
ejerciendo de zapadores mediáticos involuntarios de un manifiesto
nacionalista disparatado y cuyas consecuencias políticas despejaban
el camino a una organización territorial confederada auspiciada por
el multilingüismo y a la disolución de la lengua española como
lengua común. Su aportación, además, volvía a dar aire al
victimismo lingüístico de los nacionalistas cuando varias
sentencias judiciales a favor de los derechos lingüísticos
excluidos por el nacionalismo en Cataluña, dejaban al descubierto su
mala fe.
Tuvimos que esperar a la publicación
del Manifiesto: “España plurilingüe, manifiesto por el
reconocimiento y el desarrollo de la pluralidad lingüística de
España” (25/2/2016) para que los persistentes divulgadores del
multilingüismo en España se dieran cuenta a qué y a quienes habían
servido. Pues efectivamente, ni de Ramón, ni Vilarrubias ni Puertas,
ni Arenas lo firmaron. Sí lo hicieron Joaquím Coll, Vicepresidente
de SCC y miembro del PSC, o Carles Martí Jufresa, organizador de los
simposios junto a Fernando Rodríguez Lafuente en el que fraguaron
el manifiesto los nacionalistas etnolingüístas de toda España.
Carlos Martí había aprovechado mediáticamente a de Ramón,
Vilarrubias y Puertas, aprovechando la cercanía de estos al entorno
del PSC, en los simposios que dieron lugar al manifiesto.
El manifiesto nacionalista por una
España Plurilingüe es una forma sutil de imponer un modelo
multilingüe en España donde el objetivo final es territorializar
las lenguas, es decir, convertir a las lenguas regionales en únicas
lenguas comunes en cada uno de sus territorios y, paradójicamente,
acabar con el estatus de lengua común de la única lengua de verdad
que es común a todos los españoles, la lengua de Cervantes. Tal
desvarío iría parejo a un modelo territorial de federalismo
asimétrico, (en la práctica, un modelo confederal) donde pudieran
blindar el modelo educativo, nacionalizar los Tribunales de Justicia
y disponer de Hacienda propia. Es decir, sacralizar a los territorios
frente a los derechos de los ciudadanos, un contrasentido con la
igualdad. Nunca la izquierda se había negado a sí misma con tanta
ceguera y desvergüenza.
El intento en 2011 de convertir al
Senado en cámara territorial y bilingüe obedecía a ese fin: Diluir
la función comunicativa de la lengua española en el pinganillo de
las lenguas regionales. Aquella intención nos desveló uno de los
males que nos aquejan como nación: el trueque de la política
como instrumento de racionalización de recursos y necesidades por la
dramatización de emociones con fines identitarios.
Sólo a una mente ajena a esta
superstición identitaria le puede pasar desapercibida la sutil
diferencia entre lo que es un legítimo derecho a utilizar las
lenguas regionales en el Senado y su función comunicativa. No parece
lógico que teniendo una lengua común dominada por todos, se simule
no conocer y se asuma la molesta traducción simultánea y su coste.
Es evidente que no es la función comunicativa la que justifica
tanta incomodidad, sino su función simbólica. La lengua para los
nacionalistas no es un instrumento de comunicación sino de
identidad. Con su utilización en el Senado no se gana en
entendimiento, se marca territorio. Lo que el sistema
constitucional no permite, o sea, convertir el Estado autonómico en
Estado plurinacional, lo consigue de facto la traducción simultánea.
La publicación del Manifiesto abrió
los ojos a Juan Claudio de Ramón, Mercè Vilarrubias y Ángel
Puertas. Y no lo firmaron. Lo contrario de Joaquin Coll, actual
vicepresidente de SCC y enlace del PSC con ellos.
La verdadera historia había
empezado tres años antes con la presentación en el Senado de la
Proposición de la Ley
Orgánica de Reconocimiento y Amparo de la Pluralidad Lingüística
de España, y no admitida a trámite por la Mesa del Senado
(31/1/2013). El grupo parlamentario que había detrás era Entesa
pel Progrés de Catalunya, formado por PSC-PSOE, ICV, EUiA e IU.
Su portavoz era el ex presidente de la Generalidad José Montilla. La
relación entre esta propuesta de ley, la organización posterior de
tres simposios (En Madrid, Barcelona y Valencia) con el mismo nombre,
y el manifiesto de la ley de lenguas que saldría en 2016, es total.
Los grupos políticos, por aquel entonces, eran los mismos que en
Cataluña han promovido en el pasado y apoyan en el presente el
monolingüismo del catalán en las instituciones, ayuntamientos, y
excluyen el español como lengua docente en la escuela a través de
la inmersión lingüística. Los mismos que pusieron en marcha las
multas lingüísticas por rotular en español desde el Tripartito, y
los mismos que consienten que los independentistas en el gobierno no
cumplan con las sentencias judiciales que condenan la inmersión.
La materia prima de los tres
simposios posteriores (Madrid, Barcelona y Valencia) fue la misma
que la proposición de Ley Orgánica de Reconocimiento y Amparo de
la Pluralidad Lingüística de España, rechazada por la mesa del
Senado tres años antes. Y sus organizadores, Carles Martí, senador
del PSC, el mismo que impulsó la proposición de ley, junto a
Fernando Rodríguez, que ayudó a organizarlos desde la Fundación
Ortega y Gasset.
Aparentemente, este manifiesto por una
España
Plurilingüe (en realidad ya lo es y así es reconocido por
nuestra Constitución), aparenta tolerancia y respeto por las
lenguas, pero es pura apariencia. Quieren eliminar la oficialidad de
la lengua común a través de la eliminación de las leyes orgánicas
del Estado que la garantizan (incluso eliminar su oficialidad, tal
como propuso Caamaño, ex ministro gallego del PSOE en el 2º
simposio de Barcelona), pero sin tocar los Estatutos y leyes
autonómicas que garantizan privilegios excluyentes a sus lenguas
respectivas: “Una única ley transversal,
de carácter orgánico por modificar leyes orgánicas, que afecte
fundamentalmente a la Administración General del Estado, a la
Justicia y a las Altas Instituciones, con mención expresa del papel
de las CCAA, pero sin entrar en colisión con las disposiciones y
competencias que puedan fijar los respectivos Estatutos de
Autonomía”. La clásica ley del
embudo.
Es sintomático
que toda su preocupación por convertir a España en una Torre de
Babel le impida indignarse por los atropellos y exclusiones reales
que hoy padecen millones de niños en las comunidades bilingües y
las lenguas regionales se hayan convertido en fronteras invisibles
para miles de españoles convertidos en discapacitados laborales
después de convertirlos en discapacitados lingüísticos.
Como siempre ha
pasado en Cataluña, una reivindicación mayor, tapa o justifica una
menor. Cuando no hacía unas semanas que había salido el manifiesto
por una España Plurilingüe, un insoportable tufo a racismo cultural
inundó el Paraninfo de la Universidad de Barcelona con la
publicación del Manifiesto Koiné. En él se denuncia al bilingüismo
como instrumento del Estado para eliminar al catalán, y en
consecuencia, se exige abiertamente que el catalán sea declarado
como única lengua oficial de Cataluña. Entre los firmantes están
piezas claves del proceso de normalización del catalán desde el
primer gobierno de Pujol, de la inmersión lingüística y de la
exclusión de la lengua española de las instituciones políticas y
medios públicos. El padre de la inmersión con Pujol durante 23
años, Joaquin Arenas, Carme Laura Gil i Miró, directora
general de Bachillerato de la Generalidad de 1980 a 1996, la
Consejera de Educación de Artur Mas, Irene
Rigau, o dirigentes de Òmnium Cultural y prohombres de la
normalización lingüística. Un verdadero paseo desde el racismo
cultural encubierto en los años ochenta y noventa al fascismo
manifiesto de este manifiesto koiné.
Su publicación
provocó una ola de indignación, incluso entre los
“de la seva”. ¡Pero ojo!, no
por pedir abiertamente la exclusión de la lengua española y
convertir al catalán en el único idioma oficial de una hipotética
República catalana, sino por poner en peligro los planes
supremacistas del nacionalismo lingüístico llevados con sigilo
desde la transición.
Era de esperar. En realidad, el
Manifiesto Koiné es la historia de la normalización lingüística
del pujolismo a bocajarro, sin encubrimientos. Desde el primer
gobierno de Pujol en 1980, la idea de convertir al catalán en la
única lengua institucional fue el objetivo de la
normalización lingüística. A la vuelta de los años, esa evidencia
es incontestable. Hoy la lengua catalana es la única lengua
oficial de facto en todas las instituciones y
medios de comunicación públicos de la Generalidad. Incluyendo la
escuela, donde la inmersión sólo en catalán ha convertido a la
lengua española en extranjera. ¿Qué diferencia hay entre lo que
pide el manifiesto koiné hoy y la política lingüística desplegada
por la Generalidad desde 1980? Solo el exabrupto.
Francesc Moreno
describía con exactitud el alcance perverso de este reparto de roles
en “Koiné, Poli malo”,
donde el manifiesto exagera la nota y provoca por defecto que las
exclusiones lingüísticas de cada día impuestas por Juntas pels Sí
(CiU/ERC) y las CUP aparezcan como moderadas (Poli bueno). Mientras
tanto, los gestores del negocio nacional seguirán gozando en
exclusiva “del monopolio de las
subvenciones públicas y blindan(do) sus puestos de trabajo en la
escuela, en la cultura y en general en toda la administración
pública o concertada dependiente de la administración autonómica y
local”.
Lo tremendo de
este manifiesto, lo más lamentable por irreversible es el relato
histórico que impone para justificar su miserable supremacismo. Tal
relato, adobado a lo largo de décadas de adoctrinamiento escolar y
mediático actúa como una losa de mentiras y emociones bajo la cual
es imposible respirar, pensar, o disentir. El conocimiento ya no es
una búsqueda, sino una fe, una manera de sentir y justificar a los
míos por el mero hecho de serlo. Llegados a este punto, la reflexión
se hace imposible, y la política se reduce a inquisidores y herejes.
O estás conmigo o contra mí. Hay algo muy malsano en este
manifiesto, no sólo por el hedor que repele, sino por la luz que
atrapa a cuantos confunden Cataluña con sus tesis, a la lengua con
su historia y a la historia con el delirio que describe.
Esta ceguera
generalizada es lo que lleva a Gregorio Morán a preguntarse: <<¡Que
gentes, presuntamente de izquierdas, lleguen a sostener que en este
país flagelado por el paro, los desahucios, los recortes, las
estafas, “quizá el principal problema sea la cuestión
lingüística”, es que se nos han roto todos los cristales y de
pura vergüenza no nos atrevemos a mirarnos a ningún espejo que nos
retrate de cuerpo entero! Son ustedes, señores firmantes, unos
neofascistas sin conciencia de serlo>>
(El
Neofascismo lingüístico. 9/4/2016. La
Vanguardia)
Neofascistas sin
conciencia de serlo, he ahí el drama, incapaces de cuestionarse nada
porque el delirio es la atmósfera donde viven y las mentiras de sus
políticos, docentes, periodistas e intelectuales, el aire que
necesitan para seguir respirando.
No hay párrafo
en el manifiesto koiné que no esté inspirado en mentiras
románticas, pasadas de padres a hijos. A sabiendas, que enmendarlo
en su totalidad excede con creces las pretensisiones de éste
artículo, dejo la tarea hecha en este link de obligada lectura:
“Desmuntant
el Manifest Lingüístic del Grup Koine”.
P.D.
Curiosamente, tanta preocupación por parte de los nacionalistas de
la salud de las lenguas, no hace mención alguna de dos Propuestas
de Ley en defensa de la libertad de elección de lengua: La primera
en el tiempo, Ley
de Derechos Lingüísticos de los Españoles,
elaborada por cinco asociaciones por la libertad de lengua de otras
tantas comunidades españolas con lenguas distintas del castellano o
español (13/09/2011); y la segunda, una propuesta de Ley Orgánica
para
prevenir y erradicar la discriminación lingüística y asegurar la
libertad de elección de lengua, presentada
en el Parlamento por el grupo de UPyD (05/01/2012).
Revista CLAVES de la Razón Práctica, Número 249 Noviembre/Diciembre 2016
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