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jueves, 30 de marzo de 2017

La Diosa de San Telmo y el millón de herejes


La Diosa de San Telmo
Es un lugar común decir que hay acontecimientos de escasa relevancia en su momento, y de gran trascendencia posterior. Tal vez haya pasado alguno fugazmente por sus ojos hace un rato, al leer las noticias. Ejemplos, miles: la vida y muerte de Jesús de Nazaret – irrelevante, en su momento -, cuatro locos en un garaje creando el primer ordenador personal, las primeras palabras de Graham Bell al teléfono…

Pero yo quiero descender a lo cotidiano, a lo que vemos todos los días.
España, sin ir más lejos. Y Andalucía, más próxima. Todo en relación íntima con nuestro entorno europeo.
 
Leo a menudo la palabra frustración como mejor expresión del estado de ánimo colectivo. Y leo igualmente que dicha palabra – y lo que ello expresa – puede estar detrás de la radicalización y el populismo, sea de índole política o religiosa.
 
Los cambios experimentados por nuestra sociedad en los tiempos recientes no han sido menores. Y lo mismo podemos decir de las expectativas generadas en su momento. Podría decir que, al salir de la dictadura, se nos comunicó que entrábamos en una vía luminosa, europea, en que los patres patriae elegidos por el pueblo velarían para llevarnos por el camino del bien común.
Confianza. Esa era la palabra.
 
No quiero aburrirles con una crónica de lo que pasó, y cómo podría haberse evitado. Lo dejo ahí, para entendidos y rastreadores de hemerotecas. Hoy voy a otra cosa.
 
Hace varias décadas, esta tierra quería abandonar una mala racha. Una prolongada mala racha. Retomó lo del “Ideal Andaluz”, de Blas Infante, la blanquiverde y algunas cosas más. Los políticos son expertos en crear ilusión, y capitalizarla.
Y así se hizo, de qué manera.
 
Lo primero, apropiarse del discurso, del lenguaje. Tomar el centro de la plaza pública. Descalificar a la persona, antes que al argumento. Recuerdo a destacados columnistas de los ochenta que ya alertaban del inicio de la red clientelar (“la mamela”, ¿Se acuerdan?). Pero era fácil tacharte de “fascista” o de “derechas” para ponerte un tapón en la boca, por un lado. Y, al otro lado, de “exaltado” o “estalinista”. Qué eficacia, joder.
 
Funcionó; sigue funcionando. Anula enseguida al contrario, al disidente, al discrepante. Y cimenta el discurso único. Práctica común, desde la filosofía griega: se denomina falacia ad hominem (contra el hombre o emisor del argumento, sin analizarlo).
 De repente, el último verano, el edificio presenta pequeñas algunas grietas. La verdad suprema, contestada – pero de modo eficaz -. Es curioso: tal vez en el futuro vengan a ver qué pasó en una pequeña ciudad de provincias, un burgo hasta ahora dormido, tranquilo, donde muchos se echaron a la calle.
 
De Sevilla, acudieron a embaucar al pueblo los sumos sacerdotes de la Diosa Suprema: que, por el bien de todos, si te duele el brazo te vas al hospital del brazo. Pero llegas allí, te ve el de guardia y te dice que lo que tienes es un infarto. Que de vuelta, al otro hospital, a diez kilómetros, mediando el atasco. Y, entre medio, te da un chungo, y al otro barrio.
 
Y la gente entendió por fin que ya era hora de apagar el Canal Sur y los relumbrones tecnológicos propagandísticos de doña Croqueta. Que estarían muy bien, sin duda, pero que ya era hora de poner sobre el tapete las verdades de uno. Que no salen en el Canal Sur, pero son las buenas. Las de todos los días.
Ya no es el pueblo el mentido, el manipulado, el llevado como un corderito a aplaudir al IFEMA – como esta tarde, ¿A qué van, por cierto? -.
 
Ya la gente se tira a la calle en virtud de su propia experiencia y necesidades, señalando el altar de la Diosa como responsable de sus males – de tanto como la Deidad abusó en autoerigirse como la fuente de toda vida y bienestar -.

Ya la gente se manifiesta, grita, contraprograma según el calendario de la Deidad, a fin de ser oídos convenientemente, en la seguridad de que solo la calle ensordecedora consigue enfurruñar el gesto de la todopoderosa y la hace modificar su agenda.
 
En octubre del 2016, Granada pone en marcha lo que se ha descrito como asonada o revuelta, pero tendrá que esperar algún tiempo para verse en perspectiva. La contestación popular ganó en alcance y extensión, y fue llenando las calles y plazas de otras ciudades, como una mancha de aceite, como describí en su día. Puede sugerirse que, en la quiebra de la confianza de tiempos anteriores, el nihilismo desesperanzado no era una salida aceptable. Pero sí cabe organizarte y actuar, exigir y crear un nuevo lenguaje. Tomar el centro de la plaza, sin intimidar o excluir, pero afirmando tu derecho.
 
Nadie sabe qué nos traerán los nuevos tiempos. Pero es posible proponer que, a nivel local o regional, Jesús Candel tiene un lugar destacado en ellos, nos guste o no, mientras que a muchos Susana se nos presenta como un residuo, la última de su especie – aunque el dinosaurio puede dar aún coletazos mortales -.

P.D. Para los nuevos tiempos, aportar mi reflexión personal acerca del ejercicio de la medicina pública en esta tierra. Tiene mucho que ver con lo que dije antes: de cómo se apropiaron del lenguaje, y convirtieron al “paciente” en “usuario”, y mil jerigonzas más. Indignación y sensibilidad garantizadas, picar aquí.


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