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domingo, 19 de marzo de 2017

El fuego y la gasolina: ¿por qué no hay atentados en Arabia?


Tres jóvenes emiratíes saludan durante unas vacaciones en un Emirato en Ras Al Khaima. Foto: Rafa G. García de Cosío


Artículo de Rafa G. García de Cosío

Arabia, también conocida como Península Arábiga, es un importante territorio de Oriente Medio que contiene varios y ricos países árabes: Yemen, Omán, Emiratos Árabes Unidos, Catar, Bahrein y el de área más extensa, Arabia Saudí. A excepción de Yemen, donde desde hace muchos meses hay una guerra de poder político-religiosa entre las facciones suníes-saudíes y las chiitas-persas, todos estos Estados absolutistas disfrutan desde hace décadas de una paz y prosperidad desconocidas en otras regiones islámicas del Mundo.
He tenido la suerte de recorrer y conocer a fondo tanto Omán como los Emiratos Árabes Unidos en los últimos dos años, y de observar no solo la organización y estructura sociales de estos países, sino también la composición cultural y étnica de la población. A nadie que haya viajado por estos países se le escapa, porque no hace falta realizar un estudio científico para percatarse de ello, que aquellos a los que esperamos ver por todas las esquinas (jeques, árabes, vendedores con chilabas o caftanes y en general lo que nos imaginamos que habita aquellos lares) en realidad no están por todas las esquinas, sino más bien metidos en una mansión construida sobre la arena, o en un centro comercial, gastando lo que los Estados del Golfo les adjudica mensualmente por el simple hecho de ser nacionales de esos países.

En el caso de los Emiratos Árabes Unidos, es conocido que sus ciudadanos emiratíes optan por los trabajos de altos salarios reservados solo a los que llevan generaciones en el país. No es raro, por consiguiente, que los agentes fronterizos de todos los aeropuertos del Golfo sean siempre oriundos árabes ataviados de sus prendas tradicionales y con barba impoluta. Sin embargo, en cuanto el viajero camina diez pasos y se encuentra con el primer KFC o McDonalds, alucina al comprobar que el 100% de sus empleados son filipinos, indios, paquistaníes y, a veces, europeos. No muy diferente de lo que ocurre en Europa, verdad?

Pues la verdad es que la distribución de los empleos es mucho más desigual en los Emiratos que en Europa. Estamos hablando de que en absolutamente ninguna tienda de comida rápida de los Emiratos trabajan árabes, y casi ningún emiratí en los miles de puestos de las millonarias aerolíneas Emirates o Etihad, dirigidas, por cierto, por consejeros delegados europeos. Y es que, como dice un exitoso periodista español viviendo en Abu Dhabi, ''en general son muy vagos. Un emiratí dirige una empresa como Emirates y a los dos días la hunde''. Dicho esto, aparte de las aduanas en aeropuertos, sólo puede encontrarse a emiratíes por lo general como policías o empleados de banco. En los Emiratos, hasta los soldados son llamados de Colombia para luchar por sus intereses en Yemen.


Inmigrantes paquistaníes celebran un ritual religioso en el Emirato de Ras Al Khaima. Foto: Rafa G. García de Cosío 


El fuego y la gasolina: ¿es el Islam un problema?

Esta semana, a mi entender, los medios internacionales han bombardeado a sus lectores con asuntos relacionados con el Islam en Europa. El tema de más transcendencia, seguramente, haya sido el del conflicto diplomático entre Turquía y Holanda por la prohibición de este último de la aparición electoral de un ministro otomano. Pero también ha dado coletazos en la prensa la prohibición por parte de un tribunal europeo del velo islámico en una empresa -por lo visto, privada.

Solo estos dos temas, junto con otros de índole parecida -por ejemplo, el terrorismo, que lamentablemente abrirá más pronto que tarde un nuevo capítulo- son de una complejidad suficiente como para delicarles reflexiones separadas. Pero, grosso modo, lo que sí se puede decir ahora es que este debate - el del Islam en Europa - es un debate que debería haber habido (y caducado) ya hace mucho tiempo. Cuando estas dos cuestiones surgen con una publicidad tan exagerada esta semana, uno se pregunta si no se podría estar fomentando una radicalización de los extremistas en Europa... que en realidad ya ha empezado hace años. Y no es que tenga yo el ánimo de seguirle el juego a los radicales de izquierda, quienes culpan a los mismos europeos y a todo Occidente del yihadismo. Pero es verdad que estamos ante un debate que, en mi opinión, nunca va a la raíz del problema, y que se puede resumir en lo siguiente: al igual que a priori el fuego no es peligroso, como tampoco la gasolina, el Islam tampoco es peligroso, como tampoco una situación de marginación social. Pero si mezclamos estos dos elementos, como al mezclar el fuego y la gasolina, el resultado puede ser devastador.

El yihadismo en Europa no es un producto, repito, del Islam solo. Como tampoco los ataques que continuamente se dan en Estados Unidos se deben a una ideología concreta, sino más bien a una reacción de desiquilibrados sociales que, a falta de comprender lo que les rodea o la mala suerte que le invade en la vida, se lanzan a tener en su poder el destino de la gente que les rodea y de las portadas de los periódicos a base de metralleta. Pero obviamente, la cultura del Islam tiene algo que ver. En Europa, los musulmanes no tienen reservado por decreto un subsidio y una posición superior en la jerarquía social, como ocurre en Arabia. Si alguno de los atacantes del año pasado en Alemania necesitó recopilar razones para llevar a cabo sus actos, estoy convencido de que alguna de estas razones fue la de contemplar en un cálido verano cómo a mujeres con esas faldas tan cortas y con tacones les iba mejor en su trabajo, en su vida y en sus relaciones que a ellos. Y cómo podían tener más poder.

Esto no podría pasar en un país como Emiratos, donde el emigrante católico de Filipinas se dedica a echar horas extras para ganar sustancialmente más de lo que ganaría en Manila. Donde el paquistaní se deja los dedos sabiendo que, si bien no es mucho más que lo que ganaba en Islamabad, al menos el que está al mando en el país comprende, aprueba y comparte su cultura en su totalidad.


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