Artículo de Luis Marín Sicilia
“No produce sorpresa
que medios internacionales como The Economist publicaran la foto de Pablo
Iglesias junto con Lenin y Stalin, dada la identidad totalitaria de los
personajes”
“En esta casa, tenemos
claro que, en la hipótesis no deseada, como no aceptaríamos censuras de ningún
tipo, estaríamos abocados al cierre. Porque aquí solo hay una dependencia y
sujeción: la de cada cual a su libre pensamiento”
Aunque algunos no se enteran, los hechos históricos
acreditan que todos los populismos tienen la misma obsesión y aspiran al mismo
sometimiento a sus ideas. Sean integristas o revolucionarios; fascistas o
comunistas; de extrema izquierda o de la ultraderecha, en sus comportamientos y
pretensiones actúan con las mismas tácticas y obsesiones controladoras.
Los enfrentamientos extravagantes del presidente norteamericano con la prensa
no difieren, en el fondo, con la denunciada conducta llevada a cabo en España
por los no menos estrambóticos podemitas.
Ambos se quejan primero y acosan después al periodista que no transmite las
consignas trasladadas mediante las redes sociales o por admoniciones
personales. El "mundo nuevo" que los populistas pretenden imponer
está por encima de toda consideración y respeto a una información libre y
veraz.
La prensa se ocupa estos días de la petición formal y pública de la Asociación
de la Prensa de Madrid para que el partido de Pablo Iglesias cese en su campaña
de acoso a los periodistas que informan de sus actos, los cuales le han
documentado y probado el amedrentamiento y amenaza que sufren cuando su
información no es del agrado de Podemos. Editorialistas de todos los colores
han puesto de manifiesto su repulsa a ese proceder que pretende persuadir al
periodista de la conveniencia de "escribir al dictado" del partido
morado, conduciéndolo hacia la autocensura mediante "mensajes y llamadas
intimidantes".
Que los periodistas siempre están sujetos a una especie de presión ambiental
por parte de los partidos, y en general de todos los grupos de influencia,
respecto al trato que dan a las noticias que les conciernen es tan viejo como
la propia profesión periodística. Intentar atraerse la simpatía de los medios
es, por supuesto, legítimo, pero insultarlos, ridiculizarlos y coaccionarlos
termina resultando atentatorio a la libre expresión.
Negar ahora que los populistas de Podemos han seguido una trayectoria
atentatoria con la libertad informativa es desconocer las múltiples
descalificaciones, coacciones, insultos y comentarios vejatorios dirigidos a
profesionales del periodismo por las huestes de Pablo Iglesias. Decir ahora que
las acusaciones son falsas y pretender que sean los periodistas los que las
hagan buenas en los tribunales es pervertir la carga de la prueba. Si Iglesias
dice que son imputaciones falsas atentatorias a su dignidad es él y su partido
quien debe querellarse por injurias y calumnias para salvaguardar su honor
mancillado.
Como dice Rafael Halcón (Diario Republica
06-03-17) "todos los medios, incluso los afines a Podemos, deben
denunciar estas prácticas propias de regímenes totalitarios donde el culto al
líder y al partido único se convierten en un valladar contra la libertad".
Y es que Podemos ha crecido con una obsesiva idea de controlar los medios hasta
el extremo de que el propio Iglesias proclamó que "los medios privados
atentan a la libertad de expresión". Criados en el "escrache"
como método de presión, con escasa o nula autocrítica, los podemitas aspiran a
modelos bolivarianos de censura informativa y persecución del disidente.
En el fondo la realidad siempre se impone: tanto el líder morado como su jefa
de gabinete, compañera y portavoz se criaron en las juventudes comunistas, como
la gran mayoría de sus correligionarios. Por tanto su alimento doctrinario lo
llevan en los genes y lo impondrán a la menor ocasión que se les presente. No
produce, pues, sorpresa que medios internacionales como The Economist
publicaran la foto de Pablo Iglesias junto con Lenin y Stalin, dada la identidad
totalitaria de los personajes.
Como es sabido Lenin despreció la tradición democrática del socialismo europeo
y adoptó una dictadura violenta de partido único, proscribiendo la oposición y
creando una policía política que persiguió a los disidentes por métodos
represivos brutales. Stalin, por su parte, maniobró eficazmente para,
controlando la información y el aparato del partido, imponerse a Trotsky,
desembarazándose de él y de todos sus adversarios que fueron purgados por una
sangrienta dictadura personal.
Es cierto que los tiempos no son los del siglo pasado, pero no cabe duda de que
el ADN que circula por las venas de los totalitarios limitará, si alcanzan el
poder, los principios democráticos que imperan en Occidente. Y por supuesto,
como siempre ocurre, los primeros a descabezar serían los liberales, enemigos
comunes de los dictadores de derechas y de izquierdas. Por lo que, en esta
casa, tenemos claro que, en la hipótesis no deseada, como no aceptaríamos
censuras de ningún tipo, estaríamos abocados al cierre. Porque aquí solo hay
una dependencia y sujeción: la de cada cual a su libre pensamiento.
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