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sábado, 18 de febrero de 2017

Un poso de tranquilidad

Artículo de Luis Marín Sicilia

“Lo que parece claro es que si el delincuente Urdangarin no se hubiera casado con quien se casó, su esposa, en tal caso, no se hubiera sentado en el banquillo de los acusados”

“Quizá esté ocurriendo que algunos, acostumbrados en poco tiempo a llevar a la política a sus parejas, hasta hacerlas jefes de gabinete, portavoces y colíderes de su formación, hayan olvidado demasiado rápidamente que cada persona es responsable de sus propios actos y no de los de sus parientes, amigos o cónyuges”

“Estamos asistiendo a un torrente de nulidades derivadas del desconocimiento alegado al firmar determinados documentos como las cláusulas suelo, las preferentes o los gastos de su formalización”



Ya están los "justicieros" condenando a las tres jueces del Tribunal que ha sentenciado la absolución de la esposa de un delincuente, sin más causa que justifique su "indignación" que el hecho de ser Infanta del Reino de España. Porque, de seguir sus tesis justicieras, todos (y todas, como les gusta decir) los consortes de un delincuente tienen que seguir la misma suerte que éste.

Urdangarin ha sido condenado, según el fallo judicial, por los delitos de prevaricación, falsedad en documento público, malversación de caudales públicos, fraude a la Administración y varios delitos contra la Hacienda Pública. La Infanta resultó beneficiada a título lucrativo en 265.088 euros, cantidad sobradamente cubierta por la consignación que realizó previamente.

La sentencia no deja en buen lugar al juez instructor, por considerar tendenciosa su instrucción, al tiempo que considera fraudulenta la actuación de la acusación popular, de lo que parece deducirse que la actuación de uno y otra estaba inspirada en una cierta mal querencia apriorística contra la persona encausada perteneciente a la Casa Real.

Las valoraciones ahora son múltiples y variadas, pero es sabido que, cuando la condena mediática se ha producido previamente, como ha ocurrido en este caso, no hay sentencia que pueda devolver la honra de quienes han sido zaheridos con antelación. Lo que parece claro es que si el delincuente Urdangarin no se hubiera casado con quien se casó, su esposa, en tal caso, no se hubiera sentado en el banquillo de los acusados.

¿Alguien sabe cuántos cónyuges de delincuentes de cuello blanco han sido juzgados por los delitos de aquellos? ¿O cuántas esposas o maridos de traficantes de influencia han sido imputados, encausados y juzgados sin más causa aparente que la de su papel de consortes?

Quizá esté ocurriendo que algunos, acostumbrados en poco tiempo a llevar a la política a sus parejas, hasta hacerlas jefes de gabinete, portavoces y colíderes de su formación, hayan olvidado demasiado rápidamente que cada persona es responsable de sus propios actos y no de los de sus parientes, amigos o cónyuges. De no ser así, faltarían muchos consortes de ladrones, de estafadores, de defraudadores y de malévolos especuladores en las cárceles españolas.

Una vez más, el doble rasero para enjuiciar situaciones similares puede hacer daño a la convivencia cuando se anteponen las vísceras a la razón. Estamos asistiendo a un torrente de nulidades derivadas del desconocimiento alegado al firmar determinados documentos como las cláusulas suelo, las preferentes o los gastos de su formalización. Aquí se alega ignorancia de todo, a pesar de ser los interesados protagonistas del documento público; pero a la Infanta le estaba vedada la ignorancia sobre lo que otros hacían.

Habría que preguntarse sobre cuántas esposas, cuántos parientes, cuantos ascendientes y descendientes ponen su firma en todo tipo de documentos y declaraciones fiscales que sus próximos les presentan, sin hacer preguntas porque tienen en ellos depositada su confianza. En consecuencia, implícitamente, la absolución de la Infanta supone para todos ellos un poso de tranquilidad, visto hasta donde querían llegar los nuevos inquisidores.


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