Artículo de José Miguel Ridao
Estoy seguro de que todos los que leen esto habrán sido tachados alguna vez de tontos, o bien habrán llamado tonto a alguien en multitud de ocasiones no relacionadas con las capacidades intelectuales del interpelado, sino con su sorprendente tendencia a cumplir con las leyes, especialmente las tributarias.
Así, en este país es tonto quien declara todos sus ingresos, quien escritura la vivienda comprada por su valor real de compra, quien exige facturas con el IVA completo, quien renuncia al pago de una prestación porque no le corresponde, quien declara beneficios en su empresa, con lo fácil que hubiera sido poner pérdidas, quien usa su teléfono privado para realizar llamadas privadas, quien pide una licencia de obra para tirar un tabiquito de nada… y creo que podríamos seguir casi hasta el infinito, tantas son las necedades que los españoles debemos evitar en nuestro paso por el mundo. Curiosamente, en otros países el concepto de “tonto” difiere considerablemente del nuestro, hasta el punto de adquirir justamente el significado opuesto. Así, hace poco me referían una anécdota de un empresario español que cerraba un negocio con un cliente alemán, y tras ponerse de acuerdo en el precio le dijo el primero al segundo, más que nada para hacerle un favor: -Bueno, si te parece quitamos el IVA, ¿no? A lo que respondió el alemán indignado: -¿Pero tú eres tonto, o qué? Y a continuación le soltó una perorata, supongo que en alemán, que el pobre españolito, que lo había dicho con toda su buena intención, tuvo que soportar con el teléfono a dos palmos de la oreja.
Vemos, pues, que no es lo mismo ser “tonto” en España que en Alemania, y sospecho que tampoco en Italia que en Holanda o en Portugal que en Suecia. Quien es tonto en un país es listo en el otro. El de los países anglosajones es un tonto con delito, un tonto censurable al que hay que perseguir hasta meterlo en chirona para que pague por sus fechorías tontunas, mientras que por estos lares sureños el pobre “tonto” que paga todos sus impuestos es lo que vulgarmente se conoce como un pardillo, un pobre hombre que lleva a sus espaldas sin rechistar todo el peso de la corrupción de sus conciudadanos. Eventualmente, muchos de estos “tontos” son finalmente convencidos por los “listos”, que son franca mayoría, con argumentos ciertamente poderosos, como: “si tú no lo haces lo va a hacer otro”, “total, son unos pocos euros que no suponen nada para Hacienda”, o el muy convincente: “que no te dé remordimiento quitarle dinero a estos cabrones”.
Yo he ido reflexionando mucho últimamente sobre estos asuntos: antes miraba con cierta condescendencia a los “tontos” integrales, que los hay, que jamás han dejado de pagar a sabiendas un euro en impuestos ni se han beneficiado para asuntos privados de los medios puestos a su disposición por su empresa o el Estado, ni han pirateado un solo producto informático, ni siquiera se han llevado unos folios o un boli del trabajo a casa. En los días que corren, sin embargo, se han convertido en un modelo a seguir, y me miro en su espejo todo lo que puedo. Creo que hay mucho de autodefensa, mucho de tapar nuestra propia conciencia, en los argumentos que oponemos al mero hecho de hacer una llamada telefónica privada desde el trabajo. Evidentemente hay grados, pero no es tanta la distancia desde el fraude aparentemente más insignificante hasta aceptar un sobre con un millón de euros, o decir que sí a un cargo en un banco con un sueldo de tres millones de euros anuales mientras que se arruina a sabiendas a los pequeños accionistas. El superhéroe “tonto del haba”, que nunca haría una fotocopia para renovar su DNI en la máquina de su trabajo, jamás aceptaría ese sobre abultado. Del resto, tengo mis serias reservas.
Lo dicho: el país necesita tontos con urgencia, y si hace falta debemos convertir en tontos a los listos a base, con perdón, de unas buenas hostias.
(Publicado en Por estos andurriales)
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