Artículo de Enric Cabecerans
Desde tiempos inmemoriales, los conflictos entre personas se han resuelto a partir de dos vías principales, la fuerza o la riqueza, la plata o el plomo. Se trata de hacer valer la fuerza para obtener aquello que uno quiere o bien, comprar la voluntad del otro con idea de conseguir el mismo fin. Esta manera de actuar del ser humano sigue estando presente en todas las facetas de la vida, principalmente en el los asuntos de Estado.
La organización de las personas en sociedad siempre ha sido tutelada por estos dos aspectos que, junto a las distintas religiones, han ido generando las formas de convivencia que existen a día de hoy. De este modo, se han construido jerarquías que, principalmente, obedecen a estos principios.
El uso de la fuerza siempre comporta un excesivo gasto de energía e implica una pérdida de popularidad, dado que la propia imagen de quien la ejerce pierde legitimidad. Los humanos, al menos en las sociedades occidentales, preferimos otros modos de actuación menos agresivos.
El segundo aspecto que se hace visible en las organizaciones es el incentivo económico. La mayor parte de las personas están dispuestas a poner precio a su colaboración con quien ostenta el poder. Generalmente, las personas prefieren estar en el equipo ganador, pero lo que realmente las hace disciplinadas es el hecho de que se les premie por ello. De todos es conocido el funcionamiento de los partidos políticos donde cada día se hace más evidente que quien se enfrenta al poder del líder es apartado, mientras que aquel que colabora con él es premiado con cargos y prebendas (Ciudadanos y Podemos son claros ejemplos de ello).
En las sociedades modernas, la organización de la sociedad ha alcanzado un alto grado de complejidad por la diversidad de ideas que se plantean y la cantidad de personas que conviven en un determinado territorio. De este modo, los conflictos de intereses entre unos y otros se incrementan. Sin embargo, la resolución de los mismos suele zanjarse según los mismos parámetros que antaño.
Pero, ciertamente, la influencia de las religiones ha posibilitado una tercera vía capaz de ofrecer otro tipo de soluciones a los conflictos. Si bien es cierto que la religión siempre ha estado vinculada al poder, también lo es que a través de los dogmas de fe, la mediación de la Iglesia ha posibilitado que los conflictos se solucionen con el uso de la palabra y no a través de la fuerza. Esa influencia de la religión ha sido reemplazada en las sociedades modernas occidentales por el conocimiento científico, que ha facilitado determinados cambios en la capacidad discursiva de las distintas opciones de vida y, por tanto, de la propia organización social. El paso del dogma de fe, como elemento central de convivencia, ha evolucionado hacia posiciones filosóficas que han dado lugar a las sociedades democráticas actuales. La cualidad básica y principal de la democracia es la resolución de los conflictos a través del diálogo dentro de un marco legal establecido.
Sea como fuere, desde mi punto de vista solo existen tres formas de resolver conflictos. Si no hay dinero suficiente para satisfacer a las partes, y no hay posibilidades de acuerdo ni diálogo, deberemos concluir que la única opción que queda es el ejercicio de la fuerza. ¿Es eso lo que quieren aquellos que pretenden decidir por su cuenta lo que nos incumbe a todos?
Hay muchas cosas que mejorar en nuestro país, pero el camino más apropiado es el de la colaboración. Juntos, respetando las libertades de todos los ciudadanos, y buscando la igualdad de derechos de todos ante la ley. Ni plomo, ni plata, yo apuesto por la democracia.
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